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西语阅读:《一千零一夜》连载二十四 b
日期:2011-10-05 00:44  点击:223

西语阅读:《一千零一夜》连载二十四 b

PERO CUANDO LLEGó LA 42a NOCHE

Schahrazada dijo:

 

He llegado a saber, ¡Oh rey afor­tunado! que cuando el califa se en­colerizó tanto contra Kuat Al-Kulub la mandó encerrar en un cuarto obs­curo bajo la vigilancia de una vie­ja, la favorita permaneció allí ochen­ta días, sin comunicarse con nadie. Y el califa la había olvidado por com­pleto, cuando un día entre los días, al pasar cerca de donde estaba Kuat Al-Kulub, le oyó cantar tristemente algunos versos. Y oyó también que decía lo siguiente: “¡Qué alma tan hermosa la tuya, ¡oh Ghanem ben­-Ayub! y qué corazón tan generoso! Fuiste noble para aquel que te opri­mió. Respetaste la mujer de aquel que había de arrebatar las mujeres de tu casa. Salvaste del oprobio a la mujer de aquel que derramó la ver­güenza sobre los tuyos y sobre ti. Pero ya llegará el día en que tú y el califa os veáis ante el único Juez, el único Justo, y saldrás victorioso de tu opresor, con la ayuda de Alah y con los ángeles por testigos.”

Al oír el califa estas palabras, comprendió lo que significaban estas quejas, sobre todo cuando nadie po­día oírlas. Y se convenció de cuán injusto había sido con ella y con Ghanem. Se apresuró, pues, a volver a palacio, y encargó al jefe de los eunucos que fuese a buscar a Kuat Al-Kulub. Y Kuat Al-Kulub se pre­sentó entre sus manos, y permaneció con la cabeza inclinada, arrasados los ojos en lágrimas y el corazón muy triste. Y el califa dijo: “¡Oh Kuat Al-Kulub! He oído que te do­lías de mi injusticia. Has afirmado que obré mal con quien obró bien conmigo. ¿Quién ha respetado a mis mujeres mientras que yo perseguía a las suyas? ¿Quién ha protegido a mis mujeres mientras que yo des­honraba a las suyas?” Y Kuat Al­Kulub contestó: “Es Ghanem ben-­Ayub El-Motim El-Masslub: Te juro, ¡oh mi señor! por tus mercedes y tus beneficios, que nunca intentó forzarme Ghanem, ni cometió con­migo nada que merezca censura. No hallarías en él ni el impudor ni la brutalidad.” Y convencido el califa, disipadas todas sus sospechas, dijo:

¡Qué desventura la de este error, oh Kuat Al-Kulub! ¡Verdadera­mente, no hay sabiduría ni poder más que en Alah el Altísimo y el Omnisciente! Pídeme lo que quieras, y satisfaré todos tus deseos.” Y Kuat Al-Kulub dijo: “¡Oh Emir de los Creyentes! si me lo permites, te pedi­ré a Ghanem ben-Ayub.” Y el califa, a pesar de todo el amor que aún le inspiraba su favorita, le dijo: “Así se hará, si Alah lo quiere. Te lo prometo con toda la generosidad de un corazón que nunca se vuelve atrás de lo que ha ofrecido. Será colmado de honores.” Y Kuat Al­-Kulub prosiguió: “¡Oh Emir de los Creyentes! te pido que cuando vuelva Ghanem le hagas don de mi persona, para ser su esposa.” Y el califa dijo: “Cuando vuelva Ghanem, te conce­deré lo que pides, y serás su esposa y propiedad suya.” Y contestó Kuat Al-Kulub: “¡Oh Emir de los Cre­yentes! nadie sabe lo que ha sido de Ghanem, pues el mismo sultán de Damasco te ha dicho que ignoraba su paradero. Concédeme que lo pue­da buscar yo, con la esperanza de que Alah me permitirá encontrarle.” Y el califa dijo: “Te autorizo para que hagas lo que te parezca.”

Y Kuat Al-Kulub, con el pecho dilatado de alegría y regocijado el corazón, se apresuró a salir de pala­cio, habiéndose provisto de mil dina­res de oro.

Y recorrió aquel primer día toda la ciudad; visitando a los jeiques de los barrios y a los jefes de las calles. Pero les interrogó sin conseguir nin­gún resultado.

El segundo día fue al zoco de los mercaderes, y recorrió las tiendas, y fue a ver al jeique, a quien entrego una gran cantidad de dinares para que los repartiese entre los forasteros pobres.

El tercer día se proveyó de otros mil dinares, y visitó el zoco de los orífices y de los joyeros. Y se encon­tró con el jeique entre los principales jeiques, a quien entregó otra canti­dad de oro para que lo repartiese entre los forasteros pobres. Y el jeique le dijo: “¡Oh mi señora! Pre­cisamente tengo recogido en mi casa a un joven forastero y enfermo, cuyo nombre ignoro, pero debe ser hijo de algún mercader muy rico y de noble prosapia. Porque aunque está como una sombra, es un joven de hermoso rostro, dotado de todas las cualidades y de todas las perfec­ciones. Indudablemente debe estar en tal situación por grandes deudas o por algún amor desgraciado.” Al oírlo Kuat Al-Kuíub, sintió que el corazón le palpitaba violentamente y que las entrañas se le estreme­cían. Y dijo al jeique: “¡Oh jeique! Ya que no puedes abandonar el zoco, haz que alguien me acompañe a tu casa..” Y el jeique dijo: “Sobre mi cabeza y sobre mis ojos.” Y llamó a un niño, y le dijo: ¡Oh Felfel! lleva a esta señora a casa.” Y Felfel echó a andar delante de Kuat Al­-Kulub, y la llevó a casa del jeique, donde estaba el forastero enfermo.

Cuanto Kuat Al-Kulub entró en la casa, saludó a la esposa del jeique. Y la esposa del jeique la conoció, pues conocía a todas las damas nobles de Bagdad, a quienes solía visitar. Y se levantó y besó la tierra entre sus manos. Entonces Kuat Al-Kulub, después de los saludos, le dijo: “Buena madre, ¿puedes decir­me dónde se encuentra el joven fo­rastero que habéis recogido en vues­tra casa?” Y la esposa del jeique se echó a llorar y señaló una cama que allí había. Y dijo: “Ahí le tienes. Debe ser un hombre de noble estir­pe, según indica su aspecto.” Pero Kuat Al-Kulub ya estaba junto al forastero, y le miró con atención. Y vio un mancebo débil y enflaque­cido semejante a una sombra, y no se le figuró ni por un instante que fuese Ghanem, pero de todos modos le inspiró una gran compasión. Y se echó a llorar, y dijo: “¡Oh! ¡Qué desgraciados son los forasteros, aun­que sean emires en su tierra!” Y entregó mil dinares de oro a la mujer del jeique, encargándole que no esca­timase nada para cuidar al enfermo. En seguida, con sus propias manos, le dio los medicamentos, y cuando hubo pasado más de una hora a su cabecera, deseó la paz a la esposa del jeique, montó de nuevo en su mula y regresó a palacio.

Y todos los días iba a distintos zocos, en continuas investigaciones, hasta que un día la fue a busca el jeique, y le dijo: “¡Oh mi señora! como me has encargado que te pre­sente todos los extranjeros de paso por Bagdad, vengo a poner en tus manos generosas a dos mujeres, casa­da la una y soltera la otra. Y ambas son de categoría, pues así lo dan a entender su cara y su continente, pero van muy mal vestidas, y cada una lleva una alforja a cuestas, como los mendigos. Sus ojos están llenos de lágrimas. Y he aquí que te las traigo, porque sólo tú, ¡oh soberana de los beneficios! sabrás consolarlas y fortalecerlas, evitándoles el opro­bio de las preguntas impertinentes, pues no deben ser sometidas a tales indiscreciones. Y espero que, gracias al bien que les hagamos, Alah nos reservará un puesto en el Jardín de las Delicias el día de la Recom­pensa.” Kuat Al-Kulub contestó: ¡Por Alah! que me inspiras un ardiente deseo de verlas. ¿Dónde están?” Entonces el jeique salió a buscarlas, y las puso en presencia de Kuat Al-Kulub.

Al ver la hermosura de Fetnah y la nobleza que se adornaba en su madre, y ambas cubiertas de hara­pos, Kuat Al-Kulub se puso a llorar, y dijo: “¡Por Alah! Son mujeres de noble cuna. Vea en su rostro que han nacido entre honores y rique­zas.” Y el jeique exclamó: “¡Verdad dices, oh mi señora! La desgracia debe de haber caído sobre su casa. Les habrá perseguido la tiranía, arre­batándoles sus bienes. Ayudémoslas, para merecer las gracias de Alah el Misericordioso.” Y la madre y la hija prorrumpieron en llanto; y se acordaron de Ghanem ben-Ayub. Y al verlas llorar, Kuat Al-Kulub lloró con ellas. Y entonces la madre de Ghanem dijo: “¡Oh mi señora, llena de generosidad! ¡Plegue a Alah que podamos encontrar a quien buscamos con el corazón dolorido! ¡El que buscamos es el hijo de nues­tras entrañas, la llama de nuestro corazón, a nuestro hijo Ghanem ben­-Ayub El-Motim El-Masslub!”

Al oír este nombre, lanzó un gran grito Kuat Al-Kulub, pues acababa de comprender que tenía delante a la madre y a la hermana de Ghanem. Y cayó sin sentido. Cuando volvió en sí, se echó llorando en sus brazos, y les dijo: “¡Tened esperan­za en Alah y en mí, ¡oh mis herma­nas! pues este día será el primero de vuestra dicha y el último de vues­tras desventuras! ¡Salid de vuestra aflicción!”

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y cayó discretamente.


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