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Capítulo XIX Una nueva sospecha(1)
日期:2023-10-07 17:15  点击:270

Capítulo XIX

Una nueva sospecha

No pudimos continuar, porque en aquel momento entró el doctor Reilly diciendo jocosamente que acababa de matar al paciente más fastidioso que tenía.

Monsieur Poirot se enzarzó con él en una discusión más o menos científica acerca de la psicología y estado mental de una persona que se dedicaba a escribir anónimos. El médico citó varios casos que conoció en el curso de su profesión, y monsieur Poirot contó algunas historias en las que intervino.

—No es tan sencillo —dijo por fin—. Existe el deseo de poder y, a menudo, un fuerte complejo de inferioridad.

El doctor Reilly asintió.

—Por eso ocurre frecuentemente que el autor de los anónimos resulta ser la persona menos sospechosa de todas. Algún alma inofensiva, incapaz de matar una mosca, aparentemente; toda dulzura y mansedumbre cristiana por fuera... pero hirviendo con todas las furias del infierno en su interior.

Poirot observó pensativamente.

—¿Diría usted que la señora Leidner tenía cierta tendencia a demostrar complejo de inferioridad?

El doctor Reilly limpió su pipa mientras reía por lo bajo.

—Era la última persona a la que describiría de ese modo. No había en ella nada reprimido. Vida y nada más que vida; era lo que deseaba... y lo consiguió.

—¿Considera usted posible, psicológicamente hablando, que ella escribiera esas cartas?

—Sí. Lo creo. Pero si lo hizo, la razón se basó en su instinto de dramatizar su propia vida. La señora Leidner en su vida privada, tenía algo de estrella cinematográfica. Debía ocupar siempre el centro... a la luz de las candilejas. Se casó con Leidner debido a la atracción de lo opuesto, pues él es el hombre más retraído y modesto que conozco. La adoraba; pero a ella no le gustaba una adoración casera como aquélla. Quería ser también la heroína perseguida.

—En resumen —dijo Poirot sonriendo—, no se adhiere a la teoría de Leidner relativa a que ella escribió las cartas y luego se olvidó de haberlo hecho.

—No, desde luego. No quise rebatir la idea ante él. A un hombre que acaba de perder una esposa muy querida, no se le puede decir que ella era una desvergonzada exhibicionista que casi lo había vuelto loco de ansiedad, por el solo placer de satisfacer su ansia de dramatismo. No resulta delicado contarle a un hombre la verdad exacta y completa sobre su mujer. Y es divertido, aunque todo lo contrario ocurre cuando se le cuenta a una mujer toda la verdad sobre su marido. Las mujeres pueden aceptar el hecho de que un hombre es un perdido, un estafador, un morfinómano, un empedernido embustero y un acabado sinvergüenza, sin mover ni una pestaña y sin alterar en lo más mínimo su afecto por el interesado. Las mujeres frenen un sentido admirable de la realidad.

—Con franqueza, doctor Reilly, ¿cuál es su opinión exacta sobre la señora Leidner?

El médico se retrepó en su silla y dio unas cuantas chupadas a la pipa.

—Francamente... es dificil decirlo. No la conocía bien. Tenía sus encantos... gran cantidad de ellos. Inteligencia, simpatía... ¿Qué más? No poseía ningún vicio desagradable. No era aficionada al coqueteo, ni perezosa, ni siquiera vanidosa. Siempre pensé, aunque no tengo pruebas de ello, que era una mentirosa consumada. Lo que no sé, y me gustaría saber, es si se mentía a ella misma o a los demás. Tengo un criterio bastante amplio respecto a las mentirosas. Una mujer que no miente es una mujer sin imaginación y sin simpatía. No creo que le gustara perseguir a los hombres; sólo le gustaba abatirlos con "su arco y sus flechas". Si habla con mi hija sobre el particular...

—Ya he tenido ese gusto —replicó Poirot sonriendo ligeramente.

—iHum...! —refunfuñó el doctor Reilly—. No debió gastar mucho tiempo en ello. Me imagino que la pondría como chupa de dómine. Los jóvenes de la nueva generación no guardan respeto alguno a los muertos. Es una lástima que sean tan pedantes. Condenan la "vieja moral" y luego se confeccionan un código propio mucho más duro y disoluto. Si la señora Leidner hubiera tenido media docena de asuntos amorosos, a mi hija le hubiera parecido muy bien tal cosa, diciendo que "estaba viviendo su vida", o que "obedecía los impulsos de su sangre". De lo que no se ha dado cuenta es de que la señora Leidner se ajustaba a un tipo determinado... a su propio tipo. El gato obedece al instinto cuando juega con el ratón. Está hecho de esa forma. Los hombres no son chiquillos para que los protejan. Conocen a mujeres con instinto de gato; otras que los adoran como perros fieles y a otras regañonas como gallinas... y otras todavía... La vida es lucha, no es una fiesta campestre. Me gustaría que Sheila fuera lo suficientemente sincera como para apearse de su alto pedestal y admitir que aborrecía a la señora Leidner por viejas y personales razones. Sheila es la única chica joven que hay por estos contornos y, como es natural, cree que nadie más que ella puede hacer lo que le dé la gana con los jóvenes que caen por aquí. Como era de esperar, se ha incomodado cuando una mujer, de muchos más años que ella y que ya tiene dos maridos en su haber, llega y la derrota en su propia especialidad. Sheila no está mal, fisicamente; tiene buena salud y posee una buena presencia y atractivo. Pero la señora Leidner se salía de lo corriente en ese aspecto. Tenía una especie de hechizo fatal, que, por lo general, sirve para complicar las cosas... era algo así como la "altiva e ingrata señora".


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09/29 19:15