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西语阅读:《一千零一夜》连载十八 b
日期:2011-09-30 02:50  点击:272

西语阅读:《一千零一夜》连载十八 b

HISTORIAS DEL BARBERO DE BAGDAD Y DE SUS SEIS HERMANOS

(Contadas por el barbero y repetidas por el sastre)

 

 

 

 

 

 

Pero un día entre los días, el califa tuvo motivos de queja contra diez individuos que habitaban no lejos de la ciudad, y mandó al gobernador­-lugarteniente que trajese entre sus manos a estos diez individuos. Y quiso el Destino que precisamente cuando les hacían atravesar el Tigris en una barca, estuviese yo en la orilla del río. Y vi a aquellos hom­bres en la barca, y dije para mí: “Seguramente esos hombres se han dado cita en esa barca para pasarse en diversiones todo el día, comiendo y bebiendo. Así es que necesaria­mente me tengo que convidar para tomar parte en el festín.”

Me aproximé a la orilla, y sin decir palabra, que por algo soy el Silencioso, salté a la barca y me mezclé, con todos ellos. Pero de pron­to vi legar a. los guardias del walí, que se apoderaron, de todos, les echaron a cada uno una argolla al cuello y cadenas, a las manos, y acabaron por cogerme a mí también y ponerme asimismo la argolla al cuello y las cadenas a las manos. Y yo no dije palabra, lo cual os demostrará ¡oh mis señores! mi fir­meza de carácter y mi poca locuaci­dad. Me aguanté pues, sin protestar; y me vi llevado con los diez indivi­duos a la presencia del Emir de los Creyentes, el califa Montasser Billah..

Y en cuanto nos vio, el califa llamó al portaalfanje, y le dijo: ¡Corta inmediatamente la cabeza a esos diez malvados!” Y el ver­dugo nos puso en fila en el patio, a la vista del califa, y empuñando el alfanje, hirió la primera cabeza y la hizo saltar, y la segunda, y la terce­ra, hasta la décima. Pero cuando llegó a mí, el número de cabezas cortadas era precisamente el de diez, y no tenía orden de cortar ni una más. Se detuvo, por tanto, y dijo al califa que sus órdenes estaban ya cumplidas. Pero entonces volvió la cara el califa, y viendome todavía en pie, exclamó: “¡Oh mi porta­alfanjel! ¡Te he mandado cortar la cabeza a los diez malvados! ¿Cómo es que perdonaste al décimo?” Y el portaalfanje repuso: “¡Por la gracia de Alah sobre ti y par la tuya sobre nosotros! He cortado diez cabezas.” Y el califa dijo: “Vamos a ver; cuéntalas delante de mi”. Las contó, y efectivamente, resultaron diez ca­bezas. Y entonces el califa me miró y me dijo: “¿Pero tú quién eres? ¿Y qué haces ahí entre esos bandidos, derramadores de sangre?” Entonces, ¡oh mis señores! y sólo entonces, al ser interrogado por el Emir de los Creyentes, me resolví a hablar. Y dije: “¡Oh Emir de los Creyentes! Soy el jeique a quien llaman El-Sa­med, a causa de mi poca locuacidad. En punto a prudencia, tengo un buen acopia en mi persona, y en cuanto a la rectitud de mi juicio, la grave­dad de mis palabras, lo excelente de mi razón, lo agudo de mi inteligen­cia y mi ninguna verbosidad, nada he de decirte, pues tales cualidades en mí son infinitas. Mi oficio es el de afeitar cabezas y barbas, escarifi­car piernas y pantorrillas y aplicar ventosas y sanguijuelas. Y soy uno de los siete hijos de mi padre, y mis seis hermanos están vivos.

“Pero he aquí la aventura. Esta misma mañana me paseaba yo a lo largo del Tigris, cuando vi a esos diez individuos que saltaban a una barca, y me junté con ellos, y con ellos me embarqué, creyendo que es­taban convidados a algún banquete en el río. Pero he aquí que, apenas llegamos a la otra orilla, adiviné que me encontraba entre criminales, y me di cuenta de esto al ver a tus guardias que se nos echaban encima y nos ponían la argolla al cuello. Y aunque nada tenía yo que ver, con esa gente, no quise hablar ni una palabra ni protestar de ningún modo, obligándome a ello mi excesiva fir­meza de carácter y mi ninguna locua­cidad. Y mezclado con estos hombres fui conducido entre tus manos, ¡oh Emir de los Creyentes! Y mandaste que cortasen la cabeza a esos diez bandidos, y fui el único que quedó entre las manos de tu portaalfanje, y a pesar de todo, no dije tan siquie­ra ni una palabra. Creo, pues, que esto es una buena prueba de valor y de firmeza muy considerable. Y además, el solo hecho de unirme con esos diez desconocidos es por sí mismo la mayor demostración de va­lentía que yo sepa. Pero no te asombre mi acción, ¡oh Emir de los Cre­yentes! pues toda mi vida he proce­dido dei mismo modo, queriendo favorecer a los extraños.”

Cuando el califa oyó mis palabras, y advirtió en ellas que en mí era nativo el valor y la virilidad, y mi amor al silencio y a la compostura, y mi odio a la indiscreción y a la impertinencia, a pesar de lo que diga ese joven cojo que estaba ahí hace un momento, y a quien salvé de toda clase de calamidades, el Emir dijo: “¡Oh venerable jeique, barbero espiritual e ingenio lleno de gravedad y de sabiduría! Dime: ¿y tus seis hermanos son como tú? ¿Te igualan en prudencia, talento y discreción?” Y yo respondí: “¡Alah me libre de ellos! ¡Cuán poco se asemejan a mí, oh Emir de los Cre­yentes! ¡Acabas de afligirme con tu censura al compararme con esos seis locos que nada tienen de común conmigo, ni de cerca ni de lejos! Pues por su verbosidad impertinente, por su indiscreción y por su cobar­día, se han buscado mil disgustos; y cada uno tiene una deformidad física, mientras que yo estoy sano y completo de cuerpo y espíritu, Porque, efectivamente, el mayor de mis hermanos es cojo; el segundo, tuerto; el tercero, mellado; el cuar­to, ciego; el quinto, no tiene narices ni orejas, porque se las cortaron, y al sexto le han rajado los labios.

  Pero ¡oh Emir de los Creyentes! no creas que exagero con eso mis cualidades, ni aumento los defectos de mis hermanos. Pues si te contase su historia, verías cuán diferente soy de todos ellos. Y como su his­toria es infinitamente interesante y sabrosa, te la voy a contar sin más dilaciones.

“Sabed, pues, ¡oh mis señores! que yo viví en Bagdad durante el reinado del Emir de los Creyentes El-Montasser Billah. Y bajo su go­bierno vivíamos, porque amaba a los pobres y a los humildes, y gus­taba de la compañía de los sabios y los poetas.

El barbero dijo:

HISTORIA DEL BARBERO


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