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西班牙语阅读:《一千零一夜》连载二 b
日期:2011-03-01 13:24  点击:526

CUENTO DEL PRIMER JEIQUE

El primer jeique dijo:
“Sabe, ¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de mi tío, carne de nu carne y sangre de mi sangre. Cuando esta mujer era todavía muy joven, nos casamos, y vivimos jun­tos cerca de treinta años. Pero Alah no me concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una concubina, qué, gracias a Alah, me dio un hijo varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos magní­ficos, sus cejas se juntaban y sus miembros eran perfectos. Creció poco a poco; hasta llegar a los quin­ce años. En aquella época tuve que marchar a una población lejana, don­de reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.
La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los encanta­mientos. Con la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la esclava, en una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de bastante tiempo, regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la hija de mi tío me dijo: “Tu esclava ha muerto, y tu hijo se escapó y no sabemos de él.” Entonces, durante un año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y el llanto de mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios, ordené al mayoral que me reservara una de las mejores vacas, y me trajo la más gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela. Remangado mi bra­zo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio, cu­chillo en mano, cuando de pronta la vaca prorrumpió en lamentos y de­rramaba lágrimas abundantes. En­tonces me detuve, y la entregué al mayoral para que la sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa, pues sólo tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué servía ya él arrepentimiento? Se la di al ma­yoral, y le dije: “Tráeme un becerro bien gordo.” Y me trajo a mi hijo convertido en ternero.
Cuando el ternero me vio, rompió la cuerda, se me acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos! ¡con qué llantos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayo­ral: “Tráeme otra vaca, y deja con vida este ternero.”
En este punto de su narración, vio Scháhrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprove­charse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: “¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!” Schahrazada contestó: “Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo todavía y el rey quiere conser­varme.” Y el rey dijo para sí: “¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia.”
Luego marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al visir, que lle­vaba debajo del brazo un sudario para Schahrazada, a la cual creía muerta. Pero nada le dijo de esto el rey, y siguió administrando justi­cia, designando a unos para los em­pleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. Y el visir se fue perplejo, en el colmo del asombro, al saber que su hija vivía.
Cuando hubo terminado el diván, el rey Schalhriar volvió a su palacio.
 


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