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Capítulo XIX Una nueva sospecha(3)
日期:2023-10-07 17:17  点击:234

—¿Quiere tomar un somnífero, señor Carey? —pregunté, después de titubear un poco.

Sacudió la cabeza mientras sonreía.

—No me hace falta, enfermera. Los somníferos son una mala costumbre.

—Buenas noches, pues, señor Carey. Si puedo hacer algo por usted...

—No lo creo. Muchas gracias, enfermera. Buenas noches.

—No sabe cuánto lo siento —exclamé, un tanto impulsivamente.

—¿Lo siente? —preguntó él sorprendido.

—Por... por todos. Ha sido tan horrible... especialmente para usted.

—¿Para mí? ¿Por qué para mí?

—Pues... pues porque era un viejo amigo de los dos.

—Soy un viejo amigo de Leidner, pero no de ella.

Habló como si en realidad la señora Leidner no le hubiera gustado nunca. Deseé que la señorita Reilly hubiera oído aquello.

—Buenas noches —dije, y eché a correr hacia mi dormitorio.

Me entretuve un poco antes de quitarme la ropa. Lavé algunos pañuelos y un par de guantes. Luego escribí un poco en mi diario. Di una ojeada al patio antes de disponerme a acostarme. La luz seguía encendida en la sala de dibujo y en el ala sur del edificio.

Supuse que el doctor Leidner estaba todavía levantado y trabajando en su despacho. Me pregunté si sería conveniente ir a darle las buenas noches. Estuve indecisa, pues no quería parecer entrometida. Podía estar ocupado y tal vez deseara que no le molestaran. Mas al final me asaltó una especie de inquietud. Después de todo, no había ningún mal en ello. Le desearía buenas noches, y tras preguntarle si necesitaba algo me marcharía.

Pero el doctor Leidner no estaba allí. La luz continuaba encendida, pero no había nadie más que la señorita Johnson, con la cabeza apoyada sobre la mesa y llorando, desesperada.

Aquello me hizo dar un vuelco al corazón. Era una mujer tan sensata y sabía contener de tal forma sus emociones, que daba lástima verla así.

—¿Pero qué le ocurre? —exclamé, abrazándola y dándole golpecitos en la espalda—. Vamos, vamos, eso no conduce a nada... No debió venir a llorar aquí sola.

No contestó. Sentí el estremecimiento de los sollozos que la sacudían.

—Vamos... conténgase. Le haré una taza de té bien caliente.

Levantó la cabeza y dijo:

—No, no. No me pasa nada, enfermera. He sido una verdadera tonta. —¿Qué es lo que le ha disgustado? —pregunté.

No replicó inmediatamente, pero al cabo de un momento exclamó:

—iQué horroroso ha sido... !

—No piense en ello —dije—. Lo que ha pasado ya no frene remedio. Es inútil condenarse ahora.

La mujer se irguió y acto seguido empezó a arreglarse el pelo.

—He hecho el ridículo —observó con su voz gruñona—. Estuve poniendo en orden el despacho. Pensé que era preferible hacer algo. Y entonces... me acordé de todo...

—Sí, sí —me apresuré a replicar—. Ya lo sé. Todo lo que usted necesita en una taza de té bien cargado y una botella de agua caliente en la cama.

Y le proporcioné todo aquello. No le valieron de nada las protestas.

—Gracias, enfermera —dijo después que la hube acomodado.

Estaba sorbiendo una taza de té, y en la cama le había puesto una botella de agua caliente.

—Es usted una mujer de buenos sentimientos —añadió—. No suelo ponerme en ridículo con mucha frecuencia.

iOh! No se excite... Todos somos capaces de ello después de haber pasado una cosa así — e aseguré—. Ya se sabe; con la tensión, la impresión sufrida y la policía por todos los lados... Yo misma estoy nerviosa...

Ella replicó con voz baja y en un tono extraño:

—Todo lo que ha dicho es cierto. Lo que ha pasado ya no tiene remedio...


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