SENTADO á la sombra en la orilla del río, cubierta la cabeza con un sombrero de paja de anchas alas ya bastante moreno por el uso, las piernas colgando, la caña de pescar tendida casi horizontalmente á poca altura del agua, el bueno de Chaviri se pasaba las horas muertas, esperando que algún pez picase en su anzuelo.
Los chicos del pueblo, al pasar por allí, solían gritarle:
—¡Pescador de caña, más pierde que gana!
Y no siempre eran los chicos los que se burlaban de él, sino á veces los grandes, preguntándole en tono de zumba:
—¿Pican? ¿Pican?
Chaviri miraba á unos y á otros con sonrisa desdeñosa, ó se encogía de hombros sin mirar siquiera, y, atento á su caña, seguía esperando la pesca con paciencia ejemplar.
Antes de hacerse Chaviri pescador de caña, había intentado hallar la fortuna por diversos caminos. Hombre de imaginación viva y fecunda, tuvo en varias ocasiones muy luminosas ideas; pero, al ir á realizarlas, fué tan desgraciado que siempre se le adelantó alguno en las empresas por él concebidas....
Lo que no acababa de comprender nunca, en medio del desaliento que en él producían sus continuos chascos, era cómo á Pérez, y á Martínez, y á González, no les había pasado lo mismo al establecerse, habiendo podido llegar los tres á reunir millones....
Anduvo caviloso algún tiempo, y observaron todos un gran cambio en el carácter de Chaviri. Lo vieron dar paseos solitarios y ausentarse del pueblo largas horas.
Ya no era, como antes, franco y expansivo, sino silencioso y reservado.
Y como tenía fama de ambiciosillo y de hombre tenaz que no se rinde fácilmente á las contrariedades, todos se dijeron al verle ir y venir:
¡Algo nuevo trae en su cabeza Chaviri!
Así es que, cuando se supo que después de tantas cavilaciones se había hecho pescador de caña, no hubo quien no dijese:
—¡Se ha desengañado! ¡Se da por vencido!
En los primeros días de aquella nueva ocupación de Chaviri, acudieron muchos á verle pescar, entre ellos Pérez, Martínez y González, que con sorna le preguntaban de vez en cuando:
—¿Pican? ¿Pican?
Y los chicos, menos disimulados que las personas mayores, le gritaban al nuevo pescador:
—¡Pescador de caña, más pierde que gana!
Sólo de tarde en tarde se le veía sacar del río algún pececillo, que ni la carnada valía siquiera.
Mas es el caso, que cuando Chaviri á la caída del sol volvía al pueblo, no llevaba sólo aquellos pececillos miserables cuya pesca habían presenciado los curiosos, sino también hermosas anguilas y soberbias truchas, que las vendedoras del mercado le pagaban á subido precio.
No había nadie que al pueblo llevara pesca tan rica y abundante como la de Chaviri.
Los primeros días se atribuyó aquello á simple casualidad. Pero la cosa iba durando una y otra semana. Á los dos meses el nuevo pescador había ganado ya mucho dinero.
Fué la noticia extendiéndose, y Chaviri dejó de oir el irónico: ¿Pican? ¿Pican? Los chicos ya no volvieron á gritarle: ¡Pescador de caña, más pierde que gana!
Y como se había hecho malicioso, pronto se dió cuenta de que algunos de los que antes se burlaban de él, le acechaban con cautela ó le seguían con disimulo.
—¡Ah! ¡Qué bien hice—se dijo—en evitar que nadie me viese río arriba, donde está el escondido remanso de las anguilas y de las truchas que he descubierto yo solo!
Usaba de toda clase de ardides para observar si era acechado ó seguido, y prefería volver sin pesca al pueblo á exponerse por una imprudencia á que acertasen el sitio de la pesca maravillosa.
Una tarde en que Chaviri estabaseguro de ser espiado, después de pasar pacientemente una hora echando su caña en el sitio donde solía ponerse para que las gentes le vieran, miró á su alrededor con gesto receloso, levantóse, recogió su aparejo, y se fué río abajo, donde la orilla forma un recodo oculto entre espinos y zarzales.
Se sentó sobre la hierba, tendió su caña y echó su anzuelo á la corriente.
Al poco rato exclamó:
—¡Gracias á Dios que estoy solo! ¡No es floja la pesca que hoy voy á llevar!
Entonces, del jaro inmediato salió una cabeza, y luego otra del de más allá y otra tercera más lejos. Chaviri reconoció al punto á González, á Martínez y á Pérez, que se apresuraron á decirle:
—¡Tú nos engañas!
—¡No pones nada en tu anzuelo!
—¡Si querrás hacernos creer que se puede pescar sin carnada!
—¿Cómo que no? ¡Ya lo veis!—contestó Chaviri riéndose.—¡Nada he puesto en mi anzuelo... y los tres habéis picado!