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西语阅读:《一千零一夜》连载二十五 b
日期:2011-10-05 00:48  点击:227

西语阅读:《一千零一夜》连载二十五 b

HISTORIA DE SINDBAD EL MARINO

“He llegado a saber que en tiempo del califa Harún Al-Rachid vivía en la ciudad de Bagdad un hombre lla­mado Sindbad el Cargador. Era de condición pobre, y para ganarse la vida acostumbraba a transportar bul­tos en su cabeza. Un día entre los días hubo de llevar cierta carga muy pesada; y aquel día precisamente sen­tíase un calor tan excesivo, que su­daba el cargador, abrumado par el peso que llevaba encima. Intolerable se había hecho ya la temperatura, cuando el cargador pasó por delante de la puerta de una casa que debía pertenecer a algún mercader rico, a juzgar par el suelo bien barrido y regado alrededor con agua de rosas. Soplaba allí una brisa gratísima, y cerca de la puerta aparecía un ancho banco para sentarse. Al verlo, el car­gardor Sindbad soltó su carga sobre el banco en cuestión con objeto de descansar y respirar aquel aire agra­dable, sintiendo a poco que desde la puerta llegaba a él un aura pura y mezclada con delicioso aroma;. y tan­to le deleitó, que fue a sentarse en un extremo del banco. Entonces ad­virtió un concierto de laúdes e ins­trumentos diversos, acompañados por magníficas voces que cantaban can­ciones en un lenguaje escogido; y advirtió también píos de aves cantor­as que glorificaban de modo encan­tador a Alah el Altísimo; distinguió, entre otras, acentos de tórtolas, de ruiseñores, de mirlos, de bulbuls, de palomas de collar y de perdices do­mésticas. Maravillóse mucho e, im­pulsada por el placer enorme que todo aquello le causaba, asomó la cabeza por la rendija abierta de la puerta y vio en el fondo un jardín inmenso donde se apiñaban servidores jóvenes, y esclavos, y criados, y gente de todas calidades, y había allá cosas que no se encontrarían más que en alcázares de reyes y sultanes.

Tras esto llegó hasta él una tufa­rada de manjares realmente admi­rables y deliciosos, a la cual se mez­claba todo género de fragancias ex­quisitas procedentes de diversas vi­tuallas y bebidas de buena calidad. Entonces no pudo por menos de sus­pirar, y alzó al cielo los ojos y ex­clamó: “¡Gloria a Ti, Señor Crea­dor!, ¡oh Donador! ¡Sin calcular, re­partes cuantos dones te placen!, ¡oh Dios mío! ¡Pero no creas que clamo a ti para pedirte cuentas de tus actos o para preguntarte acerca de tu jus­ticia y de tu voluntad, porque a la criatura le está vedado interrogar a su dueño omnipotente! Me limito a observar. ¡Gloria a ti! ¡Enriqueces o empobreces, elevas o humillas, con­forme a tus deseos, y siempre obras con lógica, aunque a veces no po­damos comprenderla! He ahí el amo de esta casa... ¡Es dichoso hasta los límites extremos de la felicidad! ¡Disfruta las delicias de esos aromas encantadores, de esas fragancias agradables, de esos manjares sobro­sos, de esas bebidas superiormente deliciosas! ¡Vive feliz, tranquilo y contentísimo, mientras otros, como yo, por ejemplo, nos hallamos en el último confín de la fatiga y la mi­seria!”

Luego apoyó el cargador su mano en la mejilla, y a toda voz cantó los siguientes versos que iba improvi­sando:

 

 

¡Suele ocurrir que un desgraciado sin albergue se despierte de pronto a la sombra de un palacio creado por su Destino! ¡Pero ¡ay! cada mañana me despierto más miserable que la víspera!

¡Por instantes aumenta mi infortu­aio, como la carga que a mi espalda pesa fatigosa; en tanto que otros viven dichosos y contentos en el seno de los bienes que la suerte les prodiga!

¿Cargó nunca el Destino la espalda de un hombre con carga parecida a la aguantada por mi espadda?... ¡Sin embargo, no dejan de ser mis seme­jantes otros que están ahítos de hono­res y reposo?

¡Y aunque no dejan de ser mis se­mejantes, entre ellos y yo puso la suer­te alguna diferencia, pareciéndome yo a ellos como el vinagre amargo y ran­cio se parece al vino!

¡Pero no pienses que te acuso lo más mínimo, ¡oh mi Señor! porque nunca haya gozado yo de tu largueza! ¡Eres grande, magnánimo y justo, y bien sé que juzgas con sabiduría!

 

 

Al concluir de cantar tales versos, Sindbad el Cargador se levantó y quiso poner de nuevo la carga en su cabeza, continuando su camino, cuando se destacó en la puerta del palacio y avanzó hacia él un escla­vito de semblante gentil, de formas delicadas y vestiduras muy hermo­sas, que cogiéndole de la mano, le dijo: “Entra a hablar con mi amo, qus desea verte.” Muy intimidado, el cargador intentó encontrar cualquier excusa que le dispensase de seguir al joven esclavo, mes en vano. Dejó, pues su cargamento en el vestíbulo, y penetró con el niño en el interior de la morada.

Vio una casa espléndida, llena de personas graves y respetuosas, y en el centro de la cual se abría una gran sala, donde le introdujeron. Se encontró allí ante una asamblea nu­merosa compuesta de personajes que parecían honorables, y debían ser convidados de importancia. También encontró allí flores de todas es­pecies, perfumes de todas clases, con­fituras secas de todas calidades, go­losinas, pastas de almendras, frutas maravillosas y una cantidad prodi­giosa de bandejas cargadas con cor­deros asados y manjares suntuosos, y más bandejas cargadas con bebidas extraídas del zumo de las uvas. En­contró asimismo instrumentos armó­nicos que sostenían en sus rodillas unas esclavas muy hernosas, senta­das ordenadamente an el sitio asig­nado a cada una.

En medio de la sala, entre los de­más convidados, vislumbró el carga­dor a un hombre de rostro imponen­te y digno, cuya barba blanqueaba a causa de los años, cuyas facciones eran correctas y agradables a la vis­ta. y cuya fisonomía toda denotaba gravedad, bondad, nobleza y gran­deza.

Al mirar todo aquello, el cargador Sindbad . . .

 

 

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.


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