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Capítulo IV Llego a Hassanieh(3)
日期:2023-09-28 16:50  点击:244

—iHola, hola! —dijo—. El mejor comprador del mundo... ése soy yo. ¿Le has mostrado a la enfermera todas las bellezas de la ciudad?

—No se impresionó lo más mínimo —contestó con sequedad la señorita Reilly.

—No se le puede censurar por ello —opinó el señor Coleman, con entusiasmo—. iNo he visto sitio más triste y ruinoso!

—No te gustan mucho las cosas pintorescas ni antiguas, ¿verdad, Bill? No comprendo cómo has llegado a ser arqueólogo.

—No me eches a mí la culpa. Echasela a mi tutor. Es un erudito profesor; un ratón de biblioteca con zapatillas. Le resulta algo pesado el tener un pupilo como yo.

—Creo que has sido un estúpido al permitir que te metieran a la fuerza en una profesión que no te gusta.

—A la fuerza no, Sheila. A la fuerza, no. El viejo me preguntó si tenía preferencia por alguna profesión. Yo le dije que no, y entonces él me agregó a esta expedición.

—¿Y no tienes idea de qué es lo que te gustaría hacer? iDebes tener alguna!

—Claro que la tengo. Mi ideal sería no hacer nada. Lo que me gustaría es tener mucho dinero y dedicarme a las carreras de caballos y de automóviles.

—iEres absurdo! —exclamó la señorita Reilly. Parecía estar enfadada.

—Ya sé que en eso no hay ni que pensar —añadió el señor Coleman con tono alegre—. Por lo tanto, si tengo que hacer algo, no me importa lo que sea con tal de no estar todo el día encerrado en un despacho. Resulta agradable ver un poco de mundo. Así es que aquí me vine.

i Y habrá que ver lo muy útil que serás a la expedición!

—En eso te equivocas. Puedo estarme en las excavaciones y gritar Y'Allah como podría hacerlo otro. Y tampoco soy tan malo dibujando. Imitar la escritura de los demás era una de mis especialidades en el colegio. Hubiera sido un falsificador de primer orden. Todavía puedo dedicarme a ello. Si algún día mi Rolls-Royce te salpica de barro mientras esperas el autobús, sabrás que me he dedicado a la delincuencia.

—¿No crees que sería hora de que te fueras, en lugar de hablar tanto? —preguntó fríamente la señorita Reilly.

—Somos muy hospitalarios, ¿verdad, señorita enfermera?

—Estoy segura de que la enfermera Leatheran tendrá ganas de llegar ya a su destino.

—Tú siempre estás segura de todo —replicó el señor Coleman haciendo una mueca.

En realidad, era bastante cierto.

—Tal vez sería preferible que nos fuéramos, señor Coleman.

—Tiene usted razón, enfermera.

Le estreché la mano a la señorita Reilly, al tiempo que le daba las gracias por todo y nos marchamos.

—Sheila es una chica muy atractiva —comentó el señor Coleman Aunque nunca le permite a uno confianzas.

Salimos de la ciudad y emprendimos el camino por una especie de vereda bordeada de verdes campos llenos de mies. Como era costumbre en aquel país, no faltaban los baches.

Después de media hora de viaje, el señor Coleman me indicó un montículo bastante elevado, situado a la orilla del río, frente a nosotros.

—Tell Yarimjah —anunció.

Distinguí unos puntitos negros que se movían como si fueran hormigas.

Mientras los contemplaba vi cómo empezaron a correr todos juntos, descendiendo por una de las laderas del montículo.

—Es la hora de dejar el trabajo —comentó el señor Coleman—. Se da por terminada la tarea diaria una hora antes de ponerse el sol.

La casa que ocupaba la expedición estaba un poco alejada del río.

El conductor dio vuelta a una esquina, hizo pasar el coche por un portalón y luego paró en mitad de un patio.

El edificio estaba construido a su alrededor. En principio consistía solamente en la parte que formaba el lado sur del patio, además de unas edificaciones sin importancia hacia el este. La expedición construyó luego los otros dos lados. Como el plano de la casa reviste especial interés, incluyo un croquis del mismo.

Todas las habitaciones daban al patio interior, así como la mayor parte de las ventanas. La excepción la constituía el primitivo edificio de la parte sur, cuyas ventanas daban al campo. Estas ventanas, sin embargo, estaban protegidas por rejas.

Del rincón sudoeste del patio arrancaba una escalera que conducía a la azotea, situada sobre todo el cuerpo del edificio sur, el cual era un poco más alto que las otras tres alas.

El señor Coleman me condujo, dando la vuelta, hasta un gran porche que ocupaba el centro de la parte sur.

Empujó una puerta situada en el lado derecho y entramos en una habitación, donde varias personas estaban sentadas alrededor de una mesa tomando té.

—iHola, hola! —exclamó el señor Coleman—. Aquí está el caballero andante.

La señora que ocupaba la cabecera de la mesa se levantó y vino hacia mí para saludarme.

Entonces vi por primera vez a Louise Leidner.


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