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Capítulo IX La historia de la señora Leidner(2)
日期:2023-09-28 17:12  点击:250

—Lo que le he dicho, nunca trascendió más allá de los medios gubernamentales. Para todos, mi marido había muerto en el frente de batalla. Como viuda de guerra recibí muchos testimonios de simpatía.

Su voz tenía un tono amargo y yo hice un gesto comprensivo con la cabeza.

—Después tuve muchos pretendientes que querían casarse conmigo, pero siempre rehusé. Había sufrido un duro golpe. Creí que no podría jamás confiar en nadie.

—Sí, comprendo perfectamente sus sentimientos.

—Pero luego empecé a tomarle afecto a cierto joven. Mi ánimo vacilaba. Y entonces ocurrió una cosa sorprendente. Recibí una carta de Frederick en la que me decía que si volvía a casarme, me mataría.

—¿De Frederick? ¿De su difunto marido?

—Sí. Como es natural, al principio creí que estaba loca o soñaba. Pero, por fin, tomé una decisión y fui a ver a mi padre. Me contó la verdad. Mi marido no había sido fusilado. Escapó, pero aquello no le sirvió de nada. Unas semanas después de su fuga, descarriló el tren en que viajaba, y su cuerpo se encontró entre los de las víctimas del accidente. Mi padre no quiso contarme lo de su fuga, y puesto que de todas formas había muerto, no había creído oportuno decirme nada hasta entonces.

Hubo una breve pausa.

—Pero la carta que recibí abría todo un campo de nuevas posibilidades —prosiguió la señora Leidner—. ¿Era cierto, acaso, que mi marido vivía todavía? Mi padre trató la cuestión con el máximo cuidado. Me dijo que, dentro de lo que cabía, se tenía la certeza de que el cuerpo que se enterró era realmente el de Frederick. El cadáver estaba un poco desfigurado, por lo que no podía hablar con absoluta seguridad, pero me reiteró la confianza de que Frederick estaba muerto y que su carta no era más que una burla cruel y maliciosa.

»Lo mismo ocurrió en otras ocasiones. Cuando parecía que mis relaciones con cualquier hombre tomaban cierto carácter íntimo, recibía otra carta amenazadora.

—¿Era la letra de su marido? —pregunté.

—No podría decirlo —replicó ella lentamente—. Yo no tenía cartas anteriores de él. Sólo podía fiarme de la memoria.

—¿No hacía ninguna alusión, ni empleaba palabras que pudieran darle a usted la necesaria seguridad?

—No. Entre nosotros usábamos ciertas expresiones; apodos, por ejemplo. Mi seguridad hubiera sido completa si hubiera empleado o citado algunas de esas expresiones en las cartas.

—Sí, es extraño —comenté pensativamente—. Parecía como si se tratara de otra persona. ¿Pero quién más podría ser?

—Existe una posibilidad de que fuera otro. Frederick tenía un hermano menor; un muchacho que, cuando nos casamos, tenía diez o doce años. Adoraba a Frederick y éste le quería mucho. No sé qué fue de William, que así se llamaba, después de todo aquello. Tal vez, como sentía un fanático afecto por su hermano, haya crecido considerándome como la principal responsable de su muerte. Siempre me tuvo celos y pudo imaginar lo de las cartas como una manera de castigarme.

—Quizá sea así —dije—. Es curiosa la manera que emplean los niños cuando recuerdan las cosas y experimentan una conmoción espiritual

—Ya lo sé. Ese muchacho puede haber dedicado su vida a la venganza.

—Continúe, por favor.

—No me queda mucho por decir. Conocí a Eric hace tres años. No quería volver a casarme, pero Eric me hizo cambiar de opinión. Hasta el día de nuestra boda estuve esperando una de las cartas amenazadoras. Pero no llegó ninguna. Supuse que, o bien el que escribía había muerto o se había cansado de su cruel diversión. Pero a los dos días de casada, recibí ésta.

Atrajo hacia sí una pequeña cartera que había sobre la mesa; la abrió y sacó de ella una carta que me entregó. La tinta tenía un tono desvaído. La letra era más bien de estilo femenino, de trazos inclinados.

"Has desobedecido y ahora no te escaparás. iSólo debes ser la esposa de Frederick Bosner! Tienes que morin '

—Me asusté, pero no tanto como en ocasiones anteriores. La compañía de Eric me daba una sensación de seguridad. Luego un mes más tarde, recibí una segunda carta.

"No Io he olvidado. Estoy madurando mis planes. Tienes que morir. ¿Por qué has desobedecido?"

—¿Su esposo está enterado de esto? —pregunté.

La señora Leidner contestó lentamente.

—Sabe que me han amenazado. Le enseñé las dos cartas cuando recibí la segunda de ellas. Opinó que se trataba de una burla. O que se trataba de alguien que quería hacerme objeto de explotación con el pretexto de que mi primer marido estaba vivo.


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