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西语阅读:《一千零一夜》连载三 e
日期:2011-09-29 00:28  点击:412

西语阅读:《一千零一夜》连载三 e

Y CUANDO LLEGÓ LA SEXTA NOCHE

 

Schahrazada dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que cuando el pescador dijo al efrit: “Si me hubieras con­servado, yo te habría conservado, pero no has querido más que mi muerte, y te haré morir prisionero en este jarrón y te arrojaré a ese mar”, entonces el efrit clamó y dijo:­“¡Por Alah sobre ti! ¡oh pescador, no lo hagas! Y consérvame gene­rosamente, sin reconvenirme por mi acción, pues si yo fui criminal; tú debes ser benéfico, y los proverbios conocidos dicen: “¡Oh tú que haces bien a quien mal hizo, perdona sin restricciones el crimen del malhe­chor!” Y tú, ¡oh pescador! no hagas conmigo lo que hizo Umama con Atica.” El pescador dijo: “¿Y que caso fue ese?” Y respondió el efrit: “No es ocasión para contarlo estan­do encarcelado. Cuando tú me dejes salir, yo te contaré ese caso.” Pero el pescador dijo. “¡Oh, eso nunca! Es absolutamente necesario que yo te eche al mar, sin que tengas medio de salir. Cuando yo supliqué y te imploraba, tú deseabas mi muerte, sin que hubiera cometido ninguna falta contra ti, ni bajeza alguna, sino únicamente favorecerte, sacándote de ese calabozo. He com­prendido, por tu conducta conmigo, que eres de mala raza. Pero has de saber, que voy a echarte al mar, y enteraré de lo ocurrido a todos los que intenten sacarte, y así te arrojarán de nuevo, y entonces per­manecerás en ese mar hasta el fin de los tiempos para disfrutar todos los suplicios.”' El efrit le contestó: “Suéltame, que ha llegado el mo­mento de contarte la historia. Ade­más te prometo no hacerte jamás ningún daño, y te seré muy útil en un asunto que te enriquecerá para siempre.” Entonces el pescador se fijó bien en esta promesa de que, si libertaba al efrit, no sólo no le haría jamás ningún daño, sino que le favorecería en un buen negocio. Y cuando se aseguró firmemente de su fe y de su promesa, y le tomó juramento por el nombre de Alah Todopoderoso, el pescador abrió el jarrón. Entonces el humo empezó a subir, hasta que salió completa­mente, y se convirtió en un efrit, cuyo rostro era espantosamente horrible. El efrit dio un puntapié al jarrón y lo tiró al mar. Cuando el pescador vio que el jarrón iba cami­no del mar, dio por segura su pro­pia perdición, y dijo: “Verdadera­mente, no es esto una buena señal.” Después intentó tranquilizarse y dijo: “¡Oh efrit! Alah Todopoderoso ha dicho: “Hay que cumplir los jura­mentos, porque se os exigirá cuenta de ellos. Y tú prometiste y juraste que no me harías traición. Y si me la hicieses, Alah te castigará, porque es celoso, es paciente y no olvida. Y yo te digo lo que el médico Ruyán al rey Yunán: Consérvame, y Alah te con­servará.” Al oír estas palabras, el efrit rompió a reír, y echando a andar delante de él, dijo: “¡Oh pescador, sígueme!” Y el pescador echó a andar detrás de él, aunque sin mucha confianza en su salva­ción. Y así salieron completamente de la ciudad, y se perdieron de vista, y subieron a una montaña, y ba­jaron a una vasta llanura, en medio de la cual había un lago. Entonces el efrit se detuvo, y mandó al pes­cador que echara la red y pescase. Y el pescador miró a través del agua, y vio peces blancos y peces rojos, azules y amarillos. Al verlos se maravilló el pescador; después echó su red, y cuando la hubo sacado encontró en ella cuatro peces, cada uno de color distinto. Y se alegró mucho, y el efrit le dijo: “Ve con esos peces al palacio del sultán, ofréceselos y te dará con que enriquecerte. Y, mientras tanto, ¡por Alah! discúlpame mis rudezas, pues olvidé los buenos modales con mi larga estancia en el fondo del mar, adonde me he pasado mil ochocientos años sin ver el mundo ni la superficie de la tierra. En cuanto a ti, vendrás todos los días a pes­car a este sitio, pero nada más que una vez. Y ahora, que Alalh te guarde con su protección.” Y el efrit golpeó con sus dos pies en tierra, y la tierra se abrió y le trago.

Entonces el pescador volvió a la ciudad, muy maravillado de lo que le había ocurrido con el efrit. Des­pués cogió los peces y los llevó a su casa, y en seguida, cogiendo una olla de barro, la llenó de agua y colocó en ella los peces, que comenzaron a nadar en el agua contenida en la olla. Después se puso esta olla en la cabeza y se encaminó al pala­cio del rey, según el efrit le había encargado. Guando el pescador se presentó al rey y le ofreció los peces, el rey se asombró hasta el límite del asombro al ver aquellos peces que le ofrecía el pescador, porque nunca los había visto en su vida, ni de aquella especie ni de aquella calidad, y dispuso: “Que entreguen esos peces a nuestra cocinera negra.” Porque esta esclava se la había regalado, hacía tres días solamente, el rey de los Rum, y aún no había tenido ocasión de lucirse en su arte de la cocina. Así es que el visir le mandó que friera los peces, y le dijo: “¡Oh buena negra! Me encarga el rey que te oiga: Si te guardo como un tesoro, ¡oh gota de mis ojos! es porque te reservo para el día del ataque. De modo que demuéstranos hoy tu arte de cocinera y lo bueno de tus platas.” Dicho esto, volvió el visir después de hacer sus encargos, y el rey le ordenó que diera al pes­cador cuatrocientos dinares. Habién­doselos dado el visir, los guardó, el pescador en una halada de su túnica, y volvió a su casa, cerca de su esposa, lleno de alegría y de expan­sión. Después compró a sus hijos todo lo que podían necesitar. Y hasta aquí es lo que le ocurrió al pescador.

En cuanto a la negra, cogió los peces, los limpió y los puso en la sartén. Después dejó que se frieran bien por un lado y los volvió en seguida del otro. Pero entonces, súbitamente, se abrió la pared de la cocina, y por allí se filtró en la cocina una joven de esbelto talle, mejillas redondas y tersas, párpados pintadas con kohl negro, rostro gentil. y cuerpo graciosamente incli­nado. Llevaba en la cabeza un velo, de seda azul, pendientes en las ore­jas, brazaletes en las muñecas, y en los dedos sortijas con piedras preciosas. Tenía en la mano una varita de bambú. Se acercó, y metiendo la varita en la sartén, dijo: “¡Oh peces! ¿seguís sostenien­do vuestra promesa?” Al ver aque­llo, la esclava se desmayó, y la joven repitió su pregunta por segun­da y tercera vez. Entonces todos los peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: “¡Oh, sí!... ¡Oh, sí!...” Y ento­naron a coro la siguiente estrofa:

 

¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nos­otros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros cumpliremos la nuestra! ¡Pero si quisieras escaparte, no hemos de cejar hasta que te decla­res vencida!

 

Al oír estas palabras, la joven derribó la sartén y salió por el mismo sitio por donde había entra­do, y el muro de la cocina se cerró de nuevo.

Cuando la esclava volvió de su desmayo, vio que se habían que­mado los cuatro peces y estaban negras como el carbón. Y comenzó a decir: “¡Pobres pescados! ¡pobres pescados!”, Y mientras seguía lamen­tándose, he aquí que se presentó el visir, asomándose por detrás de su cabeza, y le dijo: “Llévale los pescados al sultán.” Y la esclava se echó a llorar, y le contó al visir la historia de lo que había ocu­rrido, y el visir se quedó muy maravillado, y dijo: “Eso es verda­deramente una historia muy rara.” Y mandó buscar al pescador, y en cuanto se presentó el pescador, le, dijo: “Es absolutamente indis­pensable que vuelvas con cuatro peces como los que trajiste la pri­mera vez.” Y el pescador se dirigió hacia el lago, echó su red y la sacó conteniendo cuatro peces, que cogió y llevó al visir. Y el visir fue a entregárselos a la negra, y le dijo: “¡Levántate! ¡Vas a freírlos en mi presencia, para que yo vea que asunto es este!” Y la negra se levan­tó, preparó los peces, y los puso al fuego en la sartén. Y apenas habían pasado unos minutos, hete aquí que se hendió la pared, y apareció la joven, vestida siempre con las mis­mas vestiduras y llevando siempre la varita en la mano. Metió la varita en la sartén, y dijo: “¡Oh peces! ¡oh peces! ¿seguís cumplien­do vuestra antigua promesa?” Y los peces levantaron la cabeza, y can­taron a coro esta estancia:

 

¡Si tú. vuelves sobre tus pasos, nos­otros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu juramento, nosotros cumpliremos el nuestro! ¡Pero si reniegas de tus com­promisos, gritaremos de tal modo que nos resarciremos!

 

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.


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