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《一千零一夜》连载三十五e
日期:2011-11-29 06:54  点击:368

《一千零一夜》连载三十五e

Y he aquí que al despuntar del día siguiente estaba todavía en su lecho Aladino, cuando vio apare­cerse ante él al efrit de la lámpara, quien, después de las zalemas de rigor, le dijo: “¡Oh dueño de la lámpara! se han ejecutado tus orde­nes: ¡Y te ruego que vengas a revisar su realización!” Y Aladino se pres­tó a ello, y el efrit le transportó inmediatamente al sitio designado, y le mostró, frente por frente el pa­lacio del sultán, en medio de un magnífico jardín, y precedido de dos inmensos patios de mármol, un pala­cio mucho más hermoso de lo que el joven esperaba. Y tras de haberle hecho admirar la arquitectura y el aspecto general, el genni le hizo vi­sitar una por una, todas las habita­ciones y dependencias. Y parecióle a Aladino que se habían hecho las cosas con un fasto, un esplendor y una magnificencia inconcebibles; y en un inmenso subterráneo encontró un tesoro formado por sacos super­puestos y llenos de dinares de oro, que se apilaban hasta la bóveda. Y también visitó las cocinas, las re­posterías, las despensas y las caba­llerizas, encontrándolas muy de su gusto y perfectamente limpias; y se admiró de los caballos, y yeguas, que comían en pesebres de plata, mientras los palafreneros los cuida­han y les echaban el pienso. Y pasó revista a los esclavos de ambos se­xos y a los eunucos, formados por orden, según la importancia de sus funciones. Y cuando lo hubo visto todo y examinado todo, se encaró con el efrit de la lámpara, el cual sólo para él era visible y le acom­pañaba por todas partes, y hubo de felicitarle por la presteza, el buen gusto y la inteligencia de que había dado prueba en aquella obra per­fecta. Luego añadió: “¡Pero te has olvidado ¡oh efrit! de extender des­de la puerta de mi palacio a la del sultán una gran alfombra que per­mita que mi esposa no se canse los pies al atravesar esa distancia!” Y contestó el genni: “¡Oh dueño de la lámpara! tienes razón: ¡Pero eso se hace en un instante!” Y efectiva­mente, en un abrir y cerrar de ojos se extendió en el espacio que sepa­raba ambos palacios una magnífica alfombra de terciopelo con colores que armonizaban a maravilla con los tonos del césped y de los maci­zos.

Entonces Aladino, en el límite de la satisfacción, dijo al efrit: “¡Todo está perfectamente ahora! ¡Llévame a casa!” Y el efrit le cogió y le transportó a su cuarto cuando en el palacio del sultán los individuos de la servidumbre comenzaban a abrir las puertas para dedicarse a sus ocupaciones.

Y he aquí que, en cuanto abrie­ron las puertas, los esclavos y los porteros llegaron al límite de la es­tupefacción al notar que algo se oponía a su vista en el sitio donde la víspera se veía un inmenso meidán para torneos y cabalgatas. Y lo primero que vieron fue la mag­nífica alfombra de terciopelo que se extendía entre el césped lozano y sacaba sus colores con los matices naturales de flores y arbustos. Y siguiendo con la mirada aquella al­fombra, entre las hierbas del jardín milagroso divisaron entonces, el so­berbio palacio construido con pie­dras preciosas y cuya cúpula de cris­tal brillaba como el sol. Y sin saber ya que pensar, prefirieron ir a contar la cosa al gran visir, quien, después de mirar el nuevo palacio, a su vez fue a prevenir de la cosa al sultán, diciéndole: “No cabe duda, ¡oh rey del tiempo! ¡El esposo de Sett Badrú’l-Budur es un insigne mago!» Pero el sultán le contestó: “¡Mucho me asombra ¡oh visir! que quieras insinuarme que el palacio de que me hablas es obra de magia! ¡Bien sabes, sin embargo, que el hombre que me hizo donde tan maravillo­sos presentes es muy capaz de hacer construir todo un palacio en una sola noche, teniendo en cuenta las riquezas que debe poseer y el nú­mero considerable de obreros de que se habrá servido, merced a su fortuna. ¿Por qué, pues, vacilas en creer que ha obtenido ese resultado por medio de fuerzas naturales? ¿No te cegarán los celos, haciéndote juzgar mal de los hechos e impul­sándote a murmurar de mi yerno Aladino?” Y comprendiendo, por aquellas palabras, que el sultán quería a Aladino, el visir no se atrevió a insistir por miedo a perjudicarse a sí mismo, y enmudeció por pru­dencia. ¡Y he aquí lo referente a él!

En cuanto a Aladino, una vez que el efrit de la lámpara le trans­portó a su antigua casa, dijo a una de las doce esclavas jóvenes que fueran a despertar a su madre, y les dio a todas orden de ponerle uno de los hermosos trajes que habían llevado, y de ataviarla lo mejor que pudieran. Y cuando estuvo vestida su madre conforme el joven deseaba, le dijo él que había llegado el mo­mento de ir al palacio del sultán para llevarse a la recién casada y conducirla al palacio que había he­cho construir para ella. Y tras de recibir acerca del particular todas las instrucciones necesarias, la madre de Aladino salió de su casa acompañada por sus doce esclavas, y no tardó Aladino en seguirla a caballo en medio de su cortejo. Pero, llega­dos que fueron a cierta distancia de palacio, se separaron, Aladino para ir a su nuevo palacio, y su madre para ver al sultán.

No bien los guardias del sultán divisaron a la madre de Aladino en medio de las doce jóvenes que le servían de cortejo, corrieron a pre­venir al sultán, que se apresuró a ir a su encuentro. Y la recibió con las señales del respeto y los mira­mientos debidos a su nuevo rango. Y dio orden al jefe de los eunucos para que la introdujeran en el harem, a presencia de Sett Badrú’l-Budur. Y en cuanto la princesa la vio y supo que era la madre de su esposo Ala­dino, se levantó en honor suyo y fue a besarla. Luego la hizo sentarse a su lado, y la regaló con diversas confituras y golosinas, y acabó de hacerse vestir, por sus mujeres y de adornarse con las más preciosas jo­yas con que le obsequió su esposo Aladino. Y poco después entró el sultán, y pudo ver al descubierto entonces por primera vez, gracias al nuevo parentesco, el rostro de la madre de Aladino. Y en la delictadeza de sus facciones notó que debía haber sido muy agraciada en su ju­ventud, y que aun entonces, vestida como estaba con un buen traje y arreglada con lo que más le favo­recía, tenía mejor aspecto que mu­chas princesas y esposas de visires y de emires. Y la cumplimentó mucho por ello, lo cual conmovió y enterneció profundamente el cora­zón de la pobre mujer del difunto sastre Mustafá, que fue tan desdichada, y hubo de llenarle de lágri­mas los ojos.

Tras de lo cual se pusieron a de­partir los tres con toda cordialidad, haciendo así más amplio conoci­miento, hasta la llegada de la sul­tana, madre de Bádrú'l-Budur: Pero la vieja sultana estaba lejos de ver con buenos ojos aquel matrimonio de su hija con el hijo de gentes des­conocidas; y era del bando del gran visir, que seguía estando muy mor­tificado en secreto por el buen ca­riz que el asunto tomaba en detri­mento suyo. Sin embargo, no se atrevió a poner demasiado mala cara a la madre de Aladino, a pesar de las ganas que tenía de hacerlo; y tras de las zalemas por una y otra parte, se sentó con los demás, aunque sin interesarse en la conversación.


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