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Capítulo XVIII Una taza de té en casa del doctor Reilly(2)
日期:2023-10-07 17:06  点击:220

—Así está mejor —dijo Poirot—. Ahora podremos tener una interesante conversación los dos solos. Pero no se olvide de beberse el té.

Me ofreció un plato de emparedados y sugirió que tomara una segunda taza de té.

Tenía, realmente, unas maneras encantadoras y atentas.

—Y ahora —continuó— sigamos con nuestro cambio de impresiones. ¿A cuál de todos ellos no le gustaba la señora Leidner?

—Bueno —repliqué—. Es sólo una opinión y no quiero que luego se repita por ahí, diciendo que es mía.

—Naturalmente que no.

—Pues, en mi opinión, la señora Mercado la aborrecía.

iAh! ¿Y el señor Mercado?

—Sentía cierta admiración hacia ella. No creo que fuera de su esposa se hayan fijado en él muchas mujeres; y la señora Leidner tenía una manera muy simpática de interesarse por la gente y por todo lo que contaban. Me imagino que aquello se le subió a la cabeza al pobre hombre.

—Y la señora Mercado no estaba muy satisfecha por ello, ¿verdad?

—No podía disimular sus celos, eso es lo cierto. Hay que tener cuidado de no meterse entre marido y mujer. Le podría contar algunos casos verdaderamente sorprendentes. No tiene usted idea de las extravagancias que se les meten a las mujeres en la cabeza cuando se trata de sus maridos.

—No dudo de que es verdad lo que usted dice. ¿Así que la señora Mercado sentía celos? ¿Y aborrecía a la señora Leidner?

—Vi en ocasiones cómo la miraba, y si las miradas pudieran matar... iválgame Dios! —Me detuve—. De veras, monsieur P01rot, no quería decir que... No quise dar a entender, ni por un momento...

—No, no. Ya comprendo. La frase se le escapó. Es una frase muy oportuna. ¿Y la señora Leidner estaba inquieta por la animosidad de la señora Mercado?

—Pues —reflexioné—, no creo que le preocupara en lo más mínimo. Hasta creo que ni lo advertía siquiera. Cierta vez pensé en hacerle una insinuación sobre ello, pero no me decidí. Cuanto menos se diga, más pronto se arregla todo. Tal vez fue lo que hice entonces.

—Es usted prudente, no hay duda. ¿Puede darme algún ejemplo de cómo exteriorizaba la señora Mercado sus sentimientos?

Le conté la conversación que tuvimos en la azotea.

—De modo que le mencionó el primer matrimonio de la señora Leidner —comentó Poirot como si meditara—. ¿Puede usted recordar si, al decirle aquello, le pareció como si ella quisiera enterarse de si usted había oído una versión diferente?

—¿Cree, acaso, que ella sabía la verdad del caso?

—Es posible. Pudo haber escrito las cartas y arreglar lo de la mano en la ventana y todo lo demás.

—Algo de eso me pregunté yo misma. Me pareció que eran cosas mezquinas y vengativas que ella era capaz de hacer.

—Sí. Un rasgo cruel, diría yo. Pero eso dificilmente demuestra un temperamento dispuesto al asesinato brutal y a sangre fría a menos que...

Hizo una pausa y luego añadió:

—Es extraño lo que le dijo. "Yo sé por qué ha venido usted aquí." ¿Qué quería decir con ello?

—No lo puedo imaginar —repliqué con franqueza.

—Creía que estaba usted allí con un fin determinado, aparte del que todos conocían. ¿Qué objeto? ¿Y por qué demostró tanto interés por ello? Es extraña también la forma cómo la miró mientras tomaban el té el día que usted llegó.

—No es una señora, monsieur Poirot —observé remilgadamente.

—Eso, ma soeur, es una excusa, pero no una explicación.

De momento no llegué a comprender a qué se refería. Pero él siguió rápidamente.

—¿Y los demás componentes de la expedición?

Medité durante unos instantes.

—No creo que a la señorita Johnson le gustara tampoco la señora Leidner. Pero no trataba de ocultarlo y era franca acerca de ello. Admitió que sentía prejuicios. Apreciaba al doctor Leidner, con quien había trabajado muchos años. Y, desde luego, el matrimonio cambia las cosas; no hay que negarlo.

—Sí —dijo Poirot—; y desde el punto de vista de la señorita Johnson, fue un matrimonio improcedente. El doctor Leidner hubiera hecho mejor casándose con ella.



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