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西语阅读:《一千零一夜》连载四 g
日期:2011-09-29 00:46  点击:246

西语阅读:《一千零一夜》连载四 g

PERO GUANDO LLEGÓ LA 15a. NOCHE

Ella dijo:

 

 

Invoqué, pues, el nombre de Alah, le imploré, y me absorbí en el éxta­sis de la plegaria. Y cuando el viento cambió, por orden del Altísimo, logré subir a lo más alto de la montaña, agarrándome como pude a las rocas y excavaciones: Y mi alegría por hallarme en salvo llegó hasta el lími­te de la alegría. Ya sólo me faltaba llegar a la cúpula; lo conseguí al fin, y pude penetrar en ella. Enton­ces me puse de rodillas y di gracias a Alah por haberme salvado.

Pero estaba tan rendido, que me eché en el suelo y me dormí. Y durante mi sueño oí que una voz me decía: “¡Oh hijo de Kassib! cuando te despiertes cava a tus pies, y encontrarás un arco de cobre y tres flechas de plomo, en las cuales hay grabados talismanes. Coge el arco y dispara contra el jinete que está en la cúpula, y así podrás devol­ver la tranquilidad a los humanos, librándoles de tan terrible plaga. Cuando hieras al jinete, este jinete caerá al mar y el arco se escapará de tus manos al suelo. Le cogerás entonces y lo enterrarás en el mismo sitio en que haya caído. Y mientras tanto, el mar empezará a hervir, creciendo hasta llegar a la cumbre en que te encuentras. Y verás en el mar una barca, y en la barca, a una persona distinta del jinete arrojado al abismo. Esa persona se te acercará con un remo en la mano. Puedes entrar sin temor en la barca. Pero guárdate bien de pronunciar el santo nombre de Alah, y no olvides esto por nada del mundo. Una vez en la barca, te guiará ese hombre, hacién­dote navegar por espacio de diez días, hasta que llegues al Mar de Salva­ción. Y cuando llegues a este mar encontrarás a alguien que ha de llevarte a tu tierra. Pero no olvides que para que todo eso ocurra no debes pronunciar nunca el nombre de Alah.”

Entonces, ¡oh señora mía! desperté y me dispuse animoso a ejecutar las órdenes de aquella voz. Con el arco y las flechas encontradas disparé contra el jinete, lo derribé, y lo vi hundirse en el mar. El arco se me escapó de la mano, y lo enterre en el mismo sitio en que había caído. En seguida el mar se agitó, hirvió y se desbordó, llegando hasta la cumbre en que yo me hallaba. Y a los pocos instantes vi en medio del mar una barca que se dirigía hacia la costa. Entonces di gracias a Alah el Altísimo. Y al aproximar­se la barca advertí en ella a un hombre de bronce que llevaba en el pecho una chapa de plomo con nom­bres y talismanes grabados. Y cuando la barca llegó, entré en ella, pero sin decir palabra. Y el hombre de bronce me condujo durante un día, durante dos, durante tres, y así suce­sivamente, hasta diez días. Entonces vi unas islas a lo lejos. ¡Aquello era la salvación! Y me alegré hasta el límite de la alegría; pero tanta era la plenitud de mi emoción y de mi gratitud hacia el Altísimo, que pronuncié el nombre de Alah y lo glorifiqué, exclamando: “¡Alahu akbar! ¡Alahu akbar!”

Pero apenas dije tan sagradas pala­bras, el hombre de bronce se apoderó de mí, me arrojó al mar, y hundién­dose a lo lejos, desapareció.

Estuve nadando hasta el anoche­cer, en que mis brazos, quedaron extenuados y rendido todo mi cuer­po. Entonces, viendo aproximarse la muerte, dije la schehada, mi, profesión de fe, y me dispuse a morir. Pero en aquél momento una ola más enorme que las otras vino desde la lejanía como una torre gigantesca y me despidió con tal empuje, que me encontré junto a unas islas que había divisado en lontananza. ¡Así lo quiso Alah!

Entonces trepé a la orilla, retorcí mi ropa, tendiéndola en el suelo para que se secase, y me eché a dormir, sin despertar hasta por la mañana. Me puse mis vestidos secos, me levanté buscando donde ir, y me in­terné en un pequeño valle fértil, recorriéndolo en todas direcciones, y así di una vuelta entera al lugar en que me encontraba, viendo que me rodeaba el mar por todas partes. Y me dije: “¡Qué fatalidad la mía! ¡Siempre que me libro de una des­gracia caigo en otra peor!”

Mientras me absorbían tan tristes pensamientos, divisé que venía por el mar una barca con gente. Enton­ces, temeroso de que me ocurriera algo desagradable, me levanté y me encaramé, a un árbol para esperar los acontecimientos. Al arribar la barca salieron de ella diez esclavos con una pala cada uno. Anduvieron hasta llegar al centro de la isla, y allí empezaron a cavar la tierra, dejando al descubierto una trampa. La levantaron, y abrieron una puerta que apareció debajo. Hecho esto, vol­vieron a la barca, descargando de su interior-y echándose a hombros gran cantidad de efectos: pan, harina, miel, manteca, carneros, sacos llenos y otras muchas cosas; todo, en fin, lo que pueda desear, quien vive en una casa. Los esclavos siguieron yendo y viniendo del subterráneo a la barca y de la barca a la trampa, hasta vaciar completamente aquella, sacan­do luego trajes suntuosos y magní­ficos, que se echaron al brazo; y entonces vi salir de la barca, en medio de los esclavos, a un anciano venerable, tan flaco y encorvado por los años y las vicisitudes, que apenas tenia apariencia humana. Este jeique llevaba de la mano a un joven her­mosísimo, moldeado realmente en el molde de la perfección, rama tierna­ y flexible, cuyo aspecto hubo de cautivar mi corazón.

Llegaron hasta la puerta, la fran­quearon y desaparecieron ante mis ojos. Pero pasados unos instantes, subieron todos menos el joven; en­traron otra vez en la barca y se alejaron por el mar.

Cuando los hube perdido de vista, salté del árbol, corrí hacia el sitio donde estaba la trampa, que habían cubierto otra vez de tierra, y la qui­té de nuevo. Entonces descubrí la trampa, que era de madera y del tamaño de una piedra de molino, la levanté con ayuda de Alah, y vi que arrancaba de ella una escalera abovedada. Descendí poseído de asombro sus peldaños de piedra, y me encontré al fin en un espacioso salón revestido de tapices magníficos y colgaduras de seda y terciopelo. En un diván, entre bujías encendi­das, jarrones con flores y tarros llenos de frutas y de dulces, aparecía sentado el joven, que estaba hacién­dose aire con un abanico. Al verme se asustó mucho, pero yo le dije con mi más armoniosa voz: “¡La paz sea contigo!” Y él contestó, tranquilizán­dose: “¡Y contigo sea la paz, la misericoria de Alah y sus bendicio­nes!” Yo le dije: “¡Oh mi señor! Que tu corazón no se alarme. Aquí donde me ves, soy rey e hijo de un rey. Alah me ha guiado hasta ti para sacarte de este subterráneo, al cual sin duda te trajeron para que murie­ses. Pero yo te libertaré. Y serás mi amigo, pues me bastó verte para, estar predispuesto a tu favor.”

Entonces el joven, dibujando una sonrisa en sus labios, me invitó a que me sentase junto a él en el diván, y me dijo: “Sabe, ¡oh señor mío! que no me trajeron a este lugar para que muriese, sino para librarme de la muerte. Sabe también que soy hijo de un gran joyero, conocido en todo el mundo por sus riquezas y la cuantía de sus tesoros. Las cara­vanas que van por cuenta suya a lejanos países para vender su pedre­ría a los reyes y emires de la tierra han extendido su reputación por to­das partes. Al nacer yo, siendo ya él de edad madura, le anunciaron los maestros -de la adivinación que 'su hijo había de morir antes que su pa­ore y su madre; y mi padre, este día, a pesar del regocijo que le había cau­sado mi nacimiento y la felicidad de mi madre, que me dio al mundo después del término de nueve rieses, por voluntad de Alah, experimentó un dolor muy grande, sobre todo cuando: los sabios que habían leído en los astros mi suerte le dijeron: “Matará a tu hijo un rey, hijo de otro rey, llamado Kassib, cuarenta días después de que aquél haya arro­jado al mar al jinete de bronce de la montaña magnética.” Y mi padre el joyero quedó afligidísimo. Y cuidó de mí, educándome con mucho esme­ro, hasta que hube cumplido los quince años. Pero entonces supo que el jinete había sido echado al mar, y la noticia le apenó y le hizo llorar tanto, que en poco tiempo palideció su cara, enflaqueció su cuerpo y toda su persona adquirió la apariencia de un hombre decrepito, rendido por los años y las des­venturas. Entonces me trajo a esta morada subterránea, la cual mandó construir para sustraerme a la busca del rey que había de matarme cuan­do cumpliera yo los quince años, y yo y mi padre estamos seguros de que el hijo de Kassib no podrá dar conmigo en esta isla desconocida. Tal es la causa de mi estancia en este sitio.”

Entonces pensé yo: “¿Cómo po­drán equivocarse así los sabios que leen en los astros? Porque, ¡por Alah! este joven es la llama de mi corazón, y más fácil que matarlo me sería matarme.” Y luego le dije: “¡Oh hijo mío! Alah Todopoderoso no consentirá nunca que se quiebre flor tan hermosa. Estoy dispuesto a defenderte y a seguir aquí contigo toda la vida.” Y él me contestó: “Pasados cuarenta días vendrá a bus­carme mi padre, pues ya no habrá peligro.” Y yo le dije: “¡Por Alah! que permaneceré en tu compañía esos cuarenta días, y después le diré a tu padre que te deje ir a mi reino, donde serás mi amigo y heredero del trono.”

Entonces el mancebo me dio las gracias con palabras cariñosas; y comprendí que era en extremo cortés y correspondía a la inclinación que a él me arrastraba. Y empezamos a conversar amistosamente, regalándo­nos con las vituallas deliciosas de sus provisiones, que podían bastar para un año a cien comensales.

Al acercarse el día me desperté y me lavé, llevando al joven la palan­gana llena de agua perfumada para que asimismo se lavase, y preparé los alimentos y comimos juntos, hablando, jugando y riendo luego hasta la noche. Y entonces pusimos la mesa y cenamos un carnero relle­no de almendras, pasas, nuez mos­cada, clavo y pimienta. Y bebimos agua dulce y fresca, y tomamos también sandía, melón, tortas y pos­telillos tan finos y leves como una cabellera, en los cuales no se había escatimado la manteca, la miel, las almendras ni la canela. Y así deja­mos transcurrir, tranquilos y felices; hasta el día cuadragésimo. Este úl­timo día, como tenía que venir su padre, el joven quiso darse un buen baño, y puse a calentar agua en el caldero vertiéndola después en la tina de cobre y añadiéndole agua fría para hacerla más agrable. El joven entró en el baño, lavándose y. Perfumándose.

Al despertarse quiso comer algo, y eligiendo la sandía más hermosa y colocándola en una bandeja, y la bandeja, en un tapiz, me subí a la cama para coger el cuchillo grande, que pendía de la pared sobre la cabeza del mancebo. Y he aquí que el joven, por divertirse, me hizo de pronto cosquillas en una pierna, produciéndome tal efecto, que caí encima de él sin querer y le clavé el cuchillo en el corazón. Y expiró en seguida.

He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que el tercer saaluk, mien­tras permanecían sentados y cruzados de brazos los demás, vigilados por los siete negros, que tenían en la mano el alfanje desnudo, prosiguió diri­giéndose a la dueña de la casa:


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