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《一千零一夜》连载三十六f
日期:2011-11-29 07:15  点击:5215

《一千零一夜》连载三十六f

Entonces Aladino, después de comprobar que el palacio estaba en realidad frente por frente al palacio del sultán, en el sitio que ocupaba antes, fue en busca de su esposa Badrú’l-Budur y la besó mucho, y le dijo: “¡Ya estamos en la ciudad de tu padre! ¡Pero, como es de, noche; más vale que esperemos a mañana por la mañana para ir a anunciar al sultán nuestro regreso! Por el mo­mento, no pensemos más que en re­gocijamos con nuestro triunfo y con nuestra reunión, ¡oh Badrú'l-­Budur!” Y como desde la víspera Aladino aun no había comido nada, se sentaron ambos y se hicieron ser­vir por los esclavos una comida su­culenta en la sala de las noventa y nueve ventanas cruzadas. Luego pasaron juntos aquella noche en medio de delicias y dicha.

Al día siguiente salió de su pala­cio el sultán para ir, según costum­bre, a llorar por su hija en el para­je donde no creía encontrar más que las zanjas de los cimientos. Y muy entristecido y dolorido, echó una ojeada por aquel lado, y se quedó estupefacto al ver ocupado de nuevo el sitio del meidán por el palacio magnífico, y no vacío, como él se imaginaba, Y en un principio creyó que sería efecto de la niebla o de algún ensueño de su espíritu inquie­to, y se frotó los ojos varias veces. Pero como la visión subsistía siem­pre, ya no pudo dudar de su rea­lidad, y sin preocuparse de su digni­dad de sultán echó a correr agitando los brazos y lanzando gritos de ale­gría, y atropellando a guardias y por­teras subió la escalera de alabastro sin tomar aliento, no obstante su edad, y entró en la sala de la bóve­da de cristal con noventa y nueve ventanas, en la cual precisamente es­peraban su llegada, sonriendo, Ala­dino y Badrú’l-Budur. Y al verle se levantaron ambos y corrieron a su encuentro. Y besó él a su hija, derra­mando lágrimas de alegría y en el límite de la ternura; y ella tam­bién.

Y. cuando pudo abrir la boca y ar­ticular una palabra, dijo: “¡Oh hija mía! ¡veo con asombro que no se te ha demudado el rostro ni se te ha puesto la tez más amarilla, a pesar de todo lo sucedido desde el día en que te vi por última vez! ¡Sin em­bargo, ¡oh hija de mi corazón! debes haber sufrido mucho, y no habrás visto sin alarmas y terribles angustias cómo te transportaban de un sitio a otro con todo el palacio! ¡Porque, nada más que con pensarlo, yo mis­mo me siento invadido por el temblor y el espanto! ¡Daté prisa, pues, ¡oh hija mía! a explicarme el motivo de tan escaso cambio en tu fisonomía, y a contarme, sin ocultarme nada, cuanto te ha ocurrido desde el co­mienzo hasta el fin!” Y Badrú'l-Bu­dur contestó: “¡Oh padre mío! has de saber que si se me ha demudado tan poco el rostro es porque ya he ganado lo que había perdido con mi alejamiento de ti y de mi esposo Ala­dino. Pues la alegría de volver a entre a ambos me devuelve mi frescura y mi color de antes. Pero he sufrido y he llorado mucho, tanto por verme arrebatada a tu afecto y al de mi esposo bienamado, como por haber caído en poder de un mal­dito mago maghrebín que es el causante de todo lo que ha su­cedido, y que me decía cosas des­agradables y quería seducirme des­pués de raptarme. ¡Pero todo fue por culpa de mi atolondramiento, que me impulsó a ceder a otro lo que no me pertenecía!” Y en seguida contó a su padre toda la historia con los menores detalles, sin olvidar nada. Pero no hay ninguna utilidad en repetirla. Y cuando acabó de hablar, Aladino, que no había abierto la boca hasta entonces, se encaró con el sultán, estupefacto hasta el límite de la estupefacción, y le mos­tró, detrás de una cortina, el cuerpo inerte del mago, que tenía la cara toda negra por efecto de la violencia del bang, y le dijo: “¡He aquí al im­postor, causante de nuestra pasada desdicha y de mi caída en desgracia! ¡Pero Alah le ha castigado!”

Al ver aquello, el sultán, entera­mente convencido de la inocencia de Aladino, le besó muy tiernamente, oprimiéndole contra su pecho, y le dijo: “¡Oh hijo mío Aladino! ¡no me censures con exceso por mi conduc­ta para contigo, y perdóname los ma­los tratos que te infligí! ¡Porque merece alguna excusa el afecto que experimento por mi hija única Badrú’l-Budur, y bien sabes que el co­razón de un padre está lleno de ternura, y que hubiese preferido yo perder todo mi reino antes que un cabello de la cabeza de mi hija bien­amada!” Y Contestó Aladino: “Ver­daderamente, tienes excusa, ¡oh pa­dre de Badrú'l-Budur! porque sólo el afecto que sientes por tu hija, a la cual creías perdida por mi culpa, te hizo usar conmigo procedimientos enérgicos. Y no tengo derecho a re­procharte de ninguna manera. Por­que a mí me correspondía prevenir las asechanzas pérfidas de ese infame mago y tomar precauciones contra él. ¡Y no te darás cuenta bien de toda su malicia hasta que, cuando tenga tiempo, te relate yo la histo­ria de cuanto me ocurrió con él!” Y el sultán besó a Aladino una vez más, y le dijo: “En verdad ¡oh Ala­dino! que es absolutamente preciso que busques ocasión de contarme todo eso. ¡Pero aun es más urgente desembarazarme ya del espectáculo de ese cuerpo maldito que yace ina­nimado a nuestros pies, y regocijar­nos juntos de tu triunfo!” Y Aladino dio orden a sus efrits jóvenes de que se levaran el cuerpo del maghrebín y lo quemaran en medio de la plaza del meidán sobre un montón de es­tiércol y echaran las cenizas en el hoyo de la basura. Lo cual se eje­cutó puntualmente en presencia de toda la ciudad reunida, que se ale­graba de aquel castigo merecido y de la vuelta del emir Aladino a la gracia del sultán.

Tras de lo cual, por medio de los pregoneros, qué iban seguidos por tañedores de clarines, de timbales y de tambores, el sultán hizo anun­ciar que daba libertad a los presos en señal de regocijo público; y man­dó repartir muchas limosnas a los pobres y a los menesterosos. .Y por la noche hizo iluminar toda la ciu­dad, así como su palacio y el de Ala­dino y Badrú’l-Budur: Y así fue cómo Aladino, merced a la bendición que llevaba consigo, escapó por segunda vez a un peligro de muerte. Y aque­lla misma bendición debía aun sal­varle por tercera vez, como vais a saber, ¡oh oyentes míos!

En efecto, hacía ya algunos meses que Aladino estaba de regreso y llevaba con su esposa una vida feliz bajo la mirada enternecida y vigilante de su madre, que entonces era una dama venerable de aspecto impo­nente, aunque desprovista de orgullo y de arrogancia, cuando la esposa del joven entró un día, con rostro un poco triste y dolorido, en la sala de la bóveda de cristal, donde él estaba casi siempre para disfrutar la vista de los jardines, y se le acercó, y le dijo: “¡Oh mi señor Aladino! Alah, que nos ha colmado con sus favores a ambos, hasta el presente me ha negado el consuela de tener un hijo. Porque ya hace bastante tiempo que estamos casados y no siento fecun­dadas por la vida mis entrañas: ¡Ven­go, pues, a suplicarte que me permi­tas mandar venir al palacio a una santa vieja llamada Fatmah que ha llegado a nuestra ciudad hace unos días, y a quien todo el mundo venera por las curaciones y alivios que pro­porciona y por la fecundidad que otorga a las mujeres sólo con la im­posición de sus manos...

 

  En esté momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, se calló discretamente.

 


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