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西语阅读:《一千零一夜》连载十七 c
日期:2011-09-30 02:46  点击:176

西语阅读:《一千零一夜》连载十七 c

“Fíjate bien: he aquí la danza de mi amigo Zeitún el del hammam... ¿Qué te ha parecido?' Y en cuanto a su canción, es ésta:

 

¡Mi amiga es tan gentil, que el cor­dero más dulce no la iguala en dulzura! ¡La quiero apasionadamente, y ella me ama, lo mismo! ¡Y me quiere tanto, que apenas me alejo uta instante la veo acudir y echarse en mi cama!

¡Mi amiga es tan gentil, que el cor­dero más dulce no la iguala en dulzura!

 

“Pero ¡oh hijo de mi vida! -pro­siguió el barbero- he aquí ahora la danza de mi amigo el basurero Hamid. ¡Observa cuán sugestiva es, cuánta es su alegría y cuanto es su ciencia!... Y escucha la canción:

 

¡Mi mujer es avara, y si la hiciese caso me moriría de hambre!

¡Mi mujer es fea, y si la hiciese caso estaría siempre encerrado en mi casa!

¡Mi mujer esconde el pan en la ala­cena! ¡Pero si no como pan Y sigue siendo tan fea que haría correr a un negro de narices aplastadas, tendré que acabar por huir!

 

Después, el barbero, sin darme tiempo ni para hacer una seña de protesta, imitó todas las danzas de sus amigos y entonó todas sus canciones. Y luego me dijo: “Eso es lo que saben hacer mis amigos. De modo que si quieres reírte de veras, he de aconsejarte, por interés tuyo y placer para todos, que vengas a mi casa, para estar en nuestra com­pañía, y dejes a esos amigos a quie­nes me has dicho que tenías inten­ción de ver. Porque observo aún en tu cara huellas de fatiga, y además de esto, como acabas de salir de una enfermedad, convendría que te pre­cavieses, pues es muy posible que haya entre esos amigos alguna perso­na indiscreta, de esas aficionadas a la palabrería, o cualquier charlatán sempiterno, curioso e importuno, que te haga recaer en tu enfermedad de modo más grave, que la primera vez.”

Entonces dije: “Hoy no me es posible aceptar tu invitación; otro día será:” Y él contestó: “Lo más ventajoso para ti es que apresures el momento de venir a mi casa, para que disfrutes de toda la urbanidad de mis amigos y te aproveches de sus admirables cualidades. Así, obra­rás según dice el poeta:

 

¡Amigo, no difieras nunca el apro­vecharte del goce que se te ofrece! ¡No dejes nunca para otro día la voluptuo­sidad que pasa! ¡Porque la voluptuosi­dad no pasa todos los días, ni el goce ofrece diariamente sus labios a tus labios! ¡Sabe que la fortuna es mujer, y como la mujer, mudable!

 

Entonces, con tanta arenga y tanta habladuría, hube de echarme a reír, pero con el corazón lleno de rabia. Y después dije al barbero: “Ahora te mando que acabes de afeitarme y me dejes ir por el cami­no de Alah, bajo su santa protección, y por tu parte, ve a buscar a tus amigos, que, a estas horas te estarán aguardando.” Y el barbero repuso: “Pero ¿porqué te niegas? Realmente, no es que te pida una gran cosa. Fíjate bien que vengas a conocer a mis amigos, que son unos compa­ñeros deliciosos y que nada tienen de indiscretos ni de importunos. Y aún podría decirte que, en cuanto los veas una vez nada más, no querrás tener trato con otros, y abandonarás para, siempre a tus actuales amigos.” Y yo dije: “¡Aumente Alah la satis­facción que su amistad te causa! Algún día los convidaré a un ban­quete que daré para ellos.”

Entonces ese maldito barbero me dijo: “Ya veo que de todos modos prefieres el festín de tus amigos y su compañía a la compañía de los míos; pero te ruego que tengas un poco de paciencia y que aguardes a que lleve a mi casa estas provisio­nes que debo a tu generosidad. Las pondré en el mantel, delante de mis convidados, y como mis amigos no cometerán la majadería de molestarse si los dejo solos para que honren mi mesa, les diré que por hoy no cuen­ten conmigo ni aguarden mi regreso. Y en seguida vendré a buscarte, para ir contigo adonde quieras ir.”. Entonces exclamó: “¡Oh! ¡Sólo hay fuerzas y recursos en Alah Altísimo y Omnipotente! Pero tú ¡oh ser humano! vete a buscar a tus amigos, diviértete con ellos cuanto quieras, y déjame marchar en busca de los míos, que a esta hora precisamente esperan mi llegada.” Y el barbero dijo: “¡Eso nunca! De ningún modo consentiré en dejarte solo.” Y yo, haciendo mil esfuerzos para no insul­tarle, le dije: “Sabe, en fin, que, al sitio donde voy no puedo ir más que solo.” Y él dijo: “¡Entonces ya, comprendo! Es que tienes cita con una mujer, pues si no, me llevarías contigo. Y sin embargo, sabe que no hay en el mundo quien merezca ese honor como yo, y sabe además que podría ayudarte mucho en cuanto quisieras hacer. Pero ahora se me ocurre que acaso esa mujer sea una forastera embaucadora. Y si es así, ¡desdichado de ti si vas solo! ¡Allí perderás el alma seguramente! Porque esta ciudad de Bagdad no se presta a esa clase de citas. ¡Oh, nada de eso! Sobre todo, desde que tene­mos este nuevo gobernador, cuya severidad es tremenda para estas co­sas. Y dicen que por odio y por envi­dia castiga con tal crueldad esa clase de aventuras.”

Entonces, no pudiendo reprimir­me, exclamé violentamente: “¡Oh tú el más maldito de los verdugos! ¿Vas a acabar de una vez con esa infame manía de hablar?” Y el barbero con­sintió en callar un momento, cogió de nuevo la navaja, y por fin acabó de afeitarme la cabeza. Y a todo esto, ya hacía rato que había llegado la hora de la plegaria. Y para que el barbero se marchase, le dije: “Ve a casa de tus amigos a llevarles esos manjares y bebidas, que yo te pro­meto aguardar tu vuelta para que puedas acompañarme a esa cita.” E insistí mucho, a fin de convencer­lo. Y entonces me dijo: “Ya veo que quieres engañarme para desha­certe de mí y marcharte solo. Pero sabe que te atraerás una serie de calamidades de las que no podrás salir ni librarte. Te conjuro, pues, por interés tuyo, a que no te vayas, hasta que yo vuelva, para acompa­ñarte y saber en qué para tu aventu­ra.” Yo le dije: “Sí, pero ¡por Alah! no tardes mucho en volver.” Entonces el barbero me rogó que le ayudara a echarse a cuestas todo lo que le había regalado, y a ponerse encima de la cabeza las dos grandes, bandejas de dulces, y salió cargado de este modo. Pero apenas se vio fuera el maldito, cuando llamó a dos ganapanes, les entregó la carga, les mandó que la llevasen a su casa, y se emboscó en una calleja, ace­chando mi salida.

En cuanto a mí, apenas desapare­ció el barbero, me lavé lo más de prisa posible, me puse la mejor ropa, y salí de mi casa. E inmediatamente oí la voz de los muezines, que lla­maban a los creyentes a la oración aquel santo día viernes:

 

¡Bismillahi'rramani'rrahim! ¡En nom­bre de Alah, el Clemente sin límites, el Misericordioso!

¡Loor a Alah, Señor de los hombres, Clemente y Misericordiosa!

¡Supremo soberano, Arbitro absoluto el día de la Retribución!

¡A ti adoramos, tu socorro implora­mos!

¡Dirígenos par el camino recto,

Por el camino de aquellos a quienes colmaste de beneficios,

Y no por el camino de aquellos que incurrieron en tu cólera, ni de los que se han extraviado!

 

Al verme fuera de casa, me dirigí apresuradamente a la de la joven. Y cuando llegué a la puerta del kadí, instintivamente volví la cabeza y vi al maldito barbero a la entrada del callejón. Pero como la puerta estaba entornada, esperando que yo llegase, me precipité dentro y la cerré en seguida. Y vi en el patio a la vieja, que me guió al pisa alto, donde estaba la joven.

Pero apenas había entrado, oímos gente que venía por la calle. Era el kadí, que, con su séquito, volvía de la oración. Y vi en la esquina al barbero, que seguía aguardándome. En cuanto al kadí, me tranquilizó la joven, diciéndome que la visitaba pocas veces, y que ademas siempre se encontraría medio de ocultarme.

Pero, por mi desgracia, había dis­puesto Alah que ocurriera un inci­dente, cuyas consecuencias hubieron de serme fatales. Se dio la coinci­dencia de que precisamente aquel día una de las esclavas del kadí hubiese merecido un castigo. Y el kadí, en cuanto entró, se puso a apa­learla, y debía pegarle muy recio, porque la esclava empezó a dar ala­ridos. Y entonces uno de los negros de la casa intercedió por ella; pero, enfurecido el kadí, le dio también de palos, y el negro empezó a gritar. Y se armó tal tumulto, que alborotó toda la calle, y el maldito barbero creyó que me habían sorprendido y que era yo quien chillaba. Entonces comenzó a lamentarse, y se desgarró la ropa, se cubrió de polvo la ca­beza y pedía socorro a los transeún­tes que empezaban a reunirse a su alrededor. Y llorando decía:' “¡Aca­ban de asesinar a mi amo en la casa del kadí!” Después, siempre chillan­do, corrió a mi casa seguido de la multitud, y avisó a mis criados, que en seguida se armaron de garrotes y corrieron hacia la casa del kadí, vociferando y alentándose mutua­mente. Y llegaron todos, con el bar­bero a la cabeza. Y el barbero seguía destrozándose la ropa y gritando a voz en cuello delante de la puerta del kadí, junto adonde yo estaba.

Y cuando el kadí oyó este tumul­to, miró por una ventana y vio a todos aquellos energúmenos que gol­peaban su puerta con los palos, Entonces, juzgando que la cosa era bastante grave, bajó, abrió la puerta y preguntó: “¿Qué pasa, buena gen­te?” Y mis criados le dijeron: “¿Eres tú quien ha matado a nuestro amo?” Y él repuso: “¿Pero quién es vuestro amo, y qué ha hecho para que yo le mate?...

 

  En esté momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

 


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