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西语阅读:《一千零一夜》连载二十 b
日期:2011-09-30 03:02  点击:312

西语阅读:《一千零一夜》连载二十 b

Y a aquel llamamiento salió a abrir una esclava griega muy bonita, que les deseó la paz y sonrió a mi hermano de una manera muy insi­nuante. Y le introdujo en una mag­nífica sala, con grandes cortinajes de seda y oro fino y magníficos tapices. Y mi hermano, al verse solo, se sentó en un diván, se quitó el turbante, se lo puso en las rodi­llas y se secó la frente. Y apenas se hubo sentado se abrieron las cortinas y apareció una joven incomparable, como no la vieron las miradas más maravilladas de los hombres. Y mi hermano El-Aschar se puso de pie sobre sus dos pies.

Y la joven le sonrió con los ojos y se apresuró a cerrar la puerta, que se había quedado abierta. Y se acercó a El-Aschar, le cogió de la mano, y lo llevó consigo al diván de terciopelo. Manifestóle que es­taba muy satisfecha de verle, y tras algunos agasajos, le dijo: “No esta­mos aquí con bastante comodidad; dadme la mano y venid conmigo.”

Dióle ella la suya y condújole a un aposento retirado, donde estuvo conversando un rato con él, y luego le dejó diciendo: “¡Ojo de mi vida! no te muevas de aquí hasta que yo vuelva.” Después salió rápidamente y desapareció.

Pero de pronto se abrió violen­tarnente la puerta y apareció un ne­gro horrible, gigantesco, que lleva­ba en la mano un alfanje desnudo. Y gritó al aterrorizado El-Aschar: “¡Oh grandísimo miserable! ¿Cómo te atreviste a llegar hasta aquí? Y mi hermano no supo qué contestar a lenguaje tan violento, se le paralizo la lengua, se le aflojaron los múscu­los y se puso muy pálido. Entonces el negro le cogió, lo desnudó com­pletamente y se puso a darle de plano con el alfanje más de ochenta golpes, hasta que mi hermano se cayó al suelo y el negro lo creyó cadáver. Llamó entonces con voz terrible, y acudió una negra con un plato lleno de sal. Lo puso en el suelo y empezó a llenar de sal las heridas de mi hermano, que a pesar de padecer horriblemente, no se atrevía a gritar por temor de que le remataran. Y la negra se marchó después que hubo cubierto comple­tamente de sal todas las heridas.

Entonces el negro dio otro grito tan espantoso como el primero, y se presentó la vieja, que, ayudada por el negro, después de robar todo el dinero a mi hermano, lo cogió por los pies, lo arrastró por todas las habitaciones hasta llegar al patio, donde lo lanzó al fondo de un sub­terráneo, en el que acostumbraba a precipitar los cadáveres de todos aquellos a quienes con sus artificios había atraído a la casa para que sir­viesen a su joven señora.

El subterráneo en cuyo fondo habían arrojado a mi hermano El­-Aschar era muy grande y obscurí­simo, y en él se amontonaban los cadáveres unos sobre otros. Allí pasó El-Aschar dos días enteros, imposi­bilitado de moverse por las heridas y la caída. Pero Alah (¡alabado y glorificado sea!) quiso que mi her­mano pudiese salir de entre tanto cadáver y arrastrarse a lo largo del subterráneo, guiado por una escasa claridad que venía de lo alto. Y pudo llegar hasta el tragaluz, de don­de descendía aquella claridad, y una vez allí salir a la calle, fuera del subterráneo.

Se apresuró entonces a regresar a su casa, a la cual fui a buscarle, y le cuidé con los remedios que sé extraer de las plantas. Y al cabo de algún tiempo, curado ya comple­tamente mi hermano, resolvió ven­garse de la vieja y de sus cómplices por los tormentos que le habían causado. Se puso a buscar a la vieja, siguió sus pasos, y se enteró bien del sitio a que solía acudir diaria­mente para atraer a los jóvenes que habían de satisfacer a su ama y convertirse después en lo que se convertían. Y un día se disfrazó de persa, se ciñó un cinto muy abulta­do, escondió un alfanje bajo su holgado ropón, y fue a esperar la llegada de la vieja, que no tardó en aparecer. En seguida se aproxi­mó a ella, y fingiendo hablar mal nuestro idioma remedó el lenguaje bárbaro de los persas. Dijo: “¡Oh buena madre! soy forastero, y qui­siera saber dónde podría pesar y reconocer unos novecientos dinares de oro que llevo en el cinturón, y que acabo de cobrar por la venta de unas mercaderías que traje de mi tierra.” Y la maldita vieja de mal agüero le respondió: “¡Oh, no podías haber llegado más a tiempo! Mi hijo, que es un joven tan hermoso como tú, ejerce el oficio de cambista, y te prestará el pesillo que buscas. Ven conmigo, y te llevaré a su casa.” Y él contestó: '“Pues ve delante.” Y ella fue delante y él detrás, hasta que llegaron a la casa consabida. Y les abrió la misma esclava griega de agradable sonrisa, a la cual dijo la vieja en voz baja: “Esta vez le traigo a la señora músculos sólidos.”

Y la esclava cogió a El-Aschar de la mano, y le llevó a la sala de las sedas, y estuvo con él entrete­niéndole algunos momentos; después avisó a su ama, que llegó e hizo con mi hermano lo mismo, que la primera vez. Pero sería ocioso repe­tirlo. Después se retiró, y de pronto apareció el negro terrible, con el alfanje desenvainado en la mano, y gritó a mi hermano que se levan­tara y lo siguiese. Y entonces, mi hermano, que iba detrás del negro, sacó de pronto el alfanje de debajo del ropón, y del primer tajo le cortó la cabeza.

Al ruido de la caída acudió la negra, que sufrió la misma suerte; después la esclava griega, que al primer sablazo quedó también des­cabezada. Inmediatamente le tocó a la vieja, que llegó corriendo para echar mano al botín. Y al ver a mi hermano con el brazo cubierto de sangre y el acero en la mano, se cayó espantada en tierra, y El­-Aschar la agarró del pelo y le dijo: ¿No me conoces, vieja zorra, po­drida entre las podridas?” Y respon­dió la vieja: “¡Oh mi señor, no te conozco!”; Pero mi hermano dijo: “Pues sabe, que soy aquél en cuya casa fuiste a hacer las abluciones.” Y al decir esto, mi hermano par­tió en dos mitades a la vieja de un solo sablazo. Después fue a bus­car a la joven.

No tardó en encontrarla, ocupada en componerse y perfumarse en un aposento retirado. Y cuando la joven le vio cubierto de sangre, dio un grito de terror, y se arrojó a sus pies, rogándole que le perdonase la vida. Y mi hermano, recordando los pla­ceres compartidos con ella, le otorgó generosamente la vida, y le pregun­tó: “¿Y cómo es que estás en esta casa, bajo el dominio de ese negro horrible a quien he matado con mis manos?” La joven respondió: “¡Oh dueño mio! antes de estar encerrada en esta maldita casa, era yo propie­dad de un rico mercader de la po­blación, y esta vieja solía venir a verme y nos manifestaba mucha amistad. Un día entre los días fue a su casa y me dijo: “Me han invi­tado a una gran boda, pues no habrá en el mundo otra parecida. Y vengo a llevarte conmigo.” Yo le contesté: “Escucho y obedezco.” Me puse mis mejores ropas, cogí un bolsillo con cien dinares y salí con la vieja. Llegamos a esta casa, en la cual me introdujo con su astucia, y caí en manos de ese negro atroz, que me sujetó aquí a la fuerza y me utilizó para sus criminales designios, a costa de la vida de los jóvenes que la vieja le proporcionaba. Y así he pasado tres años entre las ma­nos de esa vieja maldita.” Entonces mi hermano dijo: “Pero llevando aquí tanto tiempo, debes saber si esos criminales han amontonado ri­quezas.” Y ella contestó: “Hay tan­tas, que dudo mucho que tú solo pudieras llevártelas. Ven a verlo tú mismo.”

Y se llevó a mis hermano, y le enseñó grandes cofres llenos de mo­nedas de todos los países y de bolsi­llos de todas las formas. Y mi her­mano se quedó deslumbrado y atóni­to. Ella entonces le dijo: “No es así como podrás llevarte este oro. Ve a buscar unos mandaderos y tráelos para que carguen con él. Mientras tanto, yo prepararé los fardos.”

Apresuróse El-Aschar a buscar a los mozos, y al poco tiempo volvió con diez hombres que llevaban ca­da uno una gran banasta vacía.

Pero al llegar a la casa vio el por­tal abierto de par en par. Y la joven había desaparecido con todos los cofres. Y comprendió entonces que se había burlado de él para poderse llevar las principales riquezas. Pero se consoló al ver las muchas cosas preciosas que quedaban en la casa y los valores encerrados en los ar­marios, con todo lo cual podía con­siderarse rico para toda su vida. Y resolvió llevárselo al día siguiente; pero cómo estaba muy fatigado, se tendió en el magnífico lecho y se quedó dormido.

Al despertar al día siguiente, llegó hasta el límite del terror al verse rodeado por- veinte guardias del walí, que le dijeron: “Llevántate a escape y vente con nosotros.” Y se lo llevaron, cerraron y sellaron las puertas, y lo pusieron entre las ma­nos de walí, que le dijo: “He averi­guado tu historia, los asesinatos que has cometido y el robo que ibas a perpetrar.” Entonces mi hermano exclamó: “¡Oh walí! Dame la señal de la seguridad, y te contaré lo ocu­rrido.” Y el walí entonces le dio un velo, símbolo de la seguridad, y El­-Aschar le contó toda la historia des­de el principio hasta el fin. Pero no sería útil repetirla. Después mi her­mano añadió: “Ahora, ¡oh walí lleno de ideas justas y rectas! consentiré, si quieres, en compartir contigo lo que queda en aquella casa.” Pero el wali replicó: “¿Cómo te atreves a hablar de reparto? ¡Por Alah! No tendrás nada, pues debo cogerlo todo. Y date por muy contento al conservar la vida. Además, vas a sa­lir inmediatamente de la ciudad y no vuelvas: por aquí, bajo pena del mayor castigo.” Y el walí desterró a mi hermano, por temor a que el califa se enterase de la historia de aquel robo. Y mi hermano tuvo que huir muy lejos.

Pero para que se cumpliese por completo el Destino, apenas había salido de las puertas de la ciudad le asaltaron unos bandoleros, y al no hallarle nada encima, le quitaron la ropa, dejándole en cueros, le apa­learon y le cortaron las orejas y la nariz.

Y supe entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! las desventuras del pobre El-Aschar. Salí en su busca, y no descansé hasta encontrarlo. Lo traje a mi casa, donde le curé, y ahora le doy para que coma y beba durante el resto de sus días.

  ¡Tal es ta historia de El-Aschar! Pero la historia de mi sexto y último hermano, ¡oh Emir de los Creyentes! merece que la escuches antes de que me decida a descansar.”


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