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Capítulo XXIII Veo visiones(2)
日期:2023-10-12 16:59  点击:308

Me acordé de los anónimos de fecha más atrasada, que la señora Leidner guardaba en la cartera de mano. Pudo quedar abierta, en alguna ocasión, y en el caso de que la señora Mercado, encontrándose sola en la casa, le hubiera dado por fisgonear, era posible que los hubiera leído. Los hombres, al parecer, no piensan en las posibilidades más sencillas.

—Y aparte de ella sólo está la señorita Johnson —observé, mirándole fijamente.

—iEso sería ridículo!

La sonrisita con que acompañó sus palabras fue conclusiva. Nunca había pasado por su imaginación la idea de que la señorita Johnson fuera la autora de los anónimos.

Estuve indecisa durante unos instantes, y al final opté por callarme. No está bien denunciar a una del propio sexo y, además yo había sido testigo de su verdadero y conmovedor arrepentimiento. Lo hecho no tenía remedio. ¿Por qué ocasionar una nueva desilusión al doctor Leidner, después de lo que había pasado?

Se convino en que yo me marcharía al día siguiente. Previamente había quedado de acuerdo con el doctor Reilly en que me mandaría un par de días con la matrona del hospital, mientras arreglaba mi vuelta a Inglaterra, bien por Bagdad, o bien directamente por Nissibin, en coche y luego con tren.

El doctor Leidner llevó su amabilidad al extremo de decirme que le gustaría que escogiera alguna cosilla de las que pertenecieron a su esposa, y me la llevara como recuerdo.

—iOh, no!, doctor Leidner —atajé—; no puedo hacerlo. Es usted demasiado amable.

Insistió.

—Pues me gustaría que se llevara algo. Estoy seguro de que a Louise también le hubiera gustado.

Luego sugirió que me quedara con el juego de tocador.

—iNo, doctor Leidner! Es un juego de mucho precio. No puedo; de veras.

—Ella no tiene hermanas... nadie que necesite esas cosas. Nadie que pueda quedárselas.

Me imaginé que no quería ver aquel juego en las manitas codiciosas de la señora Mercado. Y estabasegura de que no estaba dispuesto a ofrecérselo a la señorita Johnson.

El doctor Leidner prosiguió amablemente:

—Piénselo bien. Y, a propósito, aquí tiene la llave del joyero de Louise. Tal vez encuentre allí alguna cosa que le guste. Y le quedaré muy agradecido si quiere empaquetar... sus ropas. Reilly encontrará aplicación para ellas entre las familias cristianas pobres de Hassanieh. Me alegré de poder hacer aquello, y así se lo expuse.

Sin perder un momento comencé a trabajar.

La señora Leidner tenía un guardarropa muy sencillo y pronto lo tuve clasificado y colocado en un par de maletas. Todos sus papeles estaban en la cartera de mano. El joyero contenía unas pocas chucherías; un anillo con una perla, un broche de diamantes, un pequeño collar de perlas, un par de broches lisos de oro, en forma de barra, de los que cierran con un imperdible, y un collar de grandes cuentas ambarinas.

No iba a quedarme con las perlas o los diamantes, como parece lógico, pero titubeé un poco entre el collar de ámbar y un juego de tocador. Sin embargo, al final me pregunté por qué no debía quedarme con este último. Fue una idea muy amable por parte del señor Leidner y estabasegura de que en ella no había intención alguna de humillarme. Lo tomé, pues, confiando en que me lo habían ofrecido sin orgullo de ninguna clase. Y, al fin y al cabo, yo había sentido afecto hacia la señora Leidner.

Terminé todo lo que tenía que hacer. Las maletas estaban dispuestas; el joyero cerrado de nuevo y puesto aparte para devolvérselo al doctor Leidner, junto con la fotografia del padre de su mujer y unos pocos cachivaches de uso personal.

Ahora que la había vaciado de todos sus ornamentos, la habitación tenía un aspecto desnudo y desolado. No tenía nada más que hacer allí, y sin embargo, no me decidía a salir del cuarto. Parecía como si aún tuviera algo que hacer... Algo que debiera ver... o algo que debiera saber. No soy supersticiosa, pero por mi mente pasó la idea de que era posible que el espíritu de la señora Leidner rondara por el dormitorio y tratara de ponerse en contacto conmigo.

Recuerdo que una vez, en el hospital, una de las chicas trajo un grafómetro y escribió cosas en verdad asombrosas.

Aunque nunca pensé en ello, quizá tenía yo cualidades de médium.

En ocasiones se encuentra una dispuesta a imaginar toda clase de sandeces. Vagué por la habitación, desosegada, tocando una cosa aquí y otra allá. Aunque en el cuarto no quedaban más que los muebles pelados. Nada se había deslizado detrás de los cajones ni había quedado escondido. No sé qué esperaba encontrar. Al final, como si no me encontrara bien de la cabeza, hice una cosa extravagante. Me acosté en la cama y cerré los ojos.


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