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Capítulo XXII David Emmott, el padre Lavigny y un descubrimiento(6)
日期:2023-10-12 16:57  点击:294

En realidad, no es que me guste hacer de casamentera. Y no estaba bien pensar en tales cosas, aun antes de haberse celebrado el funeral. Pero, al fin y al cabo, sería una buena solución. El doctor Leidner la apreciaba mucho y no había duda de que ella le era muy adicta y sería completamente dichosa dedicándole el resto de su vida. Ello, claro está, contando con que pudiera soportar el continuo recuerdo de las perfecciones de Louise. Pero las mujeres pasan por cualquier cosa con tal de conseguir lo que desean.

El doctor Leidner saludó después a Poirot y le preguntó si había hecho algún progreso en la investigación. La señorita Johnson estaba detrás del arqueólogo y dirigió una mirada insistente a la caja de cartón que Poirot llevaba en la mano, mientras sacudía la cabeza. Comprendí que con ello le estaba pidiendo al detective que no dijera nada acerca de la máscara. Pensó, seguramente, que el pobre doctor Leidner había soportado ya bastantes emociones aquel día.

Poirot accedió a sus deseos.

Después de cruzar unas frases que no tuvieron nada que ver con el caso, salió de la habitación.

—Estas cosas marchan lentamente, monsieur —dijo.

Le acompañé hasta su coche. Tenía que preguntarle media docena de cosas, pero cuando dio la vuelta, mirándome, opté por no decir nada. Era como si fuera a preguntarle a un cirujano cómo le había salido la operación. Me limité a quedarme allí parada, con aspecto humilde, esperando instrucciones.

Pero con gran sorpresa mía, dijo:

—Cuídese, hija mía.

Y luego añadió:

—Me he estado preguntando si es conveniente que se quede usted aquí.

—Debo hablar de mi partida con el doctor Leidner —observé—. Pero creo que será mejor hacerlo después del funeral.

Asintió, aprobando mi determinación.

—Entretanto —me advirtió—, no trate de averiguar muchas cosas. Compréndame; no quiero que parezca demasiado lista. —Y añadió, sonriendo—: Usted debe de tener preparadas las gasas y a mí me toca hacer la operación.

¿No es curioso que dijera aquello?

Luego prosiguió, incongruente.

—Ese padre Lavigny es un hombre muy Interesante.

—Me parece algo raro que un fraile sea arqueólogo —opiné.

—iAh, sí! Usted es protestante. Yo soy un buen católico. Conozco algo sobre los sacerdotes y frailes de mi religión.

Frunció el entrecejo y después de titubear me dijo:

—Recuerde que es lo bastante listo para, si así lo desea, volverla a usted del revés.

Si con ello quería decirme que no me dedicara a fisgonear, estabasegura de que no necesitaba hacerme advertencia alguna en tal sentido. Aquello me molestó, y aunque no me decidí a preguntarle las cosas que en realidad me interesaba conocer, no vi razón alguna que me impidiera decirle algo que llevaba en el pensamiento.

—Perdone, señor Poirot —observé—. Se dice tropezar, no pisar.

iAh! Gracias, ma soeur.

—De nada. Pero es conveniente decir correctamente las cosas.

—Lo recordaré —replicó.

Subió al coche y se marchó. Yo crucé lentamente el patio mientras reflexionaba sobre infinidad de cosas. Acerca de los pinchazos en el brazo del señor Mercado, y qué droga sería la que tomaría. Y sobre aquella horrible máscara amarilla. Y qué extraño era que Poirot y la señorita Johnson no hubieran oído mi grito aquella mañana estando en la sala, pues desde el comedor todos habíamos oído perfectamente el que lanzó Poirot, y la habitación del padre Lavigny y la de la señora Leidner distaban exactamente igual del comedor y de la sala de estar.

Me alegré de haber aclarado al "doctor" Poirot una palabra inglesa. Tenía que haberse dado cuenta de que, aunque fuera un gran detective, no lo sabía todo.


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