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西语阅读:《一千零一夜》连载十八 a
日期:2011-09-30 02:48  点击:228

西语阅读:《一千零一夜》连载十八 a

PERO CUANDO LLEGÓ LA 30a NOCHE

Ella dijo:

 

He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que el kadí, sorprendido, repuso: “¿Qué ha hecho vuestro amo para que yo le mate?' ¿Y por qué está entre vosotros ese barbero que chilla y se revuelve como un asno?” Entonces el barbero exclamó: “Tú eres quien ha matado a palos a mi amo, pues yo estaba en la calle y sus gritos.” Y el kadí contestó: “¿Pero quién es tu amo? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Quién lo ha traído aquí?” Y el barbero dijo: “Malhadado kadí, no té hagas el tonto, pues sé toda la historia, la en­trada de mi amó en tu casa y todos los demás pormenores. Sé, y ahora quiero que todo el mundo lo sepa, que tu hija está prendada de mi amo, y mi amo la corresponde. Y le he acompañado hasta aquí. Y tú lo has sorprendido con tu hija, y lo has matado a palos, sin ayuda de tu servidumbre. Y yo te voy a obli­gar, ahora mismo a que vengas con­migo al palacio de nuestro único juez, el califa, como no prefieras devolvemos inmediatamente a nues­tro amo, indemnizarle de los malos tratos que le has hecho sufrir y en­tregárnoslo sano y salvo, a mí y a sus parientes Si no, me obligarás a entrar a viva fuerza en tu casa para libertarlo. Apresúrate pues, a entre­gárnoslo.”

Al oír estas palabras, el kadí que­dó cortado y lleno de confusión y de vergüenza ante toda aquella gente que estaba escuchando. Pero de to­dos modos, volviéndose hacia el bar­bero, le dijo: “Si no eres un embau­cador, te autorizo para que entres en mi casa y busques a tu amo por donde quieras, y lo libertes.” Enton­ces el barbero se precipitó dentro de la casa.

Y yo, que asistía a todo esto detrás de una celosía, cuando vi que el barbero había entrado en la casa; quise huir inmediatamente. Pero por más que buscaba escaparme, no hallé ninguna salida que no pudiese ser vista por la gente de la casa o no la pudiese utilizar el barbero. Sin em­bargo, en una de las habitaciones encontré un cofre enorme que estaba vacío, y me apresuré a esconderme en él, dejando caer la tapa. Y allí me quedé bien quieto, conteniendo la respiración.

Pero el barbero, después de rebus­car por toda la casa, entró en aquel cuarto, y debió mirar a derecha e izquierda y ver el cofre. Entonces, el maldito comprendió que yo estaba dentro, y sin decir nada, lo cogió, se lo cargó a hombros y buscó a escape la salida,, mientras que yo me moría de miedo. Pero dispuso la fatalidad que el populacho se em­peñase en ver lo que había en el cofre, y de pronto levantaron la tapa. Y yo, no pudiendo soportar aquella vergüenza, me levanté súbitamente y me tiré al suelo, pero con tal precipitación, que me rompí una pierna, y desde entonces estoy cojo. Y luego sólo pensé en escapar y es­conderme, y como me vi entre una muchedumbre tan extraordinaria, me puse a echar puñados de monedas, y mientras se detuvieron a recoger el oro, me escurrí y escapé lo más aprisa que pude. Y así recorrí las calles más oscuras y más apartadas. Pero juzgad cuál sería mi temor cuan­do de pronto vi al barbero detrás de mí. Y decía a gritos: “¡Oh bue­nas gentes! ¡Gracias a Alah que he encontrado a mi amo!” Después, sin dejar de correr detrás de mí, me dijo: “¡Oh mi señor! `Ya ves ahora cuán mal hiciste en obrar con impa­ciencia y sin atender a mis conse­jos, porque, según has podido com­probar; no eres hombre de muchas luces, pues eres muy arrebatado y hasta algo simple. Pero señor, ¿adón­de corras así? ¡Aguárdame!” Y yo, que no sabía ya cómo deshacerme de aquella calamidad a no ser por la muerte, me paré y le dije: “¡Oh barbero! ¿No te basta con haberme puesto en el estado en que me ves? ¿Quieres, pues, mi muerte?”

Pero al acabar de hablar vi abier­ta delante de mí la Senda de un mercader amigo mío. Me precipité dentro y supliqué al mercader, que le impidiera entrar detrás de mí a ese maldito. Y pudo lograrlo con la amenaza de un garrote enorme y echándole miradas terribles. Pero el barbero no se fue sin maldecir al mercader y también al padre y al abuelo del mercader, vomitando in­sultos, injurias y maldiciones tanto contra mí como, contra el mercader. Y yo di gracias al Recompensador por quella liberación que no espera­ba nunca.

El mercader me interrogó enton­ces, y le conté mi historia con este barbero, y le rogué que me dejara en su tienda hasta mi curación, pues no quería volver a mi casa por miedo a que me persiguiese otra vez ese barbero de betún.

Pero por la gloria de Alah, mi pierna acabó de curarse. Entonces cogí todo el dinero que me quedaba, mandé llamar a testigos y escribí un testamento, en virtud del cual legaba a mis parientes el resto de mi fortu­na, mis bienes y mis propiedades después de mi muerte, y elegí a una persona de confianza para que admi­nistrase todo aquello, encargándole que tratase bien a todos los. míos, grandes y pequeños. Y para perder de vista definitivamente a este bar­bero maldito decidí salir de Bagdad y marcharme a cualquiera otra parte, donde no corriese riesgo de encon­trarme cara a cara con mi enemigo, Salí, pues, de Bagdad, y no dejé de viajar día y noche hasta, que lle­gué a este país, donde creía haberme librado de mi perseguidor. Pero ya veis que todo fue trabajo perdido, ¡oh mis señores! pues me lo acabo de encontrar entre vosotros, en este banquete a que me, habéis invitado.

Por eso os explicaréis que no pue­da tener tranquilidad mientras no huya de este país, como del otro, ¡y todo por culpa de ese malvado, de esa calamidad con cara de pio­jo, de ese barbero asesino, a quien Alah confunda, a él, a su familia y a toda su descendencia!”

Cuando aquel joven -prosiguió el sastre, hablando al rey de la China- acabó de pronunciar estas pa­labras, se levantó con el rostro muy pálido, y nos deseó la paz, y salió sin que nadie pudiera impedírselo.

En cuanto a nosotros, una vez que oímos esta historia tan sorpren­dente, miramos al barbero, que esta­ba callado y con los ojos bajos, le dijimos: '“¿Es verdad lo que ha con­tado ese joven? Y en tal caso, ¿por qué procediste de ese modo, causán­dole tanta desgracia?' Entonces, el barbero levantó la frente, y nos dijo: “¡Por Alah! Bien sabía yo lo que me hacía al obrar así, y lo hice para ahorrarle mayores calamidades. Pues a no ser por mí, estaba perdido sin remedio. Y tiene que dar gracias a Alah y dármelas a mí por no haber perdido más que una pierna en vez de perderse por completo. En cuanto a vosotros, ¡oh mis señores! Para probaros que no soy ningún char­latán, ni un indiscreto, ni en nada semejante a ninguno de mis seis hermanos, y para demostraros tam­bién que soy un hombre listo y de buen criterio, y sobre todo muy ca­llado os voy a contar mi historia y juzgaréis.”

Después de estas palabras, todos nosotros -continuó el sastre- nos dispusimos, a escuchar en silencio aquella historia, que juzgábamos ha­bía de ser extraordinaria.”


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