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西语阅读:《一千零一夜》连载三 a
日期:2011-09-29 00:20  点击:274

西语阅读:《一千零一夜》连载三 a

Y Shahrazada dijo:

 

  HISTORIA DEL PESCADOR Y DEL EFRIT


“He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que había un pescador, hom­bre de edad avanzada, casado, con tres hijos y muy pobre.

Tenía por costumbre echar las re­des sólo cuatro veces al día y nada más Un día entre los días, a las doce de la mañana, fue a orillas del mar, dejó en el suelo la cesta, echó la red, y estuvo esperando hasta que llegara al fondo. Entonces juntó las cuerdas y notó que la red pesaba mucho y no podía con ella. Llevó el cabo a tierra y lo ató a un poste. Después se desnudó y entró en el mar, maniobrando en torno de la red, y no paró hasta que la hubo sacado. Vistióse entonces muy ale­gre y acercándose a la red, encontró un borrico muerto. Al verlo, excla­mó desconsolado: “¡Todo el poder y la fuerza están en Alah, el Altísi­mo y el Omnipotente!” Luego dijo: “En verdad que este donativo de Alah es asombroso.” Y recitó los si­guientes versos:

 

¡Oh buzo, que -giras ciegamente en las tinieblas de la noche y de la per­dición! -¡Abandona esos penosos tra­bajos; la fortuna no gusta del movi­miento!

 

Sacó la red, exprimiéndola el agua, y cuando hubo acabado de expri­mirla, la tendió de nuevo. Después, internándose en el agua, exclamó: “¡En el nombre de Alah!” Y arrojó la red de nuevo, aguardando que lle­gara al fondo. Quiso entonces sacar­la, pero notó que pesaba mas que antes y que estaba más adherida, por lo, cual la creyó repleta de una buena pesca; y arrojándose otra vez al agua, la sacó al fin con gran trabajo, lle­vándola a la orilla, y encontró una tinaja enorme, llena de arena y de barro. Al verla, se lamentó mucho y recitó estos versos:

 

¡Cesad, vicisitudes de la suerte, y apiadaos de los hombres!

¡Qué tristeza! ¡Sobre la tierra nin­guna, recompensa es igual al mérito ni digna del esfuerzo realizado por alcan­zarla!

¡Salgo de casa a veces para buscar candorosamente la fortuna; y me ente­ran de que la fortuna hace mucho tiempo que murió!

¿Es así, ¡oh fortuna! como dejas, a los sabios en la sombra, para que los necios gobiernen el mundo?

 

Y luego, arrojando la tinaja lejos de él, pidió perdón a Alah por su momento de rebeldía y lanzó la red por vez tercera, y al sacarla la en­contró llena de trozos de cacharros y vidrios. Al ver esto, recitó todavía unos versos de un poeta:

 

¡Oh poeta! ¡Nunca soplará hacia ti el viento de la fortuna! ¿Ignoras, hom­bre ingenuo, que ni tu pluma de caña ni las líneas armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamas?

 

Y alzando la frente al cielo; ex­clamó: “¡Alah! ¡Tú sabes que yo no echo la red mas que cuatro veces por día, y ya van tres!” Después invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red, aguardando que tocase el fondo. Esta vez, a pesar de todos sus esfuerzos, tampoco conse­guía sacarla, pues a cada tirón se en­ganchaba más en las rocas del fondo. Entonces dijo: “¡No hay fuerza ni poder mas que en Alah!” Se desnu­dó, metiéndose en el agua y manio­brando alrededor de la red, hasta que la desprendió y la llevó a tierra. Al abrirla encontró un enorme ja­rrón de cobre dorado, lleno e intacto. La boca estaba cerrada con un plo­mo que ostentaba el sello de nuestro Señor Soleimán, hijo de Daud. El pescador se puso muy alegre al verlo, y se dijo: “He aquí un objeto que venderé en el zoco de los caldereros, porque bien vale sus diez dinares de oro.” Intentó mover el jarrón, pero hallándolo muy pesado, se dijo para sí: “Tengo que abrirlo sin remedio; meteré en el saco lo que contenga y luego lo venderé en el zoco de los caldereros.” Sacó el cuchillo y em­pezó a maniobrar, hasta que levantó el plomo. Entonces sacudió el jarrón, queriendo inclinarlo para verter el contenido en el suelo. Pero nada sa­lió del vaso, aparte de una humare­da que subió hasta lo azul del cielo y se extendió por la superficie de la tierra. Y el pescador no volvía de su asombro. Una vez que hubo salido todo el humo, comenzó a condensar­se en torbellinos, y al fin se convirtió en un efrit cuya frente llegaba a las nubes, mientras sus pies se hundían en el polvo. La cabeza del efrit era como una cúpula; sus manos seme­jaban rastrillos; sus piernas eran mástiles; su boca, una caverna; sus dientes, piedras; su nariz, una alca­rraza; sus ojos, dos antorchas, y su cabellera aparecía revuelta y empol­vada. Al ver a este efrit, el pescador quedó mudo de espanto, temblán­dole las carnes, encajados los dientes, la boca seca, y los ojos se le cega­ron a la luz.

Cuando vio al pescador, el efrit dijo: “¡No hay más Dios que Alah, y Soleimán es el profeta de Alah!” Y dirigiéndose hacia el pescador, prosiguió de este modo: “¡Oh tú, gran Soleimán, profeta de Alah, no me mates; te obedeceré siempre, y nunca me rebelaré contra tus mandatos.” Entonces exclamó el pes­cador: “¡Oh gigante audaz y rebel­de, tú te atreves a decir que Solei­mán es el profeta de Alah! Soleimán murió hace mil ochocientos años; y nosotros estamos al fin de los tiempos. Pero ¿qué historia vienes a contarme? ¿Cuál es el motivo de que estuvieras en este jarrón?”

Entonces el efrit dijo: “No hay más Dios que Alah. Pero permite, ¡oh pescador! que te anuncie una buena noticia.” Y el pescador repu­so: “¿Qué noticia es esa?” Y con­testó el efrit: “Tu muerte. Vas a morir ahora mismo, y de la manera más terrible.” Y replicó el pesca­dor: “¡Oh jefe de los efrits! ¡mere­ces por esa noticia- que el cielo te retire su ayuda! ¡Pueda él alejarte de nosotros! Pero ¿por qué deseas mi muerte? ¿qué hice para mere­cerla? Te he sacado de esa vasija, te he salvado de una larga perma­nencia en el mar, y te he traído a la tierra.” Entonces el efrit dijo: “Piensa y elige la especie de muerte que prefieras; morirás del modo que gustes.” Y el pescador dijo: “¿Cuál es mi crimen para merecer tal cas­tigo?” Y respondió el efrit: “Oye mi historia, pescador.” Y el pesca­dor dijo: “Habla y abrevia tu relato, porque de impaciente que se halla mi alma se me está saliendo por el pie.” Y dijo el efrit:

“Sabe que yo soy un efrit rebelde. Me rebelé contra Soleimán, hijo de Daud. Mi nombre es Sakhr El­Genni. Y Soleimán envió hacia mí a su visir Assef, hijo de Barkhia, que me cogió a pesar de mi resis­tencia, y me llevó a manos de Solei­mán. Y mi nariz en aquel momento se puso bien humilde. Al verme, Soleimán hizo su conjuro a Alah y me mandó que abrazase su religión y me sometiese a su obediencia. Pero yo me negué. Entonces mandó traer ese jarrón, me aprisionó en él y lo selló con plomo, imprimiendo el nombre del Altísimo. Después ordenó a los efrits fieles que me llevaran en hombros y me arrojasen en medio del mar. Permanecí cien años en el fondo del agua, y decía de todo corazón: “Enriqueceré eternamente al que logre libertarme.” Pero pasaron los cien años y nadie me libertó. Durante los otros cien años me decía: “Descubriré y daré los tesoros de la tierra a quien me, liberte.” Pero nadie me libró. Y pasaren. cuatrocientos años, y me dije: “Concederé tres cosas a quien me liberte.” Y nadie me libró tam­poco. Entonces, terriblemente enco­lerizado, dije con toda el alma: “Ahora mataré a quien me libre, pero le dejaré antes elegir, conce­diéndole la clase de muerte que prefiera.” Entonces tú, ¡oh pesca­dor! viniste a librarme, y por eso te permito que escojas la clase de muerte.”

El pescador, al oír estas palabras del efrit; dijo: “¡Por Alah que la oportunidad es prodigiosa! ¡Y había de ser yo quien te libertase! ¡Indúl­tame, efrit, que Alah te recompen­sará! En cambio, si me matas, buscará quien te haga perecer.” Entonces el efrit le dijo: “¡Pero si yo quiero matarte es precisamente porque me has libertado!” Y el pes­cador le contestó: “¡Oh jeique de los efrits, así es como devuelves el mal por el bien! ¡A fe que no miente el proverbio!” Y recitó estos versos:

 

¿Quieres probar la amargura de las cosas? ¡Sé bueno y servicial!

¡Los malvadas desconocen la gra­titud!

¡Pruébalo, si quieres, y tu suerte será la de la pobre Magir, madre de Amer!

 

Pero el efrit le dijo: “Ya hemos hablado bastante. Sabe que sin remedio te he de matar.” Entonces pensó el pescador: “Yo no soy mas que un hombre y él un efrit; pero Alah me ha dado una razón bien despierta. Acudiré a una astucia para perderlo. Veré hasta dónde llega su malicia.” Y entonces dijo al efrit: “¿Has decidido realmente mi muerte?” Y el efrit contestó: “No lo dudes.” Entonces dijo: “Por el nombre del Altísimo, que está grabado en el sello de Soleimán, te conjuro a que respondas con verdad a mi pregunta.” Cuando el efrit oyó el nombre del Altísimo, respondió muy conmovido: “Pregunta, que yo contestaré la verdad. Entonces dijo el pescador: “¿Cómo has podido entrar por entero en este jarrón donde apenas cabe tu pie o tu mano?” El efrit dijo: “¿Dudas acaso de ello?” El pescador respondió: “Efectivamente, no lo creeré jamás mientras no vea con mis propios ojos que te metes en él.”

En este momento de su narra­ción, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.


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