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Capítulo 4 La encuesta judicial(6)
日期:2023-10-18 16:55  点击:259

El señor Norman Gale, dentista, prestó declaración en sentido negativo. Luego se acercó al estrado el indignado señor Clancy.

El señor Clancy era para los periodistas un personaje de menor interés, inferior en varios grados a una aristócrata.

«Autor de novelas policíacas presta declaración. Célebre escritor confiesa la compra del arma mortal. Causa sensación en el jurado.»

Pero lo de la sensación quizá era un poco prematuro.

—Sí, señor —declaró el señor Clancy con voz estridente——, compré una cerbatana y, es más, la he traído hoy aquí Protesto con toda mi alma contra la suposición de que la cerbatana con que se cometió el crimen fuera la mía. Aquí está la que yo compré.

Mostró la cerbatana con aire de triunfo.

Los periodistas anotaron: «Una segunda cerbatana en el tribunal».

El juez se portó severamente con el señor Clancy. Le dijo que estaba allí para ayudar a la justicia y no para rebatir cargos imaginarios contra él. Luego le preguntó sobre lo ocurrido en el Prometheus durante el vuelo, pero con escasos resultados. El señor Clancy, según explicó él, con toda clase de pormenores innecesarios, había estado demasiado enfrascado en un excéntrico horario de trenes extranjeros y las dificultades que le presentaban los horarios en formato de veinticuatro horas, para fijarse en nada de lo que sucedía a su alrededor. Aunque hubiesen atacado con dardos envenenados a todo el pasaje, maldito si se hubiera dado cuenta de lo que sucedía.

La señorita Jane Grey, oficiala de peluquería, no alteró el ritmo de las plumas de los periodistas.

Siguieron los franceses.

Monsieur Armand Dupont declaró que viajaba a Londres para dar una conferencia en la Royal Asiatic Society. El y su hijo estaban absortos en una discusión técnica y se habían fijado muy poco en lo que sucedía a su alrededor. No había advertido la presencia de la víctima hasta que atrajo su atención el revuelo general que produjo el descubrimiento de su muerte.

—¿Conocía usted a madame Morisot o madame Giselle?

—No, monsieur, nunca la había visto.

—Pero es un personaje muy conocido en París, ¿verdad?

—No lo sé. En cualquier caso, no he estado apenas en París últimamente.

—¿Debo deducir que ha regresado usted de Asia recientemente?

—Exactamente, monsieur; de Irán.

—Han viajado mucho por esos mundos de Dios, usted y su hijo, ¿verdad?

—Pardon?

—¿Han estado en países exóticos?

—Así es, señor.

—¿Ha estado usted en alguna parte del mundo donde los nativos usen dardos envenenados con veneno de serpiente?

Hizo falta que se lo tradujeran y, cuando entendió la pregunta, monsieur Dupont meneó la cabeza enérgicamente.

—Nunca, nunca me he encontrado con nada parecido.

Luego le tocó el turno a su hijo, cuya declaración se ajustó en todo a la de monsieur Armand. No había notado nada. Creyó posible que la muerte de la señora se debiera a la picadura de una avispa, porque él mismo se vio molestado por una, a la que logró matar, por cierto.


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