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Capítulo XIX Una nueva sospecha(2)
日期:2023-10-07 17:17  点击:286

Súbitamente di un gran salto en mi asiento. iQué coincidencia!

—¿No será indiscreción preguntarle si su hija tiene cierta tendresse por alguno de los jóvenes de la expedición?

—No lo creo. Emmott y Coleman le hacen la corte. No creo que a ella le importe uno más que el otro. Tenemos también a un par de chicos que pertenecen a las Fuerzas Aéreas. Supongo que, por ahora, tiene la red llena de pescado. Pero estoy seguro de que lo que le molesta es que la edad derrote a la juventud. No sabe tanto como yo sobre el mundo. Cuando se llega a mi edad se da cuenta uno realmente de lo que vale la tez de una muchacha joven, unos ojos alegres y un cuerpo firme y ágil. Pero una mujer que haya pasado de los treinta años puede escuchar con toda atención y proferir una palabra, de vez en cuando, con la que demuestra su admiración hacia el que habla... eso, pocos jóvenes lo resisten. Sheila es bonita... pero Louise Leidner era hermosa. Tenía unos ojos que daba gloria verlos y una sorprendente belleza dorada. Sí; era una mujer bellísima.

Eso pensé yo misma. La hermosura es una cosa maravillosa. Había sido hermosa. Pero no tenía ese aspecto que incita a los celos; sólo hacía que una se recreara mirándola de continuo. El primer día que la conocí pensé que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa por la señora Leidner.

Mas de todas formas, aquella noche, cuando regresaba a Tell Yarimjah, después de haber cenado en casa del doctor Reilly, recordé una o dos cosas que me hicieron sentir incómoda. Cuando Sheila Reilly lanzó su perorata, no había creído yo ni una de las palabras que dijo. Las tomé como producto de su rencor y malicia. Pero, de pronto, me acordé de la forma en que la señora Leidner había insistido en marcharse sola a dar un paseo, y de qué modo no quiso que la acompañara. No pude menos que preguntarme si no habría ido al encuentro del señor Carey. Y, además, era un poco rara la manera cortés como se trataban ellos, ya que Louise tuteaba casi a todos los demás. Recordé que él nunca le miraba cara a cara. Podía ser porque no le gustaba... o podía ser muy bien lo contrario.

Me estremecí. Estaba imaginando demasiadas cosas; todo a causa de los improperios de una chica. Ello demostraba qué poco caritativo y qué peligroso era decir tales palabras.

La señora Leidner no había sido así; de ninguna manera... Era evidente que Sheila Reilly no había sido de su agrado. La había tratado bastante ásperamente aquel día, durante la comida, cuando se dirigió al señor Emmott. Fue una extraña mirada la que él le dirigió. La clase de mirada que no da a entender, ni por asomo, lo que se está pensando. No había manera de asegurar qué era lo que pensó el señor Emmott. Era retraído, aunque muy agradable de trato. Una persona digna de confianza en todos los conceptos. El señor Coleman, en cambio, sí que era un joven atolondrado como pocos.

Estaba pensando en ello cuando llegamos a la casa. Eran las nueve en punto y el portalón estaba cerrado. Ibrahim llegó corriendo con la llave para abrirme la puerta. Nos acostábamos temprano en Tell Yarimjah. No se veían luces en la sala de estar. Sólo estaba iluminada la sala de dibujo y el despacho del doctor Leidner; las demás ventanas estaban oscuras. Parecía como si la mayoría se hubiera ido a la cama más temprano que de costumbre.

Cuando pasé junto a la sala de dibujo, al dirigirme hacia mi habitación, miré por la ventana. El señor Carey, en mangas de camisa, estaba trabajando afanosamente sobre un gran plano. Me dio la impresión de que estaba muy enfermo. Parecía cansado y agotado. Aquello me produjo una súbita congoja. No sabía lo que le pasaba al señor Carey; ni podía saberlo por lo que él me dijera, pues casi no hablaba. Ni siquiera estaba enterada de sus cosas más corrientes, ya que tampoco lo que hacía arrojaba mucha luz sobre el particular. Sin embargo, no había manera de que a una le pasara por alto aquel hombre, y todo lo que a él concernía diríase que importaba mucho más que lo que se refería a los demás. No sé si lo expresaré bien, pero era un hombre con el que había que "contar" siempre. Volvió la cabeza y me divisó. Se quitó la pipa de la boca y me dijo:

—Bien, enfermera, ¿ya ha vuelto de Hassanieh?

—Sí, señor Carey. Trabaja usted hasta muy tarde. Parece que todos se han acostado ya.

—Pensé que debía seguir con esto —repuso—. Andaba un poco retrasado. Y mañana tengo que estar en las excavaciones. Empezamos otra vez el trabajo.

—¿Ya? —pregunté sorprendida.

Me miró de una manera extraña.

—Creo que es lo mejor. Se lo propuse a Leidner. Mañana estará casi todo el día en Hassanieh, arreglando cosas; pero el resto de nosotros debemos quedarnos aquí. Y tal como está todo, no es agradable quedarnos sentados, mirándonos los unos a los otros.

Tenía toda la razón, y más si se consideraba que estábamos nerviosos y excitados.

—Estuvo usted acertado —dije—, es conveniente distraerse haciendo algo.

Yo sabía que el funeral debía celebrarse de allí a dos días.

El señor Carey volvió a inclinarse sobre el plano. Sentí que me invadía una gran compasión por él. Estabasegura de que el pobre no conseguiría pegar ojo aquella noche.


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