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Capítulo XII "Yo no creía..."(1)
日期:2023-09-28 17:17  点击:257

Capítulo XII

"Yo no creía..."

—iNo, no!

El doctor Leidner empezó a pasear agitadamente por el despacho.

—Eso que ha dicho es imposible, Reilly. Absolutamente imposible. ¿Uno de nosotros? iPero si todos apreciaban mucho a Louise!

Una extraña expresión hizo que las comisuras de los labios del doctor Reilly descendieran un poco. No le era posible decir nada, dadas las circunstancias, pero si alguna vez fue elocuente el silencio de un hombre, no hay duda de que fue entonces.

—Completamente imposible —reiteró el doctor Leidner—. Todos la apreciaban. Louise poseía un carácter encantador y todos experimentaban su atracción.

El doctor Reilly tosió.

—Perdone, Leidner; pero ésa, al fin y al cabo, es sólo su opinión. Es natural que si alguno de los de la expedición hubiera aborrecido a su esposa, no se lo hubiera confesado a usted. —El doctor Leidner pareció sentir angustia.

—Es cierto..., tiene razón. Pero así y todo, Reilly, creo que está equivocado. Estoy seguro de que todos apreciaban a Louise.

Calló durante unos instantes y luego exclamó:

—Esa idea suya es ignominiosa. Es... es francamente increíble.

—No puede usted eludir... ejem.. los hechos —observó el capitán Maitland.

—¿Hechos? ¿Hechos? No son más que mentiras contadas por un cocinero indio y dos criados árabes. Maitland, usted conoce a esa gente tan bien como yo; y usted también, Reilly. Para ellos no representa nada la verdad. Dicen lo que uno quiere que digan, y lo tienen como una cortesía.

—En este caso —comentó el doctor Reilly con sequedad— están diciendo lo que no quisiéramos que dijeran. Además, conozco bastante bien las costumbres de su servidumbre. Hay una especie de lugar de reunión al otro lado de la cancela del porche. En cuantas ocasiones me acerqué por allí esta tarde, siempre encontré a varios de sus criados.

—Sigo creyendo que está usted dando muchas cosas por sentado. ¿Por qué no pudo ese hombre... ese demonio... haber entrado mucho antes y esconderse en algún sitio?

—Convengo en que eso no es totalmente Imposible —observó fríamente el doctor Reilly—. Supongamos que un extraño pudo entrar sin ser visto. Tuvo que permanecer escondido hasta el momento adecuado. Esto no pudo hacerlo en la habitación de la señora Leidner, pues no hay sitio para ello. Además, tuvo que correr el riesgo de que lo vieran entrar o salir del cuarto, teniendo en cuenta, por otra parte, que Emmott y el chico estuvieron en el patio durante la mayor parte del tiempo.

—El chico. Me olvidé del chico —dijo el doctor Leidner—. Es un muchacho perspicaz. Seguramente, Maitland, debió ver al asesino entrar en la habitación de mi mujer.

—Ya hemos aclarado esto. Abdullah estuvo lavando cacharros durante toda la tarde, a excepción de unos momentos. Alrededor de la una y media, Emmott, que no puede precisar más la hora, subió a la azotea y estuvo con usted durante unos diez minutos, ¿verdad?

—Sí. No podría decirle la hora exacta, pero debió ser por entonces.

—Muy bien. Durante esos diez minutos, viendo el muchacho una ocasión para holgazanear un poco, salió del patio y fue a reunirse con los demás que estaban hablando fuera de la cancela. Cuando Emmott bajó al patio vio que no estaba el chico y lo llamó, enfadado, preguntándole qué era aquello de dejar el trabajo porque sí. En consecuencia, creo que su esposa fue asesinada durante esos diez minutos.

Exhalando un gemido, el doctor Leidner se sentó y escondió la cara entre sus manos.

El doctor Reilly reanudó su disertación con voz sosegada y en tono práctico.

—La hora coincide con mis apreciaciones —dijo—. Cuando examiné el cadáver, hacía tres horas que había muerto. La única pregunta que queda es... ¿quién lo hizo?

Se produjo un silencio general EL doctor Leidner se irguió y pasó una mano sobre su frente.

—Admito la fuerza de sus razonamientos, Reilly —dijo reposadamente—. Parece, en realidad, como si se tratara de lo que la gente llama un "trabajo casero". Pero estoy convencido de que, fuese como fuere, hay una equivocación. Lo que ha dicho es plausible, pero debe de haber un fallo en todo ello. En primer lugar, da usted por seguro que ha ocurrido una sorprendente coincidencia.

 

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