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Capítulo XXV ¿Suicidio o asesinato?(4)
日期:2023-10-13 08:56  点击:297

—Estirando mucho el brazo se puede llegar justamente a la mesilla de noche.

—¿La mesa sobre la que estaba el vaso de agua?

—Sí.

—¿Estaba cerrada la puerta?

—No.

—Por lo tanto, quienquiera que fuese pudo entrar por ella y hacer el cambio, ¿no es eso?

—Desde luego.

—Ese sistema hubiera sido más peligroso —intervino el doctor Reilly Una persona que duerme profundamente despierta a menudo por el ruido de una pisada. Si la mesilla podía ser alcanzada desde la ventana, el método era más seguro.

—No pensaba solamente en el vaso —replicó el capitán, con aspecto abstraído.

Al cabo de algunos instantes pareció volver en sí de su abstracción y, dirigiéndose a mí, en tono normal de voz preguntó:

—¿Opina usted que cuando la pobre señora vio que se estaba muriendo quiso darle a entender que alguien sustituyó el agua a través de la ventana? ¿No le parece que el nombre de esa persona hubiera sido una revelación más apropiada?

—Pudo no saber ese nombre —observé.

—¿Cree que hubiera sido su intención, pues, insinuarle lo que había descubierto el día anterior?

El doctor Reilly dijo:

—Cuando uno se está muriendo, Maitland, pierde todo el sentido de la proporción. El que una mano asesina había entrado por la ventana pudo ser el principal hecho que la obsesionara en aquel momento. Tal vez le pareció que era de la mayor importancia el que los otros lo supieran. Y, en mi opinión, no andaba muy equivocada. Era importante. Pensó, quizá, que los demás creerían que se había suicidado. De haber podido hablar, tal vez hubiera dicho: "No me he suicidado. No tomé el veneno a sabiendas. Alguien lo puso cerca de mi cama, a través de la ventana"

El capitán Maitland tamborileó con sus dedos sobre la mesa y no contestó. Al cabo de unos momentos dijo con seguridad:

—No hay duda de que el asunto puede considerarse desde esos dos puntos. O se trata de suicidio, o es asesinato. ¿Por qué se inclina usted, doctor Leidner?

El interpelado pareció meditar durante unos instantes y luego replicó sosegadamente y con acento decisivo:

—Por el asesinato. Anne Johnson no era una mujer capaz de suicidarse.

—De acuerdo —convmo el capitán Maitland—. Eso puede ser cuando las cosas siguen un curso normal. Pero puede haber circunstancias en que el hecho resulte una cosa natural.

—¿En qué circunstancias?

El capitán se inclinó y cogió un paquete que, según vi antes, había dejado al lado de su silla. Lo puso sobre la mesa haciendo un ligero esfuerzo.

—Aquí hay algo que ninguno de ustedes conoce —anunció—. Lo encontré bajo la cama en que dormía la señorita Johnson.

Manipuló el envoltorio, lo abrió y apareció una grande y pesada piedra de molino de mano. No tenía en sí nada de particular, pues en el curso de las excavaciones se habían encontrado más de una docena de ellas.

Pero lo que atrajo nuestra atención sobre aquel ejemplar fue una mancha oscura y un fragmento de algo que parecía cabello humano.

—Tendrá que estudiar esto, Reilly —dijo Maitland—. Pero no creo equivocarme si aseguro que con esta piedra se asesinó a la señora Leidner.


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