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西语阅读:《一千零一夜》连载三 c
日期:2011-09-29 00:25  点击:315

西语阅读:《一千零一夜》连载三 c

HISTORIA DEL VISIR DEL REY YUNÁN Y DEL MEDICO RUYÁN

El pescador dijo:

“Sabrás, ¡oh efrit! que en la anti­güedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo en la ciudad de Fars, en el país de los ruman, un rey llamado Yunán. Era rico y pode­roso, señor de ejércitos, dueño de fuerzas considerables y de aliados de todas las especies de hombres. Pero su cuerpo padecía una lepra que desesperaba a los médicos y a los sabios. Ni drogas, ni píldoras, ni pomadas le hacían efecto algu­no, y ningún sabio pudo encontrar un eficaz remedio para la espantosa dolencia. Pero cierto día llegó a la capital del rey Yunán un médico anciano de renombre, llamado Ru­yan. Había estudiado los libros grie­gos, persas, romanos, árabes y sirios, así como la medicina y la astrono­mía, cuyos principios y reglas no ignoraba, así como sus buenos y malos efectos. Conocía las virtudes de las plantas grasas y secas y tam­bién sus buenos y, malos efectos. Por último, había profundizado la filosofía y todas las ciencias médicas y otras muchas además. Cuando este médico llegó a la ciudad y perma­neció en ella algunos días, supo la historia del rey y de la lepra que le martirizaba por la voluntad de Alah, enterándose del fracaso abso­luto de todos los médicos y sabios. Al tener de ello noticia, pasó muy preocupado la noche. Pero no bien despertó por la mañana (al brillar la luz del día y saludar el sol al mundo, magnífica decora­ción del Optimo) se puso su mejor traje y fue a ver al rey Yunán. Besó la tierra entre las manos del rey e hizo votos por la duración eterna de su. poderío y de las gracias de Alah y de todas las mejores cosas. Después le enteró de quien era, y le dijo: “He averiguado la enfer­medad que atormenta tu cuerpo y he sabido que un gran número de médicos, no ha podido encontrar el medio de curarla. Voy, ¡oh rey! a aplicarte mi tratamiento, sin hacer­te beber medicinas ni untarte con pomadas.” Al oírlo, el rey. Yunán se asombró mucho, y le dijo: “¡Por Alah! que si me curas te enrique­cerá hasta los hijos de tus hijos, te concederé todos tus deseos y serás mi compañero y amigo” En seguida le dio un hermoso traje y otros pre­sentes, y añadió: “¿Es cierto que me curarás de esta enfermedad sin medicamentos ni pomadas?” Y res­pondió el otro: “Sí, ciertamente. Te curaré sin fatiga ni pena para tu cuerpo.” El rey le dijo, cada vez más asombrado: “¡Oh gran médico! ¿Qué día. y que momento verán realizarse lo que acabas de prome­ter? Apresúrate a hacerlo, hijo mío.” Y el medico contestó:. “Escucho y obedezco.”

Entonces salió del palacio y alqui­ló una casa, donde instaló sus libros, sus remedios y sus plantas aromáti­cas. Después hizo extractos de sus medicamentos y de sus simples, y con estos extractos construyó un mazo corto y encorvado, cuyo man­go horadó, y también hizo una pelota, todo esto lo mejor que pudo. Terminado completamente su traba­jo, al segundo día fue a palacio, entró en la cámara del rey y besó la tierra entre sus manos. Después le prescribió que fuera a caballo al meidán y jugara con la bola y el mazo.

Acompañaron al rey sus emires, sus chambelanes, sus visires y los jefes del reinó. Apenas había llega­do al meidán, se le acercó el médico y le entregó el mazo, diciéndole: “Empúñalo de este modo y da con toda tu fuerza en la pelota. Y haz de modo que llegues a sudar. De ese modo el remedio penetrará en la palma de la mano y circulará por todo tu cuerpo. Cuando transpires y el remedio haya tenido tiempo de obrar, regresa a tu palacio, ve en seguida a bañarte al hamman, y quedarás curado. Ahora, la paz sea contigo.”

El rey Yunán cogió el mazo que le alargaba el médico, empuñándolo con fuerza. Intrépidos jinetes mon­taron a caballo y le echaron la pelo­ta. Entonces empezó a galopar de­trás de ella para alcanzarla y gol­pearla, siempre con el mazo bien cogido. Y no dejó de golpear hasta que transpiró bien por la palma de la mano y por todo el cuerpo, dando lugar a que la medicina obrase sobre el organismo. Cuando el mé­dico Ruyán vio que el remedio había circulado suficientemente, mandó al rey que volviera a palacio para bañarse en el hammam. Y el rey marchó en seguida y dispuso que le prepararan el hammam. Se lo prepararon con gran prisa, y los esclavos apresuráronse también a disponerle la ropa. Entonces el rey entró en el hammam y tomó el baño, se vistió de nuevo y salió del hammam para montar a caballo, volver a palacio y echarse a dormir.

Y hasta aquí lo referente al rey Yunán. En cuanto al médico Ruyán, éste regresó a su casa, se acostó, y al despertar por la mañana fue a palacio, pidió permiso al rey para entrar, lo que éste le concedió, entró, besó la tierra entre sus manos y empezó por declamar gravemente algunas estrofas:

 

¡Si la elocuencia te eligiese como padre, reflorecería! ¡Y no sabría elegir ya a otro más que a ti!

¡Oh rostro radiante, cuya claridad borraría la llama de un tizón encen­dido!

¡Ojalá ese glorioso semblante siga con la luz de su frescura y alcance a ver cómo las arrugas surcan la cara del Tiempo!

¡Me has cubierto con los beneficias de tu generosidad, como la nube bienhechora cubre la colina!

¡Tus altas hazañas te han hecho alcanzar las cimas de la gloria y eres el amado del Destino, que ya no puede negarte nada!

 

Recitados los versos, el rey sé puso de pie; y cordialmente tendió sus brazos al médico. Luego, le sen­tó a su lado, y le regaló magníficos trajes de honor.

Porque, efectivamente, al salir del hammam el rey se había mirado el cuerpo, sin encontrar rastro de lepra, y vio su piel tan pura como la plata virgen. Entonces se dilató con gran júbilo su pecho. Y al otro día, al levantarse el rey por la mañana, entró en el diván; se sentó en el trono y comparecieron los chambelanes y grandes del reino, así como él médico Ruyán. Por esto, al verle, el rey se levantó apre­suradamente y le hizo sentar a su lado. Sirvieron a ambos manjares y bebidas durante todo el día. Y al anochecer, el rey entregó al médico dos mil dinares, sin contar los trajes de honor y magníficos presentes, y le hizo montar su propio corcel. Y entonces el médico se despidió y regresó a su casa.

El rey no dejaba de admirar el arte del médico ni de decir: “Me ha curado por el exterior de mi cuerpo sin untarme con pomadas. ¡Oh Alah! ¡Qué ciencia tan subli­me! Fuerza es colmar de beneficios a este hombre y tenerle para siem­pre como compañero y amigo afec­tuoso.” Y el rey Yunán se acostó, muy alegre de verse con el cuerpo sano y libre de su enfermedad.

Cuando al otro día se levantó el rey y se sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y los emires y visires se sentaron a su derecha y a su izquierda. Entonces mandó llamar al médico Ruyán, que acudió y besó la tierra entre sus manos. El rey se levantó en honor suyo, le hizo sentar a su lado, comió en su compañía, le deseó larga vida y le dio magníficas telas y otros presentes, sin dejar de conversar, con él hasta el anochecer, y mandó le entregaran a modo de remunera­ción cinco trajes de honor y mil dinares. Y así regresó el médico a su casa, haciendo votos por el rey.

Al levantarse por la mañana, salió el rey y entró en el diván, donde le rodearon los emires, los visires y los chambelanes. Y entre los visires había uno de cara sinies­tra, repulsiva, terrible, sórdidamente avaro, envidioso y saturado de celos y de odio. Cuando este visir vio que el rey colocaba a su lado al médico Ruyán y le otorgaba tantos beneficios, le tuvo envidia y resol­vio secretamente perderlo. El pro­verbio lo dice: “El envidioso ataca a todo el mundo. En el corazón del envidioso está emboscada la perse­cución, y la desarrolla si dispone de fuerza o la conserva latente la debilidad,” El visir se acercó al rey Yunán, besó la tierra entre sus, ma­nos, y dijo: “¡Oh rey del siglo y del tiempo, que envuelves a los hombres en tus beneficios! Tengo para ti un consejo de gran impor­tancia, que no podría ocultarte sin ser un mal hijo. Si me mandas que te lo revele, yo te lo revelaré.” Tur­bado entonces el rey por las pala­bras del visir, le dijo: “¿Qué consejo es el tuyo? El otro respondió: “¡Oh rey glorioso! los antiguos han dicho: “Quien no mire el fin y las consecuencias no tendrá a la Fortu­na por amiga”, y justamente acaba de ver al rey obrar con poco juicio otorgando sus bondades a su enemi­go, al que desea el aniquilamiento de su reino, colmándole de favores, abrumándole con generosidades. Y yo, por esta causa, siento grandes temores por el rey.” Al oir esto, el rey se turbó extremadamente, cam­bió de color; y dijo: “¿Quién es el que supones enemigo mío y colma­do por mí de favores?” Y el visir respondió: “¡Oh rey! Si estás dor­mido, despierta, porque aludo al médico Ruyán.” El rey dijo: “Ese es buen amigo mío, y para mí el más querido de los hombres, pues me ha curado con una cosa que yo he tenido en la mano y me ha librado de mi enfermedad, que había desesperado a los médicos. Cierta­mente que no hay otro como él en este siglo, en el mundo entero, lo mismo en Occidente que en Orien­te. ¿Cómo, te atreves a hablarme así de él? Desde ahora le voy a señalar un sueldo de mil dinares al mes. Y aunque le diera la mitad de mi reino, poco seria para lo que merece. Creo que me dices todo eso por envidia, como se cuenta en la historia, que he sabido; del rey Sindabad.”

En aquel momento la aurora sor­prendió a Schahrazada, que inte­rrumpió su narración.

Entonces Doniazada le dijo: “¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán puras, cuán deliciosas son tus pala­bras!” Y Schahrazada dijo: “¿Qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien con­servarme?” Entonces el rey dijo para sí: “¡Por Alah! No la mataré sin haber oído la continuación de su historia, que es verdaderamente ma­ravillosa.” Y el rey fue al diván, y juzgó, otorgó empleos, destituyó y despachó los asuntos pendientes has­ta acabarse el día. Después se le­vantó el diván y el rey entró en su palacio.


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