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西语阅读:《一千零一夜》连载十七 a
日期:2011-09-30 02:41  点击:261

西语阅读:《一千零一夜》连载十七 a

PERO CUANDO LLEGÓ LA 29a NOCHE

Ella dijo:

 

 

He llegado a saber ¡oh rey afor­tunado! que cuando el joven dijo al barbero: “Vas a volverme loco y a matarme de impaciencia”, el barbero respondió:

“Sabe, sin embargo, ¡oh mi señor! que soy un hombre a quien todo el mundo llama el Silencioso, a causa de mi poca locuacidad. De modo que no me haces justicia creyendo me un charlatán, sobre todo si te tomas la molestia de compararme, siquiera sea por un momento, con mis hermanos. Porque sabe que ten­go seis hermanos que ciertamente son muy charlatanes, y para que los co­nozcas te voy a decir sus nombres: el mayor se llama El-Bacbuk, o sea el que al hablar hace un ruido como un cántaro que se vacía; el segundo, El-Haddar, o el que muge repetidas veces como un camello; el tercero, Bacbac, o el Cacareador hinchado; el cuarto, El-Kuz. El-Assuani, o el Botijo irrompible de Assuan; el quin­to, -El-Aschâ, o la Camella preñada, o el Gran Caldero; el sexto, Schaka­lik, o el Tarro hendido, y el séptimo, El-Samet o el Silencioso; y este si­lencioso es tu servidor.”

Cuando oí todo este flujo de pa­labras, sentí que la impaciencia me reventaba la vejiga de la hiel, y ex­clamé dirigiéndome a misa criados: ¡Dadle en seguida un cuarto de dinar a este hombre y que se largue de aquí! Porque renuncio en abso­luto a afeitarme.” Pero él barbero, apenas oyó esta orden, dijo: “¡Oh mi señor! ¡qué palabras tan duras acabo de escuchar de tus labios! Por­que ¡por Alah! sabe que quiero tener el honor de servirte sin ninguna re­tribución, y de servirte sin remedio, pues considero un deber el ponerme a tus órdenes y ejecutar tu voluntad. Y me creería deshonrado para toda mi vida si aceptara lo que quieres darme tan generosamente. Porque sabe que si tú no tienes idea alguna de mi valía, yo, en cambio, estimo en mucho la tuya. Y estoy seguro de que eres digno hijo de tu difunto padre. (¡Alah lo haya recibido en Su misericordia!) Pues tu padre era acreedor mío por todos los beneficios de que me colmaba. Y era un hom­bre lleno de generosidad y de gran­deza, y me tenía gran estimación, hasta el punto de que un día me mandó llamar, y era un día bendito como éste: y cuando llegué a su casa le encontré rodeado de muchos ami­gos, y a todos los dejó para venir a mi encuentro, y me dijo: “Te rue­go que me sangres.” Entonces saqué el astrolabio, medí la altura del sol, examiné escrupulosamente los cálcu­los, y descubrí que la hora era ne­fasta y que aquel día era muy peli­grosa la operación de sangrar. Y en seguida comuniqué mis temores a tu difunto padre, y tu padre se sometió dócilmente a mis palabras, y tuvo paciencia hasta que llegó la, hora fausta y propicia para la ope­ración. Entonces le hice una buena sangría, y se la dejó hacer con la mayor docilidad, y me dio las gra­cias más expresivas, y por si no fue­se bastante, me las dieron también todos los presentes. Y para remune­rarme por la sangría, me dio en el acto tú difunto padre cien dinares de oro.”

Yo, al oír estas palabras, le dije: ¡Ojalá no haya tenido Alah com­pasión de mi difunto padre, por lo ciego que estuvo al recurrir a un barbero como tú!” Y el barbero, al oírme, se echó a reír, meneando la cabeza, y exclamó: “¡No hay más Dios que Alah, y Mahoma es el en­viado de Alah! ¡Bendito sea el nom­bre de Aquel que transforma y no se transforma! Ahora bien, ` ¡oh jo­ven! yo te creía dotado de razón, pero estoy viendo que la enferme­dad que tuviste te ha perturbado por completo el juicio y te hace divagar. Pero esto no me asombra, pues co­nozco las palabras santas dichas por Alah en nuestro Santo y Precioso Libro en el versículo que empieza de éste modo: “Los que reprimen su ira, y perdonan a los hombres cul­pables . . .” De modo, -que me aven­go a olvidar tu sinrazón para con­migo y olvido también tus agravios, y de todo ello te disculpo. Pero, en realidad, he de confesarte que no comprendo tu impaciencia ni me ex­plico su causa. ¿No sabes que tu padre no emprendía nunca nada sin consultar antes mi opinión? Y a fe que en esto seguía el proverbio que dice: “¡El hombre que pide consejo se resguarda!” Y yo, está seguro de ello, soy un hombre de valía, y no encontrarás nunca tan buen consejero como éste tu servidor, ni persona más versada en los preceptos de la sabiduría y en el arte de dirigir há­bilmente los negocios. Heme, pues, aquí, plantado sobre mis dos pies, aguardando tus órdenes y dispuesto por completo a servirte. Pero dime; ¿cómo es que tú no me aburres y en cambio te veo tan fastidiado y tan furioso? Verdad que si tengo tanta paciencia contigo es sólo por res­peto a la memoria de tu padre, a quien soy deudor de muchos bene­ficios.” Entonces le repliqué: “¡Por Alah! ¡Ya es demasiado! Me estás matando con tu charla. Te repito que sólo te he mandada llamar para que me afeites la cabeza y te mar­ches en seguida.”

Y diciendo esto, me levante muy furioso, y quise echarle y alejarle de allí, a pesar de tener ya mojado y jabonado el cráneo. Entonces, sin alterarse, prosiguió: “En verdad que acabo de comprobar que te fastidio sobremanera. Pero no por eso te tengo mala voluntad, pues compren­do que tu inteligencia no está muy desarrollada; y que además eres to­davía demasiado joven. Pues no hace mucho tiempo que aún te llevaba yo a caballo sobre mis espaldas, para conducirte de este modo a la escue­la, a la cual no querías ir” Y le contesté: “¡Vamos;, hermano, te con­juro por Alah y por su verdad santa, que te vayas de aquí y me dejes de­dicarme a mis ocupaciones! ¡Vete por tu camino!” Y al pronunciar estas palabras, me dio tal ataque de impaciencia, que me desgarré las vestiduras y empecé a dar gritos inar­ticulados, corno un loco.


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