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Capítulo V Tell Yarimjah(2)
日期:2023-09-28 16:53  点击:261

El té estaba muy bien hecho. Una mezcla fuerte y agradable, nada parecida a la infusión suave que tomaba siempre la señora Kelsey, y que había sido mi tortura durante los últimos tiempos. Sobre la mesa había tostadas, mermelada, un plato de bollos y una tarta. El señor Emmott, muy cortés, me ayudó a servirme. A pesar de su retraimiento, observé que siempre estaba atento a que mi plato no quedara vacío.

Al cabo de un rato entró el señor Coleman y tomó asiento al otro lado de la señorita Johnson. Sus nervios, al parecer, estaban en perfectas condiciones, pues habló por los codos.

La señora Leidner suspiró y le dirigió una cansada mirada que no pareció afectar al joven en lo más mínimo. Ni tampoco el hecho de que la señora Mercado, a quien dirigía la mayor parte de su charla, estuviera tan ocupada mirándome que a duras penas le contestara.

Estábamos terminando el té cuando entraron el doctor Leidner y el señor Mercado.

El primero me saludó con su habitual cortesía. Vi cómo sus ojos se dirigían rápidamente hacia su esposa y después pareció aliviado por lo que en ella distinguió.

Tomó asiento al otro lado de la mesa, mientras el señor Mercado lo hacía junto a la señora Leidner. Era éste un hombre alto, delgado y de aspecto melancólico. Mucho más viejo que su esposa. De tez cetrina, llevaba una barba extraña, lacia y sin forma alguna. Me alegré de que hubiera llegado, pues su mujer dejó de mirarme y su atención se centró en él. Lo vigilaba con una especie de anhelo impaciente que encontré bastante raro. El hombre revolvió con la cucharilla su taza de té. Parecía abstraído. Tenía en el plato un trozo de tarta que no probó.

Todavía quedaba vacante uno de los sitios alrededor de la mesa. Al poco rato se abrió la puerta y entró otro hombre.

Desde el momento en que vi a Richard Carey opiné que era uno de los hombres más apuestos con que me había topado desde hacía mucho tiempo, y aun me atrevo a decir que jamás vi otro como él. Decir que un hombre es guapo y al propio tiempo que su cabeza parece una calavera parecer una contradicción y, sin embargo, en aquel caso era verdad. Su cara producía el efecto de tener la piel sencillamente aplicada sobre los huesos, aunque éstos tenían un modelado perfecto. Las vigorosas líneas de la mandíbula, sienes y frente estaban tan fuertemente trazadas que me recordaban las de una estatua de bronce. Y en aquella cara flaca y morena refulgían los más brillantes y azules ojos que nunca vi. Medía unos seis pies de estatura y, según calculé, tendría poco menos de cuarenta años.

—Enfermera, éste es el señor Carey, nuestro arquitecto —dijo el doctor Leidner.

El recién llegado murmuró algo con voz agradable, apenas audible, y tomó asiento al lado de la señora Mercado.

—Me parece que el té está un poco frío —dijo la señora Leidner.

—No se moleste, señora Leidner —contestó él—. La culpa es mía por haber llegado tarde. Quería acabar el plano de esas paredes. —¿Mermelada, señor Carey? —preguntó la señora Mercado.

El señor Reiter le acercó las tostadas.

Y entonces me acordé de lo que dijo el mayor Pennyman. "Lo explicaré mejor diciendo que se pasaban la mantequilla de unos a otros con demasiada cortesía".

Sí; había algo extraño en todo aquello.

Demasiada ceremonia...

Hubiérase dicho que era una reunión de personas que no se conocían; pero no de gentes que, en algunos casos, se trataban desde hacía muchos años.


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09/29 19:27