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西语阅读:《一千零一夜》连载三 d
日期:2011-09-29 00:26  点击:316

西语阅读:《一千零一夜》连载三 d

Y CUANDO LLEGÓ LA QUINTA NOCHE

Ella dijo:

 

He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que el rey Yunán dijo a su visir: “Visir, has dejado entrar en ti la envidia contra el médico, y quieres que yo lo mate para que luego me arrepienta, como se arre­pintió el rey Sindabad después de haber matado al halcón.” El visir preguntó: “¿Y cómo ocurrió eso?” Entonces el rey Yunán contó:

 

  EL HALCÓN DEL REY SINDABAD


“Dicen que entre los reyes de Fars hubo uno muy, aficionado a diversiones, a paseos por los jardi­nes y a toda especie de cacerías. Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de día ni de noche pues hasta por la noche lo tenía sujeto al puño. Cuando iba de caza lo llevaba consigo, y le había colgado del cuello un vasito de oro, en el cual le daba de beber. Un día estaba el rey sentada en su palacio, y vio de pronto venir al wekil que estaba encargado de las aves de caza, y le dijo: “¡Oh rey de los siglos! Llegó la época de ir de caza.” Entonces el rey hizo sus preparativos y se puso el halcón en el puño. Salieron después y llegaron a un valle, donde armaron las redes de caza. Y de pronto cayó una gacela en las redes. Entonces dijo el rey: “Mataré a aquel por cuyo lado pase la gacela.” Empeza­ron a estrechar la red en torno de la gacela, que se aproximó al rey y se enderezó sobre las patas como si quisiera besar la tierra delante del rey. Entonces el rey comenzó a dar palmadas para hacer huir a la gacela, pero ésta brincó y pasó por encima de su cabeza y se inter­nó tierra adentro. El rey se volvió entonces hacia los guardas, y vio que guiñaban los ojos maliciosa­mente, Al presenciar tal cosa, le dijo al visir: “¿Por qué se hacen esas señas mis soldados?” Y el visir contestó: “Dicen que has jurado matar a aquel por cuya proximidad pasase la gacela.” Y el rey exclamó: “¡Por mi vida! ¡Hay que perseguir y alcanzar a esa gacela!” Y se puso a galopar, siguiendo el rastro, y pudo alcanzarla. El halcón le dio con el pico en los ojos de tal mane­ra, que la cegó y la hizo sentir vértigos. Entonces el rey, empuñó su maza, golpeando con ella a la gacela hasta hacerla caer desplo­mada. En seguida descabalgó, dego­llándola y desollándola, y colgó del arzón, de la silla los despojos. Hacía bastante calor, y aquel lugar era desierto, árido, y carecía de agua. El rey tenía sed y también el caba­llo. Y el rey se volvió y vio un árbol del cual brotaba agua como manteca. El rey llevaba la mano cubierta con un guante de piel; cogió el vasito del cuello del halcón, lo llenó de aquella agua, y lo colocó delante del ave, pero ésta dio con la pata al vaso y lo volcó. El rey cogió el vaso por segunda vez, lo llenó, y como seguía creyendo que el halcón tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dio con la pata por segunda vez y lo volcó. Y el rey se encolerizó, contra el hal­cón, y cogió por tercera vez el vaso, pero se la presentó al caballo, y el halcón derribó el vaso con el ala. Entonces dijo el rey: ¡Alah te sepul­te, oh la más nefasta de las aves de mal agüero! No me has dejado beber, ni has bebido tú, ni has dejado que beba el caballo.” Y dio con su espada al halcón y le cortó las alas. Entonces el halcón, irguien­do la cabeza; le dijo por señas. “Mira lo que hay en el árbol.” Y el rey levantó los ojos y vio en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su veneno. Entonces el rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón. Después se le­vantó, montó a caballo, se fue, lle­vándose la gacela, y llegó a su pala­cio. Le dio la gacela al cocinero, y le dijo: “Tómala y guísala.” Luego se sentó en su trono, sin soltar al halcón. Pero el halcón, tras una es­pecie de estertor, murió. El rey al ver esto, prorrumpió en gritos de dolor y de amargura por haber ma­tado al halcón que le había salvado de la muerte.

¡Tal es la historia del rey Sinda­bad!”

Cuando el visir hubo oído el rela­to del rey Yunán, le dijo; “¡Oh gran rey lleno de dignidad! ¿que daño he hecho yo cuyos funestos efectos hayas tú podido ver?. Obro así por compasión hacia tu persona. Y ya verás como digo la verdad. Si me haces caso podrás salvarte, y si no, perecerás como pereció Un visir astuto que engañó al hijo de un rey entre los reyes.

 

  HISTORIA DEL PRÍNCIPE Y

LA VAMPIRO

El rey de que se trata tenía un hijo aficionadísimo a la caza con galgos, y tenía también un visir. El rey mandó al visir que acompa­ñara a su hijo allá donde fuese. Un día entre los días, el hijo salió a cazar con galgas, y con él salió el visir. Y ambos vieron un animal monstruoso. Y el visir dijo al hijo del rey: “¡Anda contra esa fiera! ¡Persíguela!” Y el príncipe se puso a perseguir a la fiera, hasta que todos le perdieron de vista. Y de pronto la fiera desapareció en el desierto. Y el príncipe permanecía perplejo, sin saber hacia dónde ir, cuando vio en lo más alto del cami­no una joven esclava que estaba llorando. El príncipe le preguntó: “¿Quién eres?” Y ella respondió: “Soy la hija de un rey de reyes de la India. Iba con la caravana por el desierto, sentí ganas de dormir, y me caí de la cabalgadura sin darme cuenta. Entonces me encontré sola y abandonada.” A estas palabras, sintió lástima el príncipe y empren­dió la marcha con la joven, lleván­dola a la grupa de su mismo caballo. Al pasar frente a un bosquecillo, la esclava le dijo. “¡Oh señor, desea­ría evacuar una necesidad!” Enton­ces el príncipe la desmontó junto al bosquecillo, y viendo que tardaba mucho, marchó detrás de ella sin que la esclava pudiera enterarse. La esclava era una vampiro, y estaba diciendo a sus hijos: “¡Hijos míos, os traigo un joven muy robusto!” Y ellos dijeron: “¡Tráenoslo, madre, para que lo devoremos!” Cuando lo oyó el príncipe, ya no pudo dudar de su próxima muerte, y las car­nes le temblaban de terror mientras volvía al camino. Cuando salió la vampiro de su cubil, al ver al prín­cipe temblar como un cobarde, le preguntó: “¿Por qué tienes miedo?” Y el dijo: “Hay un enemigo que me inspira temor:” Y prosiguió la vampiro: “Me has dicho que eres un príncipe..” Y respondió él: “Así es la verdad.” Y ella le dijo: “Entonces, ¿por qué no das algún dinero a tu enemigo para satisfa­cerle?” El príncipe replicó: “No se satisface con dinero. Sólo se conten­ta con el alma. Por eso tengo miedo, como víctima, de una injusticia.” Y la vampira le dijo: “Si te persiguen, como afirmas, pide contra tu ene­migo la ayuda: de Alah, y Él te librará de sus maleficios y de los maleficios de aquellos de quienes tienes miedo.” Entonces el príncipe levantó la cabeza al cielo y dijo: “¡Oh tú, que atiendes al oprimido que te implora, hazme triunfar de mi enemigo, y aléjale de mí, pues tienes poder para cuanto deseas!” Cuando la vampiro oyó estas pala­bras, desapareció. Y el príncipe pudo regresar al lado de su padre, y le dio cuenta del mal consejo del visir. Y el rey mandó matar al visir.”

En seguida el visir del rey Yunán prosiguió de este modo:

¡Y tú, oh rey, si te fías de ese médico, cuenta que te matará con la peor de las muertes! Aunque le hayas colmado de favores y le hayas hecho tu amigo, está preparando tu muerte. ¿Sabes por qué te curó de tu enfermedad por el exterior de tu cuerpo, mediante una cosa que tuviste en la mano? ¿No crees que es sencillamente para causar tu pér­dida con una segunda cosa que te mandará también coger?” Entonces el rey Yunán, dijo: “Dices la ver­dad. Hágase según tu opinión, ¡oh visir bien aconsejado! Porque es muy probable que ese médico haya venido ocultamente como un espía para ser mi perdición. Si me ha curado con una cosa que he tenido en la mano, muy bien podría per­derme con otra que, por ejemplo, me diera a oler.” Y luego el rey Yunán dijo a su visir: “¡Oh visir! ¿que debemos hacer con él?” Y el visir respondió: “Haya que mandar inmediatamente que le traigan, y cuando se presente aquí degollarlo, y así te librarás de sus maleficios, y quedarás desahogado y tranquilo. Hazle traición antes que él te la haga a ti.”. Y el rey Yunán dijo: “Verdad dices, ¡oh visir!” Después el rey mandó llamar al médico, que se presentó alegre, ignorando lo que había resuelto el Clemente. El poeta lo dice en sus versos:

 

¡Oh tú, que temes los embates del Destino, tranquilízate! ¿No sabes que todo está en las manos de aquel que ha formado la tierra?

¡Porque lo que está escrito, escrito está y no se borra nunca! ¡Y lo que no está escrito no hay por qué temerlo!

¡Y tú, Señor! ¿Podré dejar pasar un día sin cantar tus- alabanzas? ¿Para quién reservaría, si no, el don maravilloso de mi estilo rimado y mi lengua de poeta?,

¡Cada nuevo don que recibo de tus manos ¡oh Señor! es más her­moso que el precedente, y se anticipa a mis deseos!

Por eso, ¿cómo no cantar tu glo­ria, toda tu gloria, y alabarte en mi alma y en público?

¡Pero he de confesar que nunca tendrán mis labios elocuencia bastan­te ni mi pecho fuerza suficiente para cantar y para llevar los beneficios de que me has colmado!

¡Oh tú que dudas, confía tus asuntos a las manos de Alah, el único Sabio! ¡Y así que lo hagas, tu cora­zón nada tendrá que temer por parte de los hombres!

¡Sabe también que nada se hace por tu voluntad, sino por la voluntad del Sabio de los Sabios!

¡No desesperes, pues, nunca, y olvi­da todas las tristezas y todas las zozo­bras! ¿No sabes que las zozobras des­truyen el corazón más firme y más fuerte?

¡Abandonáselo todo! ¡Nuestros pro­yectos no son mas que proyectos de esclavos impotentes ante el único Or­denador! ¡Déjate llevar! ¡Así disfru­taras de una paz duradera!

 

Cuando se presento el médico Ruyán; el rey le dijo- “¿Sabes por qué te he hecho venir a mi presen­cia?” Y el médico contestó: Nadie sabe lo desconocido, más que Alah el Altísimo.” Y el rey le dijo: “Te he mandado llamar pata matarte y arrancarte el alma.” Y el médico Ruyán, al oír estas palabras, se sin­lió asombrado, con el más prodi­gioso asombro, y dijo: “¡Oh rey! ¿por qué me has de matar? ¿que falta he cometido?” Y el rey con­testó: “Dicen que eres un espía y que viniste para matarme. Por eso te voy a matar, antes de que me mates.” Después el rey llamó al porta-alfanje y le dijo: “¡Corta la cabeza a ese traidor y líbranos de sus maleficios!” Y el médico le dijo: “Consérvame la vida, y Alah te la conservará. No me mates, si no Alah te matará también.”

Después retiró la súplica, como yo lo hice dirigiéndome a ti, ¡oh efrit! sin que me hicieras caso, pues, por el contrario, persististe en de­sear mi muerte.

Y en seguida el rey Yunán dijo al médico: “No podré vivir confia­do ni estar tranquilo como no te mate. Porque si me has curado con una cosa que tuve en la mano, creo que me matarás con otra cosa que me des a oler o de cualquier otro modo.” Y dijo el médico: “¡Oh rey! ¿esta es tu recompensa? ¿así devuel­ves mal por bien?” Pero el rey insistió: “No hay más remedio que darte la muerte sin demora.” Y cuando el médico se convenció de que el rey quería matarle sin remedio, lloró y se afligió al recor­dar los favores que había hecho a quienes no los merecían. Ya lo dice el poeta:

 

¡La joven y loca Maimuna es ver­daderamente bien pobre de espíritu! ¡Pero su padre, en cambio, es un hombre de gran corazón y considera­do entre los mejores!

¡Miradle, pues! ¡Nunca anda sin su farol en la mano, y así evita el lodo de los caminos, el polvo de las carreteras y los resbalones peligro!

 

En seguida se adelantó el porta­-alfanje, vendó los ojos al médico y, sacando la espada, dijo al rey: “Con tu venia.” Pero el médico seguía llorando y suplicando al rey: “Consérvame la vida, y Alah te la conservará. No me mates, o Aláh te matará a ti.” Y recitó estos ver­sos de un poeta:

 

¡Mis consejos no tuvieron ningún éxito, mientras que los consejos de los ignorantes conseguían su propósito! ¡No recogí mas que desprecios!

¡Por esto, si logro vivir, me guar­daré mucho de aconsejar! ¡Y si muero, mi ejemplo servirá a los demás para que enmudezca su lengua.!

 

Y dijo después al rey: “¿Esta es tu recompensa? He aquí que me tratas como hizo un cocodrilo.” Entonces preguntó el rey: “¿Qué historia es esa de un cocodrilo?”. Y el médico dijo: “¡Oh señor! No es posible contarla en este estado. ¡Por Alah sobre ti! Consérvame la vida, y Alah te la conservará.” Y después comenzó a derramar copio­sas lágrimas. Entonces algunos de los favoritos del rey se levantaran y dijeron: “¡Oh rey! Concédenos la sangre de este médico, pues nunca le hemos visto obrar en contra tuya; al contrario, le vimos librarte de aquella enfermedad que había resis­tido a los médicos y a los sabios.” El rey les contestó. “Ignoráis la causa de que mate a este médico; si lo dejo con vida, mi perdición es segura, porque si me curó de la enfermedad con una cosa que tuve en la mano, muy bien podría ma­tarme dándome a oler cualquier otra. Tengo mucho miedo de que me asesine para cobrar el precio de mi muerte, pues debe ser un espía que ha venido a matarme. Su muerte es necesaria; sólo así podré perder mis temores.” Enton­ces el médico imploró otra vez: “Consérvame la vida, para que Alah te conserve; y no me mates, para que no te mate Alah.”

Pero ¡oh efrit! cuando el médico se convenció de que el rey le quería matar sin remedio, dijo: “¡Oh rey! Si mi muerte es realmente necesaria, déjame ir a mi casa para despachar mis asuntos, encargar a mis parien­tes y vecinos que cuiden de ente­rrarme, y sobre todo para regalar mis libros de medicina. A fe que tengo un libro que es verdadera­mente el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que quiero legarte como un obsequio para que lo conserves cuidadosa­mente en tu armario.” Entonces él rey preguntó al médico: “¿Qué li­bro es ése?” Y contestó el médico: “Contiene cosas inestimables; el me­nor de los secretos que revela es el siguiente: Cuándo me corten la cabeza, abre el libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida tres renglones de la página de la izquierda, y entonces la cabeza cor­tada te hablará y contestará a todas las preguntas que le dirijas.” Al oír estas palabras, el rey se asombró hasta el límite del asombro, y estre­meciéndose de alegría y de emoción, dijo: “¡Oh médico! ¿Hasta cortandote la cabeza hablarás?” Y el médi­co respondió: “Sí, en verdad, ¡oh rey! Es, efectivamente, una cosa prodigiosa.” Entonces el rey le per­mitió que saliera, aunque escoltado por guardianes, y el médico llegó a su casa, y despachó sus asuntos aquel día, y al siguiente día tam­bién. Y el rey subió al diván, y acudieron los emires, los visires, los chambelanes, los nawabs y todos los jefes del reino, y el diván pa­recía un jardín lleno de flores. Entonces entró el médico en el diván y se colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una cajita de colirio llena de unos polvos. Después se sentó y dijo: “Que me traigan una bandeja.” Le llevaran una bandeja, y vertió los polvos, y los exten­dió por la superficie. Y dijo en­tonces: “¡Oh rey! coge ese libro, pero no lo abras antes de cortarme la cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la bandeja y manda que la aprieten bien contra los pol­vos para restañar la sangre. Des­pués abrirás el libro.” Pero el rey, lleno de impaciencia, no le escu­chaba ya; cogió el libro y lo abrió, encontrando las hojas pegadas unas a otras. Entonces, metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segun­da y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas con más dificultad. De este modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerías, pero no pudo encontrar ninguna clase de escritura. Y el rey diio: “¡Oh médi­co, no hay nada escrito!” Y el médico respondió: “Sigue volviendo más hojas del mismo modo.” Y el rey siguió volviendo más hojas. Pero apenas habían pasado algunos instantes, circuló el veneno por el organismo del rey en el momento y en la hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles convulsiones, y exclamó` “¡El veneno circula!” Y después el médico Ruyán comenzó a improvisar versos, diciendo:

 

¡Esos jueces! ¡Han juzgado, pero excediéndose en sus derechos y contra toda justicia! ¡Y sin embargo, ¡oh Señor! ¡La justicia existe!

¡A su vez fueron juzgados! ¡Si hubie­ran sido íntegros y buenas, se les ha­bría perdonado! ¡Pero oprimieron, y la suerte les ha oprimido y les ha abru­mado con las peores tribulaciones!

¡Ahora son motivo de burla y de piedad para el transeúnte! ¡Esa es la ley! ¡Esto a cambio de aquello! ¡Y el Destino se ha cumplido con toda lógica!

 

Cuándo Ruyán el médico acababa su recitado, cayó muerto el rey. Sabe ahora, ¡oh efrit! que si el rey Yunán hubiera conservado al médi­co Ruyán, Alah a su vez le habría conservado. Pero al negarse; decidió su propia muerte.

Y si tú; ¡oh efrit! hubieses que­rido conservarme, Alah te habría conservado.

En este momento de su narra­ción, Scháhrazada vio aparecer la mañana; y se calló discretamente. Y su hermana Doniazada le dijo: “¡Qué deliciosas son tus palabras!” Y Schabrazada contestó: “Nada es eso comparado con lo que os con­taré la noche próxima, si vivo toda­vía y el rey tiene a bien conservar­me.” Y pasaron aquella noche en la dicha completa y en la felicidad hasta por la mañana. Después el rey se dirigió al diván. Y cuando termino el diván, volvió a su palacio y se reunió con los suyos.


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