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Capítulo VII El hombre de la ventana(4)
日期:2023-09-28 17:07  点击:221

El doctor Leidner salió entonces del laboratorio y se acercó a ella. Le mostró un gran plano sobre el que se veía el consabido dibujo de cuernos entrelazados.

—Los estratos prehistóricos están resultando extraordinariamente productivos —dijo—. Hasta ahora, la campaña va dando buenos resultados. Fue una verdadera suerte encontrar esa tumba a poco de empezar. El único que puede quejarse es el padre Lavigny. Hemos encontrado muy pocas tablillas.

—Pues no parece que se haya preocupado mucho de las pocas que tenemos —dijo la señora Leidner secamente—. Será un magnífico técnico descifrando inscripciones, pero es un notable perezoso. Se pasa todas las tardes durmiendo.

—Echamos de menos a Byrd —comentó el doctor Leidner—. Este hombre me parece que es poco dado a la exactitud, aunque, como es lógico, no soy quién para juzgarlo. Pero una o dos de sus últimas traducciones han sido sorprendentes, por no decir otra cosa. No puedo creer, por eJemplo, que tenga razón acerca de la inscripción de aquel ladrillo. Pero, en fin, él sabrá lo que se pesca.

Después del té, la señora Leidner preguntó si me gustaría dar un paseo hasta el río.

Pensé que tal vez temiera que su negativa a que la acompañara antes pudiera haber herido mi susceptibilidad.

Yo quería demostrarle que no era rencorosa y me apresuré a aceptar.

El atardecer era magnífico. Seguimos una senda que pasaba entre campos de cebada y atravesaba luego una plantación de árboles frutales en flor. Llegamos a la orilla del Tigris. A nuestra izquierda quedaba el Tell donde los trabajadores salmodiaban su monótona canción. Y un poco a la derecha se veía una noria que producía un ruido chirriante. De momento, aquel chirrido me dio dentera; mas al final acabó por gustarme, produciendo en mí un efecto sedante. Más allá de la noria estaba el poblado, donde vivían la mayor parte de los trabajadores.

—Es bonito, ¿verdad? —preguntó la señora Leidner.

—Resulta agradable este ambiente de paz —comenté—. Parece mentira que se pueda estar tan lejos de todo.

—Lejos de todo —repitió ella—. Sí, aquí, por lo menos, espera una estar segura.

La miré fijamente, pero me hizo el efecto de que estaba hablando para sí, y no se había dado cuenta de que había expresado con palabras sus pensamientos.

Iniciamos el regreso.

De pronto, la señora Leidner me cogió tan fuertemente del brazo, que casi me hizo dar un grito.

—¿Qué es eso, enfermera? ¿Qué está haciendo?

A poca distancia de nosotras, justamente donde la senda pasaba al lado de la casa, había un hombre, tratando de mirar por una de las ventanas.

Mientras lo contemplábamos, el hombre volvió la cabeza, nos divisó, e inmediatamente siguió su camino por la senda, dirigiéndose hacia nosotras. Sentí que la mano de la señora Leidner se apretaba todavía más contra mi brazo.

—Enfermera —murmuró—. Enfermera...

—No pasa nada. Cálmese. No pasa nada —traté de tranquilizarla.

El hombre vino hacia donde estábamos y pasó por nuestro lado. Era un iraquí, y tan pronto como la señora Leidner lo vio de cerca, pareció que sus nervios se relajaban y dio un suspiro.

—No era más que un iraquí —dijo.

Proseguimos nuestro camino. Miré hacia las ventanas cuando pasamos ante ellas. No solamente tenían rejas, sino que estaban a tanta altura sobre el suelo, que no permitían ver el interior de la casa, pues el nivel del pavimento era allí más bajo que en el patio interior. —Tal vez estaba curioseando —comenté.

La señora Leidner asintió.

—Eso debe ser. Por un momento creí...

Se detuvo.

En mi fuero interno me pregunté: «¿Qué pensaste?».

Pero ahora ya sabía una cosa. La señora Leidner temía a una determinada persona de carne y hueso.


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09/29 19:29