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西语阅读:《一千零一夜》连载一 c
日期:2011-03-01 11:40  点击:849

En esta situación, el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar nin­guna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura-, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delica­deza exquisita. La mayor se llama­ba Schathrazada, y el nombre de la menor era Doniazada.
La mayor; Schaltrazada, había leí­do los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las histo­rias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de cró­nicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la an­tigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente v daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así: “Por qué te veo tan cambiado, so­portando un peso abrumador de pe­sadumbres y aflicciones?... Sabe, padre, que el poeta dice: “¡Oh tú, que te apenas, consuélate! Nada es duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida.”
Cuando oyó estas palabras el visir; contó a su hija cuanto había ocurri­do desde el principio al fin, concer­niente al rey. Entonces le dijo Schah­razada: “Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata seré la causa del rescate de las hijas de los musulmanes y podré salvar­las de entre las manos del rey.” En­tonces el visir contestó: “¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro.” Pero Schahrazada repu­so: “Es imprescindible que así lo haga.” Entonces le dijo su padre: “Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el la­brador. Escucha su historia:

  FÁBULA DEL ASNO, EL BUEY Y EL LABRADOR


“Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante dueño de grandes riquezas y de mucho ganado. Estaba casado y con hijos. Alah, el Altísimo, le dio igualmente el conocimiento de los lenguajes de los animales y el canto de los pájaros. . Habitaba este comerciante en un país fértil, a ori­llas de un río. En su morada había un asno y un buey.
Cierto día llegó el buey al lugar ocupado por el asno y vio aquel sitio barrido y regado. En el pesebre ha­bía cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado, descansando. Cuando el amo lo montaba, era sólo para algún trayecto corto y por asun­to urgente, y el asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante oyó que el buey decía al pollino: “Come a gusto y que te sea sano, de provecho y de buena digestión. ¡Yo estoy rendido y tú descansando, des­pués de comer cebada bien cribada! Si el amo, te monta alguna que otra vez, pronto vuelve a traerte. En cam­bio yo me reviento arando y con el trabajo del molino.” El asno le acon­sejo: “Cuando salgas al campo y te echen el yugo, túmbate y no te menees aunque te den de palos. Y si te levantan, vuélvete a echar otra vez. Y si entonces te vuelven al esta­blo y te ponen habas, no las comas, fíngete enfermo. Haz por no comer ni beber en unos días, y de ese modo descansarás de la fatiga del trabajo.”
Pero el comerciante seguía presen­te, oyendo todo lo que hablaban.
Se acercó el mayoral al buey para darle forraje y le vio comer muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo al trabajo, lo encontró enfermo. En­tonces el amo dijo al mayoral: “Coge al asno y que are todo el día en lu­gar del buey.” Y el hombre unció al asno en vez del buey y le hizo arar todo el día.
Al anochecer, cuando el asno re­gresó al establo, el buey le dio las gracias por sus bondades, que le habían proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba muy arrepentido.
Al otro día el asno estuvo arando también durante toda la jornada y regresó con el pescuezo desollado, rendido de fatiga. El buey, al verle en tal estado, le dio las gracias de nuevo y lo colmó de alabanzas. El asno le dijo: “Bien tranquilo estaba yo antes. Ya ves cómo me ha per­judicado el hacer beneficio a los de­más.” Y en seguida añadió: “Voy a darte un buen consejo de todos modos. He oído decir al amo que te entregarán al matarife si no te le­vantas, y harán una cubierta para la mesa con tu piel. Te lo digo para que te salves, pues sentiría que te ocurriese algo.”
El buey, cuando oyó estas pala­bras del asno, le dio las gracias nue­vamente, y le dijo: “Mañana reanu­daré mi trabajo.” Y se puso a comer, se tragó todo el forraje y hasta lamio el recipiente con su lengua.
Pero el amo les había oído hablar. En cuanto amaneció fue con su esposa hacia el establo de los bueyes y las vacas, y se sentaron a la puer­ta.Vino el mayoral y sacó al buey, que en cuanto vio a su amo empezó a menear la cola, y a galopar en to­das direcciones como si estuviese lo­co. Entonces le entró tal risa al co­merciante, que se cayó de espaldas. Su mujer le preguntó: “¿De qué te ríes?” Y él dijo: “De una cosa que he visto y oído; pero no la puedo descu­brir porque me va en ello la vida.” La mujer insistió: “Pues has de contármela, aunque te cueste morir.” Y él dijo: “Me callo, porque temo a la muerte.” Ella repuso: “Entonces es que te ríes de mí.” Y desde aquel día no dejó de hostigarle tenazmente, hasta que le puso en una gran per­plejidad. Entonces el comerciante mandó llamar a sus hijos, así como al kadí y a unos testigos. Quiso ha­cer testamento antes de revelar el se­creto a su mujer, pues amaba a su esposa entrañablemente porque era la hija de su tío paterno, madre de sus hijos, y había vivido con ella ciento veinte años de su edad. Hizo llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes del barrio y refirió a todos lo ocurrido, diciendo que moriría en cuanto reve­lase el secreto. Entonces toda la gen­te dijo a la mujer: “¡Por Alah sobre ti! No te ocupes más del asunto; pues va a perecer tu marido, el pa­dre de tus hijos.” Pera ella replico: “Aunque le cueste la vida no le de­jaré en paz hasta que me haya dicho su secreto.” Entonces ya no le roga­ron más. El comerciante se apartó de ellos y se dirigió al estanque de la huerta para hacer sus abluciones y volver inmediatamente a revelar su secreto y morir
 


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