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西语阅读:《一千零一夜》连载三十一 b
日期:2011-10-15 22:03  点击:289

西语阅读:《一千零一夜》连载三十一 b

HISTORIA DE ALADINO Y LA LÁMPARA MÁGICA

 

He llegado a saber ¡oh rey afor­tunado! ¡oh dotado de buenos modales! que en la antigüedad del tiem­po y el pasado de las edades y de los momentos, en una ciudad entre las ciudades de

la China, y de cuyo nombre no me acuerdo en este ins­tante, había -pero Alah es más sabio— un hombre que era sastre de oficio y pobre de condición. Y aquel hombre tenía un hijo llamado Aladino, que era un niño mal aducado y que desde su infancia resultó un galopín muy enfadoso. Y he aqui que, cuando el niño llegó a la edad de diez años, su padre quiso hacerle aprender por lo pronto algún oficio honrado; pero, como era muy pobre, no pudo atender a los gastos de la instrucción y tuvo que limitarse a tener con él en la tienda al hijo, para enseñarle el trabajo de aguja en que consistía su propio oficio. Pero Ala­dino, que era un niño indómito acostumbrado a jugar con los mucha­chos del barrio, no pudo amoldarse a permanecer un solo día en la tien­da. Por el contrario, en lugar de estar atento al trabajo, acechaba el instante en que su padre se veía obligado a ausentarse por cualquier motivo o a volver la espalda para atender a un cliente, y al punto el niño recogía la labor a toda prisa y corría a reunirse por calles y jardi­nes con los bribonzuelos de su calaña. Y tal era la conducta de aquel rebelde, que no quería obedecer a sus padres ni aprender el trabajo de la tienda. Así es que su padre, muy apenado y desesperado por te­ner un hijo tan dado a todos los vi­cios, acabó por abandonarle a su li­bertinaje; y su dolor le hizo contraer una enfermedad, de la que hubo de morir. ¡Pero no por eso se corrigió Aladino de su mala conducta! Entonces la madre de Aladino, al ver que su esposo había muerto y que su hijo no era más que un bri­bón, con el que no se podía contar para nada, se decidió a vender la tienda y todos los utensilios de la tienda, a fin de poder vivir algún tiempo con el producto de la venta pero como todo se agotó en seguida, tuvo necesidad de acostumbrarse a pasar sus días y sus noches hilando lana y algodón para ganar algo y alimentarse y alimentar al ingrato de su hijo.

En cuanto a Aladino, cuando se vio libre del temor a su padre, no le retuvo ya nada y se entregó a la pillería y a la perversidad. Y se pa­saba todo el día fuera de casa para no entrar más que a las horas de comer. Y la pobre y desgraciada ma­dre, a pesar de las incorrecciones de su hijo para con ella y del abando­no en que la tenía, siguió mantenién­dole con el trabajo de sus manos ­y el producto de sus desvelos, llo­rando sola lágrimas muy amargas. Y así fue cómo Aladino llegó a la edad de quince años. Y era verda­deranipnte hermoso y bien formado, con dos magníficos ojos negros, y una tez de jazmin, y un aspecto de lo más seductor.

Un día entre los días, estando él en medio de la plaza que había a la entrada de los zocos del barrio, sin ocuparse más que de jugar con los pillastres y vagabundos de su es­pecie, acertó a volar por allí un der­viche maghrebín que se detuvo mi­rando a los muchachos obstinada­mente. Y acabó por posar en Ala­dino sus miradas y por observarle de una manera bastante singular y con una atención muy particular, sin ocuparse ya de los otros niños camaradas suyos. Y aquel derviche, que venía del último confín del Ma­ghreb, de las comarcas del interior lejano, era un insigne mago muy versado en la astrología y en la cien­cia de las fisonomías; y en virtud de su hechicería podría conmover y hacer chocar unas con otras las montañas más altas. Y continuó ob­servando a Aladino con mucha in­sistencia y pensando: “¡He aquí por fin el niño que necesito, el que busco desde hace largo tiempo y en pos del cual partí del Maghreb, mi país!” Y aproximóse sigilosamente a uno de los muchachos, aunque sin perder de vista a Aladino, le llamó aparte sin hacerse notar, y por él se informó minuciosamente del pa­dre y de la madre de Aladino, así como de su nombre y de su condi­ción. Y con aquellas señas, se acer­có a Aladino sonriendo, consiguió atraerle a una esquina, y le dijo: “¡Oh hijo mio! ¿no eres Aladino, el hijo del honrado sastre?” Y Ala­dino contestó: “Sí soy Aladino. ¡En cuanto a mi padre, hace mucho tiempo que ha muerto!” Al oír estas palabras, el derviche maghrebín se colgó del cuello de Aladino, y le cogió en brazos, y estuvo mucho tiempo besándole en las mejillas, llorando ante él en el límite de la emoción. Y Aladino, extremadamen­te sorprendido, le preguntó.. “¿A qué obedecen tus lágrimas, señor? ¿Y de qué conocías a mi difunto padre? Y contestó el maghrebín, con una voz muy triste y entrecor­tada: “¡Ah hijo mío! ¿cómo no voy a verter lágrimas de duelo y de do­lor, si soy tu tío, y acabas de reve­larme de una manera tan inesperada la muerte de tu difunto padre, mi pobre hermano? ¡Oh hijo mío! ¡has de saber, en efecto, que llego a este país después de abandonar mi patria y afrontar los peligros de un largo viaje, únicamente con la halagüeña esperanza de volver a ver a tu pa­dre y disfrutar con él la alegría del regreso y de la reunión! ¡Y he aquí ¡ay! que me cuentas su muerte!” Y se detuvo un instante, como sofoca­do de emoción; luego añadió: “¡Por cierto ¡oh hijo de mi hermano! que en cuanto te divisé, mi sangre se sintió atraída por tu sangre y me hizo reconocerte en seguida, sin va­cilación, entre todos tus camaradas! ¡Y aunque cuando yo me separé de tu padre no habías nacido tú, pues aún no se había casado, no tardé en reconocer en ti sus facciones y su semejanza! ¡Y eso es precisamente lo que me consuela un poco de su pérdida! ¡Ah! ¡qué calamidad cayó sobre mi cabeza! ¿Dónde estás aho­ra, hermano mío a quien creí abra­zar al menos una vez después de tan larga ausencia y antes de que la muerte viniera a separarnos para siempre? ¡Ay! ¿quién puede enva­necerse de impedir que ocurra lo que tiene que ocurrir? En adelante, tú, serás mi consuelo y reemplazarás a tu padre en mi afección, puesto que tienes sangre suya y eres su descendiente; porque dice el proverbio: “¡Quién deja posteridad no muere!”

Luego el maghrebín, sacó de su cinturón diez dinares de oro y se los puso en la mano a Aladino, pre­guntándole: “¡Oh hijo mío! ¿dónde habita tu madre, la mujer de mi hermano?” Y Aladino, completamen­te conquistado por la generosidad y la cara sonriente del maghrebín, lo cogió de la mano, le condujo al ex­tremo de la plaza y le mostró con el dedo el camino de su casa, di­ciendo: “¡Allí vive!- Y el maghre­bín le dijo: “Estos diez dinares que te doy ¡oh hijo mío! se los entrega­rás a la esposa de mi difunto herma­no, transmitiéndole mis zalemas. ¡y le anunciarás que tu tío acaba de llegar de viaje, tras larga ausencia en el extranjero, y que espera, si Alah quiere, poder presentarse en la casa mañana para formular por sí mismo los deseos a la esposa de su herma­no y ver los lugares donde pasó su vida el difunto y visitar su tumba!”

Cuando Aladino oyó estas pala­bras del maghrebín, quiso inmedia­tamente complacerle, y después de besarle la mano se apresuró a co­rrer con alegría a su casa, a la cual llegó, al contrario que de costumbre, a una hora que no era la de comer, y exclamó al entrar: “¡Oh madre mía! ¡vengo a anunciarte que, tras larga ausencia en el extranjero, aca­ba de llegar de su viaje mi tío, y te transmite sus zalemas!” Y contestó la madre de Aladino, muy asombra­da de aquel lenguaje insólito y de aquella entrada inesperada: “¡Cual­quiera diría, hijo mío, que quieres burlarte de tu madre! Porque, ¿quién es ese tío de que me hablas? ¿Y de dónde y desde cuándo tienes un tío que esté vivo todavía?” Y dijo Ala­dino: “Cómo puedes decir ¡oh ma­dre mía! que no tengo tío ni parien­te que esté vivo aún, si el hombre en cuestión es hermano de mi difun­to padre? ¡Y la prueba está en que me estrechó contra su pecho y me besó llorando y me encargó que vi­niera a darte la noticia y a ponerte al corriente!” Y dijo la madre de Aladino: “Sí, hijo mío, ya sé que tenías un tío; pero hace largos años que murió. ¡Y no supe que desde entonces tuvieras nunca otro tío!” Y miro con ojos muy asombrados a su hijo Aladino, que ya se ocupaba de otra cosa. Y no le dijo nada más acerca del particular en aquel día. Y Aladmo, por su parte, no le habló de la dádiva del maghrebín.

Al día siguiente Aladino salió de casa a primera hora de la mañana; y el maghrebín, que ya andaba bus­cándole, le encontró en el mismo sitio que la víspera, dedicado a di­vertirse, como de costumbre, con los vagabundos de su edad. Y se acer­có inmediataniente a él, le cogió de la mano, lo estrechó contra su co­razón, y le besó con ternura. Luego sacó de su cinturón dos dinares y se los entregó diciéndo: “Ve a bus­car a tu madre y dile, dándole estos dos dinares: “¡Mi tío tiene intención de venir esta noche a cenar con nosotros, y por eso te envía este di­nero para que prepares manjares excelentes!” Luego añadió, inclinán­dose hacia él: “¡Y ahora, ya Aladi­no, enséñame por segunda vez el camino de tu casa!” Y contestó Ala­dino: “Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh tio mío!” Y echó a andar delante y le enseñó el ca­mino de su casa. Y el maghrebín le dejó y se fue por su camino...

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.


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