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西语阅读:《一千零一夜》连载二十六 e
日期:2011-10-08 23:56  点击:419

西语阅读:《一千零一夜》连载二十六 e

LA TERCERA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD

EL MARINO, QUE TRATA DEL TERCER VIAJE

 

“Sabed, ¡oh mis amigos! -¡Pero Alah sabe las cosas mejor que la criatura!- que con la deliciosa vida de que yo disfrutaba desde el regreso de mi segundo viaje, acabé por per­der completamente, entre las rique­zas y el descanso, el recuerdo de los sinsabores sufridos y de los peligros que corrí, aburriéndome a la postre de la inacción monótona de mi exis­tencia en Bagdad. Así es que mi al­ma deseó con ardor la mudanza y el espectáculo de las cosas de viaje. Y la misma afición al comercio, con su ganancia y su provecho, me tentó otra vez. En el fondo, siempre la ambición es causa de nuestras desdi­chas. En breve debía yo comprobar­lo del modo más espantoso.

Puse en ejecución inmediatamente mi proyecto, y después de proveer­me de ricas mercancías del país, par­tí de Bagdad para Bassra. Allí me esperaba un gran navío lleno ya de pasajeros y mercaderes, todos gente de bien, honrada, con buen corazón, hombres de conciencia y capaces de servirle a uno, por lo que se podría vivir con ellos en buenas relaciones. Así es que no dudé en embarcarme en su compañía dentro de aquel na­vío; y no bien me encontré a bor­do, nos hicimos a la vela con la bendición de Alah para nosotros y para nuestra travesía.

Bajo felices auspicios comenzó, en efecto, nuestra navegación. En to­dos los lugares que abordábamos ha­cíamos negocios excelentes, a la vez que nos paseábamos e instruíamos con todas las cosas nuevas que veía­mos sin cesar. Y nada, verdadera­mente, faltaba a nuestra dicha, y nos hallábamos en el límite del des­ahogo y la opulencia.

Un día entre los días, estábamos en alta mar, muy lejos de los países musulmanes, cuando de pronto vi­mos que el capitán del navío se gol­peaba con fuerza el rostro, se mesa­ba los pelos de la barba, desgarraba sus vestiduras y tiraba al suelo su turbante, después de examinar du­rante largo tiempo el horizonte. Lue­go empezó a lamentarse; a gemir y a lanzar gritos de desesperación.

Al verlo, rodeamos todos al capi­tán, y le dijimos: “¿Qué pasa, ¡oh capitán!?” Contestó: “Sabed, ¡oh pa­sajeros de paz! que estamos a merced del viento contrario, y habién­donos desviado de nuestra ruta, nos hemos lanzado a este mar siniestro. Y para colmar nuestra mala suerte, el Destino hace que toquemos en esa isla que veis delante de vosotros, y de la cual jamás pudo salir con vida nadie que arribara a ella. ¡Esa isla es la Isla de los Monos! ¡Me da el corazón que estamos perdidos sin remedio!

Todavía no había acabado de ex­plicarse el capitán, cuando vimos que rodeaba al navío una multitud de se­res velludos cual monos, y más in­numerables que una nube de langos­tas, en tanto que desde la playa de la isla otros monos, en cantidad in­calculable, lanzaba chillidos que nos helaron de estupor. Y no osamos maltratar, atacar, ni siquiera espan­tar a ninguno de ellos, por miedo a que se abalanzaran todos sobre nos­otros y nos matasen hasta el último, vista su superioridad numérica; porque no cabe duda de que la certi­dumbre de esta superioridad numé­rica aumenta el valor de quienes la poseen. No quisimos, pues, hacer ningun movimiento, aunque por to­dos lados nos invadían, aquellos mo­nos, que empezaban a apoderarse ya de cuanto nos pertenecía. Eran muy feos. Eran incluso más feos que las cosas más feas que he visto hasta este día de mi vida. ¡Eran peludos y velludos, con ojos amarillos en sus caras negras; tenían poquísima esta­tura, apenas cuatro palmos, y sus muecas y sus gritos, resultaban más horribles que cuanto a tal respecto pudiera imaginarse! Por lo que afec­ta a su lenguaje, en vano nos habla­ban y nos insultaban chocando las mandíbulas, ya que no lográbamos comprenderles, a pesar de la aten­ción que a tal fin poníamos. No tar­damos por desgracia, en verles eje­cutar el más funesto de los proyec­tos. Treparon por los palos, desple­garon las velas, cortaron con los dientes todas las amarras y acaba­ron por apoderarse del timón. En­tonces, impulsado por el viento, mar­chó el navío contra la costa, donde encalló. Y los monos apoderáronse de todos nosotros, nos hicieron des­embarcar sucesivamente, nos deja­rqn en la playa, y sin ocuparse más de nosotros para nada, embarcaron de nuevo en el navío, al cual consi­guieron poner a flote, y desaparecie­ron todos con él a lo lejos del mar.

Entonces, en el limite de la per­plejidad, juzgamos inútil permanecer de tal modo en la playa contemplan­do el mar, y avanzamos por la isla, donde al fin descubrimos algunos árboles frutales y agua corriente, lo que nos permitió reponer un tanto nuestras fuerzas a fin de retardar lo más posible una muerte que todos creiamos segura.

Mientras seguíamos en aquel esta­do, nos pareció ver entre los árboles un edificio muy grande que se diría abandonado. Sentimos la tentación de acercarnos a él, y, cuando llega­mos a alcanzarlo, advertimos que era un palacio...

 

  En este momento de su narración, Schahrazada Vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.

 


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