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西语阅读:《一千零一夜》连载三十三 a
日期:2011-10-15 22:13  点击:229

西语阅读:《一千零一夜》连载三十三 a

PERO CUANDO LLEGó LA 740 NOCHE

 

Ella dijo:

... Y había nacido verdaderarnen­te en Africa, que es el país y el se­millero de los magos y hechiceros de la peor calidad. Y desde su ju­ventud habíase dedicado con tesón al estudio de la hechicería y de los hechizos, y al arte de la geomancia, de la alquimia, de la astrología, de las fumigaciones y de los encanta­mientos. Y al cabo de treinta años de operaciones magicas, por virtud de su hechicería, logró descubrir que en un paraje desconocido de la tie­rra había una lámpara extraordina­riamente mágica que tenía el don de hacer más poderoso que los reyes y sultanes todos al hombre que tuviese la suerte de ser su poseedor. Entonces hubo de redoblar sus fu­migaciones y hechicería, y con una última operación geomántica logró enterarse de que la lámpara consa­bida se hallaba en un subterráneo situado en las imnediaciones de la ciudad de Kolo-ka-tsé en el país de China. (Y aquel paraje era precisa­mente el que acabamos de ver con todos sus detalles.) Y el mago se puso en camino sin tardanza, y des­pués de un largo viaje había llegado a Kolo-ka-tsé, donde se dedicó a explorar los alrededores y acabó por delimitar exactamente la situación del subterráneo que lo contenía. Y por su mesa adívinatoria se enteró de que el tesoro y la lámpara mágica estaban inscriptos, por los po­deres subterráneos, a nombre de Ala­dino, hijo de Mustafá el sastre, y de que sólo él podría hacer abrirse el subterráneo y llevarse la lámpara, pues cualquier otro perdería la vida infalíblemente si intentaba la menor empresa encaminada a ello. Y por eso se puso en busca de Aladino, y cuando le encontró, hubo de utilizar toda clase de estratagemas y enga­ños para atraérsele y conducirle a aquel paraje desierto, sin despertar sus sospechas ni las de su madre., Y cuando Aladino salió con bien de la empresa, le había reclamado tan pre­surosamente la lámpara porque que­ría engañarle y emparedarle para siempre en el subterráneo. ¡Pero ya hemos visto cómo Aladino, por mie­do a recibir una bofetada, se había refugiado, en el interior de la cueva, donde no podía penetrar el mago, y cómo el mago, con objeto de ven­garse, habíale encerrado allí dentro contra su voluntad para que se mu­riese de hambre y de sed!

Realizada aquella acción, el mago convulso y echando espuma, se fué por su camino, probablemente a Africa, su país. ¡Y he aquí lo refe­rente a él! Pero seguramente nos le volveremos a encontrar.

¡He aquí ahora lo que atañe a Aladino!

No bien entró otra vez en el sub­terráneo, oyó el temblor de tierra producida por la magia del maghrebín, y aterrado, temió que la bóveda se desplomase sobre su cabeza, y se apresuró a ganar la salida. Pero al llegar a la escalera, vio que la pe­sada losa de mármol tapaba la aber­tura; y llegó al límite de la emoción y del pasmo. Porque, por una parte, no podía, concebir la maldad del hombre a quien creía tío suyo y que le había acariciado y mimado, y por otra parte, no había para qué pensar en levantar la losa de már­mol, pues le era imposible hacerlo desde abajo. En estas condiciones, el desesperado Aladino empezó a dar muchos gritos, llamando a su tío y prometiéndole, con toda clase de juramentos, que estaba dispuesto a darle enseguida la lámpara. Pero claro es que sus gritos y sollozos no fueron oídos por el mago, que ya se encontraba lejos. Y al ver que su tío no le contestaba, Aladino em­pezó a abrigar algunas dudas con respecto a él, sobre todo al acor­darse de que le había llamado hijo de perro, gravísima injuria que ja­más dirigiría un verdadero tío al hijo de su hermano.De todos mo­dos, resolvió entonces ir al jardín, donde había luz, y buscar una sa­lida por donde escapar de aquellos lugares tenebrosos. Pero al llegar a la puerta que daba al jardín observó que estaba cerrada y que no se abría ante él entonces. Enloquecido ya, corrió de nuevo a la puerta de la cueva y se echó llorando en los pel­daños de la escalera. Y ya se veía enterrado vivo entre las cuatro pa­redes de aquella cueva, llena de negrura y de horror, a pesar de todo el oro que contenía. Y sollozó du­rante mucho tiempo, sumido en su dolor. Y por primera vez en su vida dio en pensar en todas, las bondades de su pobre madre y en su abnega­ción infatigable, no obstante la mala conducta y la ingratitud de él. Y la muerte en aquella cueva hubo de parecerle mas amarga, por no haber podido refrescar en vida el corazón de su madre mejorando algo su ca­rácter y demostrándola de alguna manera su agradecimiento. Y suspiró mucho al asaltarle este pensamiento, y empezó a retorcerse los brazos y a restregarse las manos, como gene­ralmente hacen los que están deses­perados, diciendo, a modo de renun­cia a la vida: “No hay recurso ni poder más que en Alah!” Y he aquí que, con aquel movimiento, Aladino frotó sin querer el anillo que llevaba en el pulgar y, que le había prestado el mago para preservarle de los pe­ligros del subterráneo. Y no sabía aquel maghrebín maldito que el tal anillo había de salvar la vida de Ala­dino precisamente, pues de saberlo, no se lo hubiera confiado desde lue­go, o se hubiera apresurado a qui­társelo, o incluso no hubiera cerrado el subterráneo mientras el otro no se lo devolviese. Pero todos los ma­gos son, por esencia, semejantes a aquel maghrebín hermano suyo: a pesar del poder de su hechicería y de su ciencia maldita, no saben pre­ver las consecuencias de las acciones más sencillas, y jamás piensan en precaverse de los peligros más vul­gares. ¡Porque con su orgullo y su confianza en sí mismos, nunca reco­rren al Señor de las criaturas, y su espíritu permanece constantemente obscurecido por una humareda más espesa que la de sus fumigaciones, y tienen los ojos tapados por una venda, y van a tientas por las tinie­blas.

Y he aquí que, cuando el deses­perado Aladino frotó, sin querer, el anillo que llevaba en el pulgar y cuya virtud ignoraba, vio surgir de pronto ante él, como si brotara de la tierra, un inmenso y gigantesco efrit, semejante a un negro embetunado, con una cabeza como un caldero, y una cara espantosa, y unos ojos rojos, enormes y llameantes, el cual se inclino ante él, y con una voz tan retumbante cual el rugido del trueno, le dijo: “¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclávo! ¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua!”

Al ver aquello, Aladino, que no era valeroso, quedó muy aterrado; y en cualquier otro sitio o en cual­quier otra circunstancia hubiera caí­do desmayado o hubiera procurado escapar. Pero en aquella cueva, don­de ya se creía muerto de hambre y de sed, la intervención de aquel espantoso efrit parecióle un gran socorro, sobre todo cuando oyó la pregunta que le hacía. Y al fin pudo mover la lengua y contestar: “¡Oh gran jeique de los efrits del aire, de la tierra y del agua, sácame de esta cueva!”

Apenas había él pronunciado estas palabras, se conmovió y se abrió la tierra por encima de su cabeza, y en un abrir y cerrar de ojos sintióse transportado fuera de la cueva, en el mismo paraje donde encendió la ho­guera el maghrebín. En cuanto al efrit, había desaparecido.

Entonces, todo tembloroso de emo­ción todavía, pero muy contento por verse de nuevo al aire libre, Aladino dio gracias a Alah el Bienhechor que le había librado de una muerte cierta y le había salvado de las emboscadas del maghrebín. Y miró en torno suyo y vio a lo lejos la ciudad en medio de sus jardines. Y le apresuró a des­andar el camino por donde le había conducido el mago, dirigiéndose al valle sin volver la cabeza atrás ni una sola vez. Y extenuado y falto de aliento, llegó ya muy de noche a la casa en que le esperaba su ma­dre lamentándose, muy inquieta por su tardanza. Y corrió ella a abrirle, llegando a tiempo para acogerle en sus brazos, en los que cayó el joven desmayado, sin poder resistir más la emoción.

Cuando a fuerza de cuidados vol­vió Aladino de su desmayo, su madre le dio a beber de nuevo un poco de agua de rosas. Luego, muy preocu­pada, le preguntó qué le pasaba. Y contestó Aladinó: “¡Oh madre mía, tengo mucha hambre! ¡Te ruego, pues, que me traigas algo de comer, porque no he tomado nada desde esta mañana!” Y la madre de Ala­dino corrió a llevarle lo que había en la casa. Y Aladino se puso a comer con tanta prisa, que su madre le dijo, temiendo que se atragantara: “¡No te precipites, hijo mío, que se te va a reventar la garganta! ¡Y si es que comes tan deprisa para con­tarme cuan antes lo que me tienes que contar, sabe que tenemos por nuestro todo el tiempo! ¡Desde el momento en que volví, a verte estoy tranquila, pero Alah sabe cuál fue mi ansiedad cuando notó que avan­zaba la noche sin que estuvieses de regreso!” Luego se interrumpió para decirle: “¡Ah hijo mío! ¡moderate, por favor, y coge trozos más peque­ños!” Y Aladino, que había devorado en un momento todo lo que tenía delante, pidió de beber, y cogió el cantarillo de agua y se lo vació en la garganta sin respirar. Tras de lo cual se sintió satisfecho, y dijo a su madre: “¡Al fin voy a poder con­tarte ¡oh madre mía! todo lo que me aconteció con el hombre a quien tú creías mi tío, y que me ha hecho ver la muerte a dos dedos de mis ojos! ¡Ah! ¡tú no sabes que ni por asomo era tío mío ni hermano de mi padre ese embustero que me hacía tantas caricias y me besaba tan tiernamente, ese maldito maghrebín, ese hechicero, ese mentiroso, ese bribón, ese embaucador, ese enre­dador, ese perro, ese sucio, ese de­monio que no tiene par entre los demonios sobre la faz de la tierra!, ¡Alejado sea el Maligno!” Luego añadió: “¡Escucha ¡oh madre! lo que me ha hecho!” Y dijo todavía: “¡Ah! ¡qué contento estoy de haber­me librado de sus manos!” Luego se detuvo un momento, respiró con fuerza, y de repente, sin tomar ya más aliento, contó cuanto le había sucedido, desde el principio hasta el fin, incluso, la bofetada, la injuria y lo demás, sin omitir un solo de­talle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.

Y cuando hubo acabado su relato se quitó el cinturón y dejó caer en el colchón que había en el suelo la ma­ravillosa provisión de frutas trans­parentes y coloreadas que hubo de coger en el jardín. Y también cayó la lampara en el montón, entre bolas de pedrería.

Y añadió éí para terminar: “¡Esa es ¡oh madre! mi aventura con el mago maldito, y aquí tienes lo que me ha reportado mi viaje al subte­rráneo!” Y así diciendo, mostraba a su madre las bolas maravillosas, pero con un aire desdeñoso que sig­mficaba: “¡Ya no soy un niño para jugar con bolas de vidrio!”

Mientras estuvo hablando su hijo Aladino la madre le escuchó; lan­zando, en los pasajes más sorpren­dentes o más conmovedores del re­lato, exclamaciones de cólera contra, el mago y de conmiseración para Aladino. Y no bien acabó de contar él tan extraña aventura, no pudo ella reprimirse más, y .se desató en in­jurias contra el maghrebín, moteján­dole con todos los dicterios que para calificar la conducta del agresor pue­de encontrar la cólera de una madre que, ha estado a punto de perder a su hijo. Y cuando se desahogó un poco, apretó contra su pecho a su hijo Aladino y le besó llorando, y dijo: “¡Demos gracias a Alah ¡oh hijo mío! que te ha sacado sano y salvo de manos de ese hechicero maghrebín! ¡Ah traidor, maldito! ¡Sin duda quiso tu muerte por po­seer esa miserable lámpara de cobre que no vale medio dracma! ¡Cuánto le detestó! ¡Cuánto abomino de él! ¡Por fin te recobré, pobre niño mío, hijo mío Aladino! ¡Pero qué peligros ­no corriste por culpa mía, que debí adivinar, no obstante, en los ojos bizcos de ese maghrebín; que no era tío tuyo ni nada allegado, sino un mago maldito y un descreido!”

Y así diciendo, la madre se sentó en el colchón con su hijo Aladino, y le estrechó contra ella y le besó y le meció dulcemente. Y Aladino, que no había dormido desde hacía tres días, preocupado por su aventura con el maghrebín, no tardó en ce­rrar los ojos y en dormirse en las rodillas de su madre, halagado por el balanceo. Y le acostó ella en el colchón con mil precauciones, y no tardó en acostarse y en dormirse también junto a él.

Al día siguiente, al despertarse...

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.


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