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《一千零一夜》连载三十五a
日期:2011-11-29 06:47  点击:439

《一千零一夜》连载三十五a

PERO GUANDO LLEGÓ LA 755 NOCHE

 

Ella dijo:

 

... e hizo proclamar el divorcio de su hija Badrú’l-Budur con el hi­jo del gran visir, dando a entender que no se había consumado nada. En cuanto al hijo del gran visir, el sultán, por consideración a su pa­dre, le nombró gobernador de una provincia lejana de China, le dio or­den de partir sin demora. Lo cual fue ejecutado.

Cuando Aladino, al mismo tiempo que los habitantes de la ciudad, se enteró, por la proclama de los pre­goneros públicos, del divorcio de Badrú’l-Budur sin haberse consuma­do el matrimonio y de la partida del burlado, se dilató hasta el límite de la dilatación, y se dijo: “¡Bendita sea esta lámpara maravillosa, causa ini­cial de todas mis prosperidades! ¡Preferible es que haya tenido lugar el divorcio sin una intervención más directa del genni de la lámpara, el cual, sin duda, habría acabado cocí ese cretino!” Y también se alegró de que hubiese tenido éxito su vengan­za sin que nadie, ni el rey, ni el gran visir, ni su misma madre sospecha­ra la parte que había tenido él en todo aquel asunto. Y sin preocuparse ya, como sino hubiese ocurrido na­da anómalo desde su petición de matrimonio, esperó con toda tran­quilidad a que transcurriesen los tres meses del plazo exigido, enviando a palacio, en la mañana que siguió al último día del plazo consabido, a su madre, vestida con sus trajes mejores, para que recordase al sultán su promesa.

Y he aquí que, en cuanto entró en el diván la madre de Aladino, el sultán, que estaba dedicado a des­pachar los asuntos del reino, como de costumbre, dirigió la vista hacia ella y la reconoció en seguida. Y no tuvo ella necesidad de hablar, por que el sultán recordó por sí mismo la promesa que le había dado y el plazo que había fijado. Y se encaró con su gran visir, y le dijo: “¡Aquí está ¡oh visir! la madre de Aladino! Ella fue quien nos trajo, hace tres meses, la maravillosa porcelana lle­na de pedrerías. ¡Y me parece que, con motivo de expirar el plazo, vie­ne a pedirme el cumplimiento de la promesa que le hice concerniente a mi hija! ¡Bendito sea Alah, que no ha permitido el matrimonio de tu hijo, para que así haga honor a la palabra dada cuando olvidé mis com­promisos por ti!” Y el visir, que en su fuero interno seguía estando muy despechado por todo lo ocurrido, contestó: “¡Claro ¡oh mi señor! que jamás los reyes deben olvidar sus promesas! ¡Pero el caso es que, cuan­do se casa a la hija, debe uno infor­marse acerca del esposo, y nuestro amo el rey no ha tomado informes de este Aladino y de su familia! ¡Pero yo sé que es hijo de un pobre sas­tre muerto en la miseria, y de baja condición! ¿De dónde puede venir­le la riqueza al hijo de un sastre?” El rey dijo: “La riqueza viene de Alah, ¡oh visir!” El visir dijo: “Así es, ¡oh rey! ¡Pero no sabernos si ese Aladino es tan rico realmente co­mo su presente dio a entender! Pa­ra estar seguros no tendrá el rey más que pedir por la princesa una dote tan considerable que sólo pue­da pagarle un hijo de rey o de sul­tán. ¡Y de tal suerte el rey casará a su hija sobre seguro, sin correr el riesgo de darle otra vez un esposo indigno de sus méritos!” Y dijo el rey: “De tu lengua brota elocuencia, ¡oh visir! ¡Di que se acerque esa mujer para que yo le hable!” Y el visir hizo una seña al jefe de los guardias, que mandó avanzar hasta el pie del trono a la madre de Ala­dino.

Entonces la madre de Aladino se prosternó, y besó la tierra por tres veces entre las manos del rey, quien le dijo: “¡Has de saber ¡oh tía! que no he olvidado mi promesa! ¡Pero hasta el presente no hablé aún de la dote exigida por mi hija, cuyos mé­ritos son muy grandes! Dirás, pues, a tu hijo, que se efectuará su ma­trimonio con mi hija El Sett Badrúl-Budur cuando me haya enviado lo que exijo como dote para mi hija, a saber: cuarenta fuentes de oro ma­cizo llenas hasta los bordes de las mismas especies de pedrerías en for­ma de frutas de todos colores y to­dos tamaños, como las que me envió en la fuente de porcelana; y estas fuentes las traerán a palacio cua­renta esclavas jóvenes, bellas como lunas, que serán conducidas por cuar renta esclavos negros, jóvenes y ro­bustos; e irán todos formados en cortejo, vestidos con mucha mag­nificencia, y vendrán a depositar en mis manos las cuarenta fuen­tes de pedrerías. ¡Y eso es todo lo que pido, mi buena tía! ¡Pues no quiero exigir más a tu hijo, en con­sideración al presente que me ha enviado ya!”

Y la madre de Aladino, muy ate­rrada por aquella petición exorbitan­te, se limitó a prosternarse por se­gunda vez ante el trono, y se retiró para ir a dar cuenta de sumisión a su hijo. Y le dijo: “¡Oh! ¡hijo mío, yo te aconsejé desde un principio que no pensaras en el matrimnio con la princesa Badrú’l-Budur!” Y suspirando mucho, contó a su hijo la manera, muy afable desde luego, que tuvo al recibirla el sultán, y las condiciones que ponía antes de con­sentir definitivamente en el matri­monio. Y añadió: “¡Qué locura la tuya, ¡oh hijo mío! ¡Admito lo de las fuentes de oro, y las pedrerías exigidas, porque imagino que serás lo bastante insensato para ir al sub­terráneo a despojar a los árboles de sus frutas encantadas! Pero, ¿quieres decirme cómo vas a arreglarte para disponer de las cuarenta esclavas jóvenes y de los cuarenta jóvenes ne­gros? ¡Ah! ¡hijo mío, la culpa de es­ta pretensión tan exorbitante la tie­ne también ese maldito visir, porque le vi inclinarse al oído del rey, cuan­do yo entraba, y hablarle en secreto! ¡Creeme, Aladino, renuncia a ese proyecto que te llevara a la perdi­ción sin remedio!” Pero Aladino se limitó a sonreír, y contestó a su madre: “¡Por Alah, ¡oh madre! que al verte entrar con esa cara tan tris­te creí que ibas a darme una mala noticia! ¡Pero ya veo que te preocu­pas siempre par cosas que verdade­ramente no valen la pena! ¡Porque has de saber que todo lo que acaba de pedimne el rey como precio de su hija no es nada en comparación con lo que realmente podría darle! Re­fresca pues, tus ojos y tranquiliza tu espíritu. Y por tu parte, no pien­ses más que en preparar la comida, pues tengo hambre. ¡Y deja para mí el cuidado de complacer al rey!”

Y he aquí que, en cuanto la ma­dre salió para ir al zoco a comprar las provisiones necesarias, Aladino se apresuró a encerrarse en su cuarto. Y cogió la lámpara y la frotó en el sitio que sabía. Y al punto apareció el genni, quien después de inclinar­se -ante él y dijo: “¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quie­res? Habla. ¡Soy el servidor de la lampara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arras­tro!” Y Aladino le dijo: “Sabe ¡oh efrit! que el sultán consiente en dar­me a su hija, la maravillosa Badrú'l-Budur, a quien ya conoces; pero lo hace a condición de que le envíe lo más pronto posible cuarenta bande­jas de oro macizo, de pura calidad, llenas hasta los bordes de frutas de pedrerías semejantes a las de la fuen­te de porcelana, que las cogí en los árboles del jardín que hay en el si­do donde encontré la lámpara de que eres servidor. ¡Pero no es eso todo! Para llevar esas bandejas de oro, llenas de pedrerías, me pide además, cuarenta esclavas jóvenes, bellas como lunas, que han de ser conducidas por cuarenta negros jó­venes, hermosos, fuertes y vestidos con mucha magnificencia. ¡Eso es lo que, a mi vez, exijo de ti! ¡Date prisa a complacerme, en virtud del poder que tengo sobre ti como due­ño de la lámpara!” Y el genni con­testó: “¡Escucho y obedezco!” Y des­apareció, pero para volver al cabo de un momento.

Y le acompañaban los ochenta es­clavos consabidos, hombres y muje­res, a los que puso en fila en el pa­tio, a lo largo del muro de la casa. Y cada una de las esclavas llenaba a la cabeza una bandeja de oro ma­cizo lleno hasta el borde de perlas, diamantes, rabíes, esmeraldas, turquesas y otras mil especies de pedre­rías en forma de frutas de todos co­lores y de todos tamaños. Y cada bandeja estaba cubierta con una gasa de seda con florones de oro en el te­jido. Y verdaderamente eran las pe­drerías mucho más maravillosas que las presentadas al sultán en la porce­lana. Y una vez alineados contra el muro los cuarenta esclavos, el genni fue a inclinarse ante Aladino, y le preguntó: “¿Tienes todavía ¡oh mi señor! que exigir alguna cosa al ser­vidor de la lámpara?” Y Aládino le dijo: “¡No, por el momento nada más!” Y al punto desapareció el efrit.

En aquel instante entró la madre de Aladino cargada con las provi­siones que había comprado en el zoco. Y se sorprendió mucho al ver su casa invadida por tanto gente; y al pronto creyó que el sultán man­daba detener a Aladino para casti­garle por la insolencia de su petición. Pero no tardó Aladino en disuadirla de ello, pues sin darla lugar a quitar­se el velo del rastro, le dijo: “¡No pierdas el tiempo en levantarte el ve­lo, ¡oh madre! porque vas a verte obligada a salir sin tardanza para acompañar al palacio a estos escla­vos que ves formados en el patio! ¡Como puedes observar, las cuarenta esclavas llevan la dote reclamada por el sultán como precio de su hi­ja! ¡Te ruego, pues, que, antes de preparar la comida, me prestes el servicio de acompañar al cortejo para presentárselo al sultán!'

Inmediatamente la madre de Ala­dino hizo salir de la casa por orden a los ochenta esclavos, formándolos en hilera por parejas: una esclava joven precedida de un negro, y así sucesivamente hasta la última pare­ja. Y cada pareja estaba separada de la anterior por un espacio de diez pies: Y cuando traspuso la puerta la última pareja, la madre de Ala­dino echó a andar detrás del cor­tejo. Y Aladino cerró la puerta, se­guro del resultado, y fue a su cuar­to a esperar tranquilamente el re­gresó de su madre.


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