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Capítulo XVIII Una taza de té en casa del doctor Reilly(4)
日期:2023-10-07 17:07  点击:277

iAh! —dijo—. Creo que no se ha enterado usted de toda la verdad. Me parece, enfermera Leatheran, que la enredó a usted, como a tantos otros. Sepa, monsieur Poirot, que casi espero que en este caso no tenga éxito. Me gustaría que el asesino de Louise Leidner escapara indemne. Con franqueza, no me hubiera importado mucho despacharla yo misma.

Me repugnaba aquella chica. Monsieur Poirot, por su parte, no se inmutó lo más mínimo. Se limitó a inclinarse y a decir con tono placentero:

—Espero, entonces, que tendrá usted una coartada para lo que hizo ayer por la tarde.

Hubo un momento de silencio y la raqueta de la señorita Reilly cayó al suelo. No se molestó en recogerla. iNegligente y descuidada, como todas las de su clase!

—Naturalmente. Estuve jugando al tenis en el club —dijo con voz débil, como si le faltara el aliento—. Vamos, monsieur Poirot, me parece que no sabe usted todo lo que refiere a la señora Leidner y la clase de mujer que era.

El detective se inclinó con aquella graciosa reverencia.

—Entonces debe usted informarme, mademoiselle.

Ella titubeó un momento y luego empezó a hablar con una insensibilidad y una falta de decoro que me dieron náuseas.

—Existe la costumbre de no hablar mal de los muertos. Creo que es estúpida. Verdad no hay más que una. Si se mira bien, es mejor cerrar la boca y no hablar mal de los vivos, pues es muy probable que se les injurie.

Pero los muertos están más allá de todo eso, aunque el daño que hayan hecho les sobreviva en muchas ocasiones. Esto no es una cita de Shakespeare, pero se le parece bastante. ¿Le ha contado la enfermera el extraño ambiente que se respiraba en Tell Yarimjah? ¿Le ha contado lo excitados que estaban todos? ¿Y cómo solían mirarse unos a otros como si fueran enemigos? Esa fue la obra de Louise Leidner. Los conocía hace tres años, y eran entonces la pandilla más feliz y alegre que darse pueda. Y aun el año pasado se llevaban todos muy bien. Pero este año se cernía sobre ellos una sombra... era la obra de ella. Era una de esas mujeres que no dejan ser feliz a nadie. Hay mujeres así, y ella era de esa clase. Le gustaba romper las cosas. Sólo por diversión, o por experimentar un sentimiento de poder... o tal vez porque era así y no podía ser de otro modo. Era, además, una de esas mujeres que tiene que acaparar a todos los hombres que caigan a su alcance.

—Señorita Reilly —exclamé—, no creo que eso sea verdad. Sé que no lo es.

Ella prosiguió, sin prestarme atención.

—No le bastaba que la adorara su marido. Puso en ridículo a ese idiota patilargo de Mercado. Luego atrapó a Bill Aunque Bill es un sujeto razonable, lo estaba aturdiendo. A Carl Reiter le gustaba atormentarlo. Era fácil Es un chico muy sensible. Y a David también le dio lo suyo.

»David le gustaba más porque le presentó batalla. El muchacho experimentó también la atracción de sus encantos; pero no hizo caso de ellos. Yo creo que fue a causa de que tiene bastante sentido común para saber que a ella, en realidad, él no le importaba un comino. Y por eso la aborrezco. No quería líos amorosos. Eran sólo experimentos hechos a sangre fría; y el gusto de excitar a los demás para que pelearan unos con otros. Ella especulaba con esto también. Era una mujer de las que jamás se han peleado con nadie, pero que provocan riñas por donde pasan. Hacen que ocurran. Era una especie de Yago[4] femenino. Le gustaba el drama, pero no quería verse envuelta en él. Prefería quedarse fuera para mover los hilos, mirar y divertirse. iOh! ¿Comprende lo que quiero decir?

—Lo comprendo quizá mejor de lo que usted se imagina, mademoiselle —dijo Poirot.

No pude calificar el tono de su voz. No parecía indignado. Sonaba a... bueno, no puedo explicarlo.

Sheila Reilly pareció entenderlo, pues se sonrojó.

—Puede usted pensar lo que quiera —replicó—, pero tengo razón acerca de ella. Era una mujer lista. Estaba aburrida e hizo experimentos con la gente... al igual que hacen otros con materias químicas. Se divertía jugando con los sentimientos de la pobre señorita Johnson, viendo cómo ella tascaba el freno y trataba de dominarse. Le gustaba aguijonear a la pequeña Mercado, hasta ponerla al rojo vivo. Le agradaba azotarle en la carne viva, cosa que podía hacer cuando quería; gozaba enterándose de cosas acerca de la gente y suspendiéndolas luego sobre sus cabezas. No me refiero a un vulgar chantaje. Quiero decir que Louise les hacía saber que estaba enterada de todo y luego les dejaba en la incertidumbre de lo que ella haría con lo averiguado. il)ios mío! Esa mujer era una artista. No existía ninguna imperfección en sus métodos.



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