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西语阅读:《一千零一夜》连载二十一 a
日期:2011-09-30 07:07  点击:317

西语阅读:《一千零一夜》连载二十一 a

HISTORIA DE SCHAKALIK, SEXTO HERMANO DEL BARBERO

“Se llama Schakalik o el Tarro hendido, ¡oh Comendador de los Creyentes! Y a este hermano mío le cortaron los labios a consecuen­cia de circunstancias extremadamen­te asombrosas.

Porque Schakalik, mi sexto her­mano, era el más pobre de todos nosotros, pues era verdaoeramente pobre. Y no hablo de los cien drac­mas de la herencia de nuestro padre, porque Schakalik, que nunca había visto tanto dinero junto, se comió los cien dracmas en una noche, acompañado de la gentuza más de­plorable del barrio izquierdo de Bagdad.

No poseía, pues, ninguna de las vanidades de este mundo, y sólo vivía de las limosnas de la gente que lo admitía en su casa por su divertida conversación y por sus chistosas ocurrencias.

Un día entre los días había salido Schakalik en busca de un poco de comida para su cuerpo extenuado por las privaciones, y vagando por las calles se encontró ante una mag­nífica casa, a la cual daba acceso un gran pórtico con varias pelda­ños. Y en estos peldaños y a la entrada había un número conside­rable de esclavos, sirvientes, oficia­les y porteros. Y mi hermano Scha­kalik se aproximó a los que allí estaban y les preguntó de quién era tan maravilloso edificio y le contestaron: “Es propiedad de un hombre que figura entre los hijos de las reyes.”

Después se acercó a los porteros, que estaban sentados en un banco en el peldaño más alto, y les pidió limosna en el nombre de Alah. Y le respondieron: “¿Pero de dónde sales para ignorar que no tienes más que presentarte a nuestro amo para que te colme en seguida de sus dones?” Entonces mi hermano entró y franqueó el gran pórtico, atravesó un patio espacioso, y un jardín po­blado de árboles hermosísimos y de aves cantoras. Lo rodeaba una gale­ría calada con pavimento de mármol, y unos toldos le daban frescura du­rantes las horas de calor. Mi hermano siguió andando y entró en la sala principal, cubierta de azulejos de colores verde, azul y oro, con flores y hojas entrelazadas. En medio de la sala había una hermosa fuente de mármol, con un surtidor de agua fresca, que caía con dulce murmu­llo. Una maravillosa estera de colo­res alfombraba la mitad del suelo, más alta que la otra mitad, y recli­nado en unos almohadones de seda con bordados de oro se hallaba muy a gusto un hermoso jeique de larga barba blanca y de rostro iluminado por benévola sonrisa. Mi hermano se acercó, y dijo al anciano de la hermosa barba: “¡Sea la paz conti­go!” Y el anciano, levantándose en seguida, contestó: “¡Y contigo la paz y la misericordia de Alah con sus bendiciones! ¿Qué deseas, ¡oh tú!?” Y mi hermano respondió: “¡Oh mi señor! sólo pedirte una limosna, pues estoy extenuado por el hambre y las privaciones.”

Y al oír estas palabras, exclamó el viejo jeique: “¡Por Alah! ¿Es posible que estando yo en esta ciu­dad se vea un ser humano en el estado de miseria en que te hallas? ¡Cosa es que realmente no puedo tolerar con paciencia!” Y mi herma­no, levantando las dos manos al cielo, dijo “Alah te otorgue su ben­dición! ¡Benditos sean tus generado­res!” Y el jéique repuso: “Es de todo punto necesario que te quedes en esta casa para compartir mi comida y gustar la sal en mi mesa.” Y mi hermano dijo: “Gracias te doy, ¡oh mi señor y dueño! Pues no podría estar más tiempo en ayu­nas, como no me muriese de ham­bre.” Entonces el viejo dio dos palmadas y ordenó a un esclavo que se presentó inmediatamente: “¡Trae en seguida el jarro y la palan­gana de plata para que nos lavemos las manos!” Y dijo a mi hermano Schakalik: “¡Oh huésped! Acércate y lávate las manos.”

Y al decir esto, el jeique se levan­tó y aunque el esclavo no había vuelto, hizo ademán de echarse agua en las manos con un jarro invisible y restregárselas como si tal agua ca­yese.

Al ver esto, no supo qué pensar mi hermano Schakalik; pero como el viejo insistía para que se acer­case a su vez, supuso que era una broma, y como él tenía también fama de divertido, hizo ademán de lavarse las manos lo mismo que el jeique. Entonces el anciano dijo: ¡Oh vosotros! poned el mantel y traed la comida, que este pobre hombre está rabiando de hambre.”

Y en seguida acudieron numero­sos servidores, que empezaron a ir y venir como si pusieran el mantel y lo cubriesen de numerosos platos llenos hasta los bordes. Y Schakalik aunque muy hambriento, pensó que los pobres deben respetar los capri­chos de los ricos, y se guardó mucho de demostrar impaciencia alguna. Entonces el jeique le dijo: “¡Oh huésped! siéntate a mi lado, y apre­súrate a hacer honor a mi mesa.” Y mi hermano se sentó a su lado, junto al mantel imaginario, y el vie­jo empezó a fingir que tocaba a los platos y que se llevaba bocados a la boca, y movía las mandíbulas y los labios como si realmente mas­case algo. Y le decía a mi hermano: “¡Oh huésped! mi casa es tu casa y mi mantel es tu mantel; no ten­gas cortedad y come lo que quieras, sin avergonzarte. Mira qué pan; cuán blanco y bien cocido. ¿Cómo encuentras este pan?” Schakalik con­testó: “Este pan es blanquísimo y verdaderamente delicioso; en mi vida he probado otro que se le parezca.” El anciano dijo: “¡Ya lo creo! La negra que lo amasa es una mujer muy hábil. La compré en quinien­tos dinares de oro. Pero ¡oh hués­ped! prueba de esta fuente en que ves esa admirable pasta dorada de kebeba con manteca, cocida al hor­no. Cree que la cocinera no ha escatimado ni la carne bien macha­cada, ni el trigo mondado y partido, ni el cardamomo, ni la pimienta. Come, ¡oh pobre hambriento! y di­me qué te parecen su sabor Y su perfume.” Y mi hermano respondió`. “Esta kebeba es deliciosa para mi paladar, y su perfume me dilata el pecho. Cuanto a la manera de guisarla, he de decirte que ni en los palacios de los reyes se come otra mejor.” Y hablando así, Schakalik empezó, a mover las quijadas, a mascar y a tragar como si lo hiciera realmente. Y el anciano dijo: “Así me gusta, ¡oh huésped! Pero no creo que merezca tantas alabanzas, por­que entonces, ¿qué dirás de ese pla­to que está a tu izquierda, de esos maravillosos pollos asados, rellenos de alfónsigos, almendras, arroz, pa­sas, pimienta, canela y carne picada de carnero? ¿Qué te parece el humi­llo?” Mi hermano exclamó: “¡Alah, Alahi ¡Cuán delicioso es su humillo, qué sabrosos están y qué relleno tan admirable!” Y el anciano dijo: “En verdad eres muy indulgente y muy cortés, para mi cocina. Y con mis propios dedos quiero darte a probar ese plato incomparable.” Y el jeique hizo ademán de preparar un pedazo tomado de un plato que estuviese sobre el mantel, y acercándoselo a los labios a Schakalik, le dijo: “Ten y prueba este bocado; ¡oh huésped! y dame tu opinión acerca de este plato de berenjenas rellenas que nadan en apetitosa salsa.” Mi hermano hizo como si alargase el cuello, abriese la boca y tragara el pedazo, y dijo cerrando los ojos de gusto: “¡Por Alah! ¡Cuán exquisito y cuán en su punto! Sólo en tu casa he probado tan excelentes berenjenas. Todo está preparado con el arte de dedos exper­tos: la carne de cordero picada, los garbanzos, los piñones, los granos de cardamomo, la nuez moscada, el clavo, el jengible, la pimienta y las hierbas aromáticas. Y tan bien hecho está, que se distingue el sabor de cada aroma.” El anciano dijo: “Por eso, ¡oh mi huésped! espero de tu apetito y de tu excelente educación que te comerás las cuarenta y cuatro berenjenas rellenas que hay en ese plato.” Schakalik contestó: “Fácil ha de serme el hacerlo, pues están muy sabrosas y acarician mi paladar más deliciosamente que dedos de vír­genes.” Y mi hermano fingió coger cada berenjena una tras otra, ha­ciendo como si las comiese; y me­neando de gusto la cabeza y dando con la lengua grandes chasquidos. Y al pensar en estos platos se le exasperaba el hambre y se habría contentado con un poco de pan seco de habas o de maíz. Pero se guardó de decirlo.


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