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西语阅读:《一千零一夜》连载三十 a
日期:2011-10-15 21:56  点击:231

西语阅读:《一千零一夜》连载三十 a

PERO CUANDO LLEGÓ LA 341 NOCHE

 

Ella dijo:

 

... y emprendió de nuevo con sus acompañantes el camino de

la Ciudad de Bronce.

Anduvieron uno, dos, y tres días, hasta la tarde del tercero. Entonces vieron destacarse a los rayos del rojo, sol poniente, erguida sobre un alto pedestal, una silueta de jinete inmó­vil que blandía una lanza de larga punta, semejante a una llama incan­descente del mismo color que el as­tro que ardía en el horizonte. Cuando estuvieron muy cerca de aquella aparición, advirtieron que el jinete, y su caballo, y el pedestal eran de bronce, y que en el palo de la lanza, por el sitio que iluminaban aún los postreros rayos del astro, aparecían grabadas en caracteres de fuego estas palabras:

 

¡Audaces viajeros que pudisteis lle­gar hasta las tierras vedadas, ya no sabréis volver sobre vuestros pasos!

¡Si os es desconocido el camino de la ciudad movedme sobre mi pedestal con la fuerza de vuestros brazos, y di­rigíos hacia donde yo vuelva el rostro cuando quede otra vez quieto!

 

Entonces el emir Muza se acercó al jinete y le empujó con la mano. Y súbito, con la rapidez del relám­pago, el jinete giró sobre sí mismo y se paró volviendo el rostro en di­rección completamente opuesta a la que habían seguido los viajeros. Y el jeique Abdossamad hubo de re­conocer que, efectivamente, habíase equivocado y que la nueva ruta era la verdadera.

Al punto volvió sobre sus pasos la caravana, emprendiendo el nuevo ca­mino, y de esta suerte prosiguió el viaje durante dias y días, hasta que una noche llegó ante una columna de piedra negra, a la cual estaba en­cadenado un ser extraño del que no se veía más que medio cuerpo, pues el otro medio aparecía enterrado en el suelo. Aquel busto que surgía de la tierra, diríase un engendro mons­truoso arrojado allí por la fuerza de las potencias infernales. Era negro y corpulento como el tronco de una palmera vieja, seca y desprovista de sus palmas. Tenía dos enormes alas negras, y cuatro manos, dos de las cuales semejaban garras de leones. En su cráneo espantoso se agitaba de un modo salvaje una cabellera erizada de crines ásperas, como la cola de un asno silvestre. En las cuencas de sus ojos llameaban dos pupilas rojas, y en la frente, que tenía dobles cuernos de buey, apare­cía el agujero de un solo ojo que abríase inmóvil y fijo, lanzando igua­les resplandores verdes que la mira­da de tigres y panteras.

Al ver a los viajeros, el busto agitó los brazos dando gritos espantosos, y haciendo movimientos desespera­dos como para romper las cadenas que le sujetaban a la columna negra. Y asaltada por un terror extremado, la caravana se detuvo allí, sin alien­tos para avanzar ni retroceder.

Entonces se encaró el emir Muza con el jeique Abdossamad y le pre­guntó: “¿Puedes ¡oh venerable! de­cirnos que significa esto?” El jeique contestó: “¡Por Alah, ¡oh emir! que esto supera a mi entendimiento!” Y dijo el emir Muza: “¡Aproxímate, pues, más a él, e interrógale! ¡Acaso él mismo nos lo aclare!” Y el jeique Abdossamad no quiso mostrar la menor vacilación, y se acercó al monstruo, gritándole: “¡En el nom­bre del Dueño que tiene en su mano los imperios de lo Visible y de lo Invisible, te conjuro a que me res­pondas! ¡Dime, quién eres, desde cuándo estás ahí y por qué sufres un castigo tan extraño!”

Entonces ladró el busto. Y he aquí las palabras que entendieron luego el, emir Muza, el jeique Abdossamad y sus acompañantes:

 

“Soy un efrit de la posteridad de Eblis, padre de los genn. Me llamo Daesch ben-Alaemasch, y estoy en­cadenado aquí por

la Fuerza Invisi­ble hasta la consumación de los si­glos.

“Antaño, en este país, gobernado por el rey del Mar, existía en cali­dad de protector de la Ciudad de Bronce un ídolo de ágata roja, del cual yo era guardián y habitante al propio tiempo. Porque me aposen­té dentro de él; y de todos los paí­ses venían muchedumbres a consul­tar por conducto mío la suerte y a escuchar los oráculos y las predic­ciones augurales que hacía yo.

“El rey del Mar, de quien yo mis­mo era vasallo, tenía bajo su mando supremo al ejército de los genios que se habían rebelado contra Soleimán ben-Daúd; y me había nombrado je­fe de ese ejército para el caso de que estallara una guerra entre aquél y el señor formidable de los genios. Y, en efecto, no tardó en estallar tal guerra,

“Tenía el rey del Mar una hija tan hermosa, que la fama de su belleza llegó a oídos de Soleimán, quien de­seoso de contarla entre sus esposas, envió un emisario al rey del Mar pa­ra pedírsela en matrimonio, a la vez que, le instaba a romper la estatua de ágata, y a reconocer que no hay más Dios que Alah, y que Soleimán es el profeta, de Alah y le amena­zaba con su enojo y su venganza, si no se sometía inmedíatamente a sus deseos.

“Entonces congregó el rey del Mar a sus visires Y a los jefes de los genn, y les dijo: “Sabed que Soleimán me amenaza con todo género de cala­midades para obligarme a que le de mi hija, y rompa la estatua que sir­ve de vivienda a vuestro jefe Deasch ben-Alaemasch. ¿Qué opináis acerca de tales amenazas? ¿Debo inclinar­me a resistir?”

“Los visires contestaron “¿Y que tienes que temer del poder de Solei­mán, ¡oh rey nuestro! ¡Nuestras fuerzas son tan formidables como las suyas por lo menos, y sabremos aniquilarlas!” Luego encaráronse conmigo y me pidieron mi opinión. Dije entonces: “¡Nuestra única res­puesta para Soleimán será dar una paliza a su ernisario!”. Lo cual eje­cutóse al punto. Y dijimos al emi­sario: “¡Vuelve ahora para dar cuen­ta de la aventura a tu amo!”

“Cuando enteróse Soleimán del trato infligido a su emisario, llegó al límite de la indignación, y reunió en seguida, todas sus fuerzas dispo­nibles, consistentes en genios, hom­bres, pajaros y animales. Confió a Assaf ben-Barkhia el mando de los guerreros humanos, y a Domriat, rey de los efrits, el mando de todo el ejército de genios, que ascendía a se sesenta millones, y el de los anímales y aves de rapiña recolectados en todos los puntos del universo y en la islas y mares de la tierra. Hecho lo cual, yendo a la cabeza de tan formidable ejército, Soleimán se dispuso invadir el país de mi soberano el rey del Mar. Y no bien llegó, alineó su ejército en orden de batalla

“Empezó por formar en dos alas a los animales, colocándolos en líneas de a cuatro, y en los aires aposa las grandes aves de rapiña, destinadas a servir de centinelas que descubriesen nuestros movimientos y a arrojarse de pronto sobre los guerreros para herirles y sacarles los ojos. Compuso la vanguardia con el ejército de hombres, y la retaguardia con el ejército de genios; y mantuvo a su diestra a su visir Assaf ben-Barkhia, y a su izquierda a Domriat, rey de los genios del aire. Él permaneció en medio, sentado en su trono de pórfido y de oro, que arrastraban cuatro elefantes. Y dio entonces la señal de la batalla.

“De repente, hízose oír un clamor que aumentaba con el ruido de ca­rreras al galope y el estrépito tumul­tuoso de los genios, hombres, aves de rapiña y fieras guerreras; y reso­naba la corteza terrestre bajo el azo­te formidable de tantas pisadas, en tanto que retemblaba el aire con el batir de millones de alas, y con las exclamaciones, los gritos y los ru­gidos.

“Por lo que a mí respecta, se me concedió el mando de la vanguardia del ejército de genios sometido al rey del Mar. Hice una seña a mis tropas, y a la cabeza de ellas me pre­cipité sobre el tropel de genios ene­migos que mandaba el rey Domriat. E intentaba atacar yo mismo al jefe de los adversarios, cuando le vi con­vertirse de improviso en una monta­ña inflamada que empezó a vomitar fuego a torrentes, esforzándose por aniquilarme y ahogarme con los des­pojos que caían hacia nuestra parte en olas abrasadoras. Pero me defendí y ataqué con encarnizamiento, ani­mando a los míos, y sólo cuando me convencí de que el número de mis enemigos me aplastaría a la postre, di la señal de retirada y me puse en fuga por los aires a fuerza de alas. Pero nos persiguieron por or­den de Soleimán, viéndonos por to­das partes rodeados de adversarios, genios, hombres, animales y pájaros; y de los nuestros quedaron extenuados unos, aplastados otros, por las patas de los cuadrúpedos, y precipi­tados otros desde lo alto de los aires, después que les sacaron los ojos y les despedazaron la piel. También a mí alcanzáronme en mi fuga, que duró tres meses. Preso y amarrado ya, me condenaron a estar sujeto a esta columna negra hasta la extin­ción de las edades, mientras que aprisionaron a todos los genios que yo tuve a mis órdenes, los transfor­maron en humaredas y los encerra­ron en vasos de cc.bre, sellados con el sello de Soleimán, que arrojaron al fondo del mar que baña las mura­llas de la Ciudad de Bronce.

“En cuanto a los hombres que habitaban este país, no sé exactamen­te qué fue de ellos, pues me hallo encadenado desde que se acabó nues­tro poderío, ¡Pero si vais a la Ciu­dad de Bronce, quiza os tropeceis con huellas suyas y lleguéis a saber su historia!”

 

Cuano acabó de hablar el busto, comenzo a agitarse de un modo fre­nético para desligarse de la columna. Y temerosos de que lograra libertarse y les obligara a secundar sus esfuer­zos, el emir Muza y sus acompañan­tes no quisieron pérmanecer más tiempo allí, y se dieron prisa a pro­seguir su camino hacia la ciudad, cuyas torres y murallas veían ya des­tacarse en lontananza.

Cuando sólo estuvieron a una li­gera distancia de la ciudad, como caía la noche y las cosas tomaban a su alrededor un aspecto hostil, pre­firieron esperar al amanecer para acercarse a las puertas; y montaron tiendas donde pasar la noche, por­que estaban rendidos de las fatigas del viaje.

Apenas comenzó el alba por Orien­te a aclarar las cimas de las monta­nas, el emir Muza despertó a sus acompañantes, y se puso con ellos en camino para alcanzar una de las puertas de entrada. Entonces vieron erguirse formidables ante ellos, en medio de la claridad matinal, las mu­rallas de bronce, tan lisas, que di­ríase acababan de salir del molde en que las fundieron. Era tanta su altura, que parecian como una pri­mera cadena de los montes gigantes­cos que las rodeaban, y en cuyos flancos incrustábanse cual nacidas allí mismo con el metal de que se hicieron.

Cuando pudieron salir de la in­movilidad que les produjo aquel es­pectáculo sorprendente, buscaron con la vista alguna puerta por donde en­trar a la ciudad. Pero no dieron con ella. Entonces echaron a andar bor­deando las murallas, siempre en es­pera de encontrar la entrada. Pero no vieron entrada ninguna. Y si­guieron andando todavía horas y horas sin ver puerta ni brecha alguna, ni nadie que se dirigiese a la ciudad o saliese de ella. Y a pesar de estar ya muy ayanzado el día, no oyeron dentro ni fuera de las murallas el menor rumor, ni tampoco notaron el menor movimiento arriba ni al pie de los muros. Pero el emir Muza no perdió la esperanza, animando a sus acompañantes para que anduvie­sen más aún; y caminaron así hasta la noche, y siempre veían desplegarse ante ellos la línea inflexible de murallas de bronce que seguían la ca­rrera del sol por valles y costas, y parecían surguir del propio seno de la tierra.

Entonces el emir Muza ordenó a sus acompañantes que hicieran alto para descansar y comer. Y se sentó con ellos durante algún tiempo, re­flexionando acerca de la situación.

Cuando hubo descansado, dijo a sus compañeros que se quedaran allí vigilando el campamento hasta su regreso, y seguido del jeique Abdossamad y de Taleb ben-Sehl, trepó con ellos a una alta montaña con el propósito de inspeccionar los alrededores y reconocer aquella ciu­dad que no quería dejarse violar por las tentativas humanas...

 

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discreta.


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