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西语阅读:《一千零一夜》连载三十四 c
日期:2011-10-15 22:23  点击:320

西语阅读:《一千零一夜》连载三十四 c

Y he aquí que de tal suerte trans­currieron dos meses. Y la madre de Aladino, que salía a diario para hacer las compras necesarias con anterioridad a las bodas, había ido al zoco una mañana y comenzaba a entrar en las tiendas, haciendo mil pedidos grandes y pequeños, cuando advirtió una cosa que no había no­tado al llegar. Vio, en efecto, que todas las tiendas estaban decoradas y adornadas con follaje, linternas y banderolas multicolores que iban de un extremo a otro de la calle, y que todos los tenderos, compradores y gentes del zoco, lo mismo ricos que pobres, hacían grandes demostracio­nes de alegría, y que todas las calles estaban atestadas de funcionarios de palacio ricamente vestidos con sus brocados de ceremonia y montados en caballos enjaezados maravillosa­mente, y que todo el mundo iba y venía con una animación inesperada. Así es que se apresuró a preguntar a un mercader de aceite, en cuya casa se aprovisionaba, qué fiesta, ignorada por ella, celebraba toda aquella alegre muchedumbre y qué significaban todas aquellas demos­traciones. Y el mercader de aceite, en extremo asombrado de semejante pregunta, la miró de reojo, y con­testó: “¡Por Alah, que se diría que te estás burlando! ¿Acaso eres una extranjera para ignorar así la boda del hijo del gran visir con la princesa Badrú'l-Budur, hija del sultán? ¡Y precisamente esta es la hora en que ella va a salir del hamman! ¡Y todos esos jinetes ricamente vestidos con trajes de oro son los guardias que la darán escolta hasta el palacio!”

Cuando la madre de Aladino hubo oído estas palabras del mercader de aceite, no quiso saber más, y enlo­quecida y desolada echó a correr por los zocos, olvidándose de sus com­pras a los mercaderes, y llegó a su casa, adonde entró, y se desplomó sin aliento en el diván, permanecien­do allí un instante sin poder pro­nunciar una palabra. Y cuando pudo hablar, dijo a Aladino, que había acudido: “¡Ah! ¡hijo mío, el Des­tino ha vuelto contra ti la página fatal de su libro, y he aquí que todo está perdido, y que la dicha hacia la cual te encaminabas se desvaneció antes de realizarse!” Y Aladino, muy alarmado del estado en que veía a su madre y de las palabras que oía, le preguntó: “¿Pero qué ha sucedido de fatal, ¡oh madre!? ¡Dímelo pron­to!” Ella dijo: “¡Ay! ¡hijo mío, el sultán se olvidó de la promesa que nos hizo! ¡Y hoy precisamente casa a su hija Badrú’l-Budur con el hijo del gran visir, de ese rostro de brea, de ese calamitoso a quien yo temía tanto! ¡Y toda la ciudad está ador­nada, como en las fiestas mayores, para la boda de esta noche!” Y al escuchar esta noticia, Aladino sintió que la fiebre le invadía el cerebro y hacía bullir su sangre a borbotones precipitados. Y se quedó un momen­to pasmado y confuso, como si fuera a caerse. Pero no tardó en domi­narse, acordándose de la lámpara maravillosa que poseía, y que le iba a ser más útil que nunca. Y se encaró a su madre, y le dijo con acento muy tranquilo: “¡Por tu vida; ¡oh madre! se me antoja que el hijo del visir no disfrutará esta noche de todas las delicias que se promete gozar en lugar mío! No temas, pues, por eso, y sin más dilación, levan­tate y prepáranos la comida. ¡Y ya veremos después lo que tenemos que hacer con asistencia del Altísimo!”

Se levantó, pues, la madre de Ala­dino y preparó la comida, comiendo Aladino con mucho apetito para retirarse a su habitación inmediata­mente, diciendo: “¡Deseo estar solo y que no se me importune!” Y cerró tras de sí la puerta con llave, y sacó la lámpara mágica del lugar en que la tenía, escondida. Y la cogió y la frotó en el sitio que conocía ya. Y en el mismo momento se le apareció el efrit esclavo de la lámpara, y dijo: ¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro! Y Aladino le di­jo: “¡Escúchame bien, ¡oh servidor de la lámpara! -pues ahora ya no se trata de traerme de comer y de he­ber, sino de servirme en un asunto de mucha más importancia! Has de saber, en efecto que el sultán me ha prometido en matrimonio su mara­villosa hija Badrú'l-Budur, tras de haber recibido de mí un presente de frutas de pedrería. Y me ha pe­dido un plazo de tres meses para la celebración de las bodas. ¡Y ahora se olvidó de su promesa, y sin pen­sar en devolverme mi regalo, casa a su hija con el hijo del gran visir! ¡Y como no quiero que sucedan así las cosas, acudo a ti para que me auxilies en la realización de mi pro­yecto!” Y contestó el efrit: “Habla, ¡oh mi amo Aladino! ¡Y no tienes necesidad de darme tantas explica­ciones! ¡Ordena y obedeceré!” Y contestó Aladino: “¡Pues esta noche, en cuanto los recién casados se acues­ten en su lecho nupcial, y antes de que ni siquiera tengan tiempo de tocarse, los cogerás con lecho y todo y los transportarás aquí mismo, en donde ya veré lo que tengo que hacer!” Y el efrit de la lámpara se llevó la mano a la frente, y contestó: ¡Escuco y obedezco!'; Y desapa­reció. Y Aladino fue en busca, de su madre y se sentó junto a ella y se puso a hablar con tranquilidad de unas cosas y de otras, sin preocu­parse del matrimonio de la princesa, como si no hubiese ocurrido nada de aquello. Y cuando llegó la noche dejó que se acostara su madre, y volvió a su habitación, en donde se encerró de nuevo con llave, y esperó el regreso del efrit. ¡Y he aquí lo referente a él!

¡He aquí ahora lo que atañe a las bodas del hijo del gran visir! Cuando tuvieron fin la fiesta y los festines y las ceremonias y las recepciones y los regocijos, el recién casado, pre­cedido por el jefe de los eunucos, penetró en la cámara nupcial. Y el jefe de los eunucos se apresuró a re­tirarse y a cerrar la puerta detrás de sí. Y el recién casado, después de­desnudarse, levantó las cortinas y se acostó en el lecho para esperar allí la llegada de la princesa. No tardó en hacer su entrada ella, acompa­ñada de su madre y las mujeres de su séquito, que la desnudaron, la pusieron una sencilla camisa de seda y destrenzaran su cabellera. Luego la metieron ea el lecho a la fuerza, mientras ella fingía hacer mucha resistencia y daba vueltas en todos sentidos para escapar de sus manos, como suelen hacer en semejantes circunstancias las recién casadas. Y cuando la metieron en el lecho, sin mirar al hijo del visir que estaba ya acostado, se retiraron todas juntas, haciendo votos por la consumación del acto. Y la madre, que salió la última, cerró la puerta de la habita­ción, lanzando un gran suspiro, como es costumbre.

No bien estuvieron solas los re­cién casados, antes de que tuviesen tiempo de hacerse la menor caricia, sintiéronse de pronto elevados con su lecho, sin poder darse cuenta de lo que les sucedía. Y en un abrir y cerrar de ojos se vieron transpor­tados fuera del palacio y deposita­dos en un lugar que no conocían, y que no era otro que la habitación de Aladino. Y dejándolos llenos de espanto, el efrit fue a prosternarse ante Aladino, y le dijo: “Ya se ha ejecutado tu orden ¡oh mi señor! ¡Y heme aquí dispuesto a obedecerte en todo lo que tengas que mandar­me!” Y le contestó Aladino: “¡Ten­go que mandarte que cojas a ese joven y le encierres durante toda la noche en el retrete! ¡Y ven aquí a tomar órdenes mañana por la ma­ñana!” Y el genni de la lámpara contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a obedecer. Cogió, pues, brutalmente al hijo del visir y fue a encerrarle en el retrete, me­tiéndole la cabeza en el agujero. Y sopló sobre él una bocanada fría y pestilente que lo dejó inmóvil como un madero en la postura en que estaba. ¡Y he aquí lo referente a él!

En cuanto a Aladino, cuando es­tuvo solo con la princesa Badrú'l-Bu­dur, a pesar del gran amor que por ella sentía, no pensó ni por un ins­tante en abusar de la situación. Y empezó por inclinarse ante ella, lle­vándose la mano al corazón, y le di­jo con voz apasionada: “¡Oh prin­cesa, sabe que aquí estás más segu­ra que en el palacio de tu padre el sultán! ¡Si te hallas en este lugar que desconoces, sólo es para que no sufras las caricias de ese joven cretino, hijo del visir de tu padre! ¡Y aunque es a mí a quien te prome­tieron en matrimonio, me guardaré bien de tocarte antes de tiempo y antes de que seas mi esposa legítima por el Libro y la Sunnah!”

Al oír estas palabras de Aladino, la princesa no pudo comprender na­da, primeramente porque estaba muy emocionada, y además, porque ig­noraba la antigua promesa de su pa­dre y todos los pormenores del asun­to. Y sin saber qué decir, se limitó a llorar mucho. Y Aladino para de­mostrarle bien que no abrigaba nin­guna mala intención con respecto a ella y para tranquilizarla, se tendió vestido en el lecho, en el mismo sitio que ocupaba el hijo del visir, y tuvo la precaución de poner un sable des­envainado entre ella y él, para dar a entender que antes se daría la muerte que tocarla, aunque fuese con las puntas de los dedos. Y has­ta volvió la espalda a la princesa, para no importunarla en manera al­guna. Y se durmió con toda tran­quilidad, sin volver a ocuparse de la tan desada presencia de Badrú't-Bu­dur, como si estuviese solo en su le­cho de soltero.

En cuanto a la princesa, la emo­ción que le producía aquella aventu­ra tan extraña, y la situación ano­mala en que se encontraba, y los pensamientos tumultuosos que la agi­taban, mezcla de miedo y asombro, la impidieron pegar los ojos en toda la noche. Pero sin duda tenía menos motivo de queja que el hijo del vi­sir, que estaba en el retrete con la cabeza metida en el agujero y no podía hacer ni un movimiento a causa de la espantosa bocanada que le había echado el efrit para inmo­vilizarle. De todos modos, la suerte de ambos esposos fue bastante aflic­tiva y calamitosa para una primera noche de bodas...

 

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.


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