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Capítulo XIII Llega Hércules Poirot(4)
日期:2023-09-28 17:38  点击:290

—¿Coincide eso con la forma en que usted lo describiría? —me preguntó.

—No del todo —repliqué titubeando un poco—. Yo hubiera dicho que era más bien alto que bajo, y muy moreno. Me pareció que era delgado y no vi que bizqueara.

Hércules Poirot se encogió de hombros con gesto de desesperación.

—iSiempre igual! iSi fueran ustedes de la policía lo sabrían muy bien! La descripción de un mismo hombre, hecha por dos personas diferentes, no coincide nunca.

—Estoy completamente seguro de que bizqueaba —insistió el padre Lavigny—. La enfermera Leatheran tal vez tenga razón en cuanto a lo demás. Y a propósito, cuando dije tez blanca, me refería a que, siendo iraquí, podía considerarse que la tenía. Supongo que la enfermera la calificaría de morena.

—Muy morena —dije yo obstinadamente—. De un color de cobre sucio.

Vi cómo el doctor Reilly se mordía los labios y sonreía.

Poirot levantó ambas manos.

—iPassons! —dijo—. Este desconocido que ronda la casa puede ser interesante, o tal vez no lo sea. De todas formas, debemos encontrarlo. Continuemos el interrogatorio.

Titubeó unos momentos, estudiando las caras, vueltas hacia él de los que rodeaban la mesa. Luego hizo un rápido gesto afirmativo con la cabeza y escogió al señor Reiter.

—Vamos, amigo mío —dijo—. Cuéntenos lo que hizo ayer por la tarde.

—¿Yo? —preguntó.

—Sí, usted. Para empezar, ¿cómo se llama y cuántos años tiene?

—Me llamo Carl Reiter y tengo veintiocho años.

—¿Americano?

—Sí. De Chicago.

—¿Es ésta su primera expedición?

—Sí. Estoy encargado de la fotografia.

—iAh, sí! ¿Cómo empleó su tiempo ayer por la tarde?

—Pues... estuve en la cámara oscura la mayor parte de él.

—¿La mayor parte?

—Sí. Primero revelé unas placas. Después estuve arreglando varios objetos para fotografiarlos.

—¿Fuera de la casa?

—No, en el estudio fotográfico.

—¿Se comunica éste con la cámara oscura?

—Sí.

—¿Y no salió usted en ningún momento del estudio?

—No.

—¿Oyó usted algo de lo que pasaba en el patio?

El joven sacudió la cabeza.

—No me di cuenta de nada —explicó—. Estaba ocupado. Oí cómo entraba la "rubia" en el patio y, tan pronto como pude dejar lo que estaba haciendo, salí a ver si había alguna carta para mí. Fue entonces cuando me... enteré.

—¿A qué hora empezó su trabajo en el estudio?

—A la una menos diez.

—¿Conocía usted a la señora Leidner antes de alistarse en esta expedición?

La cara sonrosada y regordeta del señor Reiter tomó un subido color escarlata. El joven volvió a sacudir la cabeza.

—No, señor. No la había visto nunca hasta que vine aquí.

—¿Puede usted recordar algo, algún incidente, por pequeño que sea, que pueda ayudarnos en esto?

Carl Reiter movió negativamente la cabeza.

—Creo que no sé nada absolutamente, señor —dijo con acento desolado.

—¿Señor Emmott?

David Emmott habló clara y concisamente, con voz agradable y suave, de acento americano.

—Estuve trabajando en el patio desde la una menos cuarto hasta las tres menos cuarto. Vigilaba cómo Abdullah lavaba las piezas de cerámica y, mientras, yo las iba clasificando. De vez en cuando subía a la azotea para ayudar al doctor Leidner.

—¿Cuántas veces lo hizo?

—Cuatro, según creo.

—¿Por mucho tiempo?

—Por un par de minutos. Pero en una ocasión, cuando hacía ya media hora que estaba trabajando, me quedé por espacio de diez minutos, discutiendo qué era lo que debíamos conservar y qué cosas eran las que convenía tirar.

—Tengo entendido que cuando bajó usted se encontró con que el muchacho había abandonado su puesto.

—Sí. Le grité, incomodado, y apareció por el portalón. Había salido a charlar con los otros.

—¿Fue ésa la única vez que el chico abandonó el trabajo?

—Le ordené que subiera a la azotea, una o dos veces, para que llevara unos pucheros.

Poirot dijo con acento grave:

—Es absolutamente necesario preguntarle, señor Emmott, si vio entrar o salir a alguien de la habitación de la señora Leidner durante todo este tiempo.

El joven se apresuró a contestar:

—No vi a nadie. Ni siquiera entró nadie en el patio durante las dos horas que estuve trabajando.

—¿Y cree usted, realmente, que era la una y media cuando se ausentaron, usted y el chico, y quedó el patio solitario?

—No pudo ser ni mucho antes, ni mucho después. Desde luego, no puedo asegurarlo con exactitud.

Poirot se dirigió al doctor Reilly.

—¿Coincide esto, doctor, con la hora en que, según su opinión, debió ocurrir la muerte?

—Sí.

El señor Poirot se acarició los bigotes.

—Creo que podemos asegurar —dijo con aire solemne— que la señora Leidner encontró la muerte durante esos diez minutos.


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