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Capítulo 4 La encuesta judicial(7)
日期:2023-10-18 16:56  点击:233

Los Dupont eran los últimos testigos.

El juez se aclaró la garganta y se dirigió al jurado.

Dijo que era el caso más sorprendente e increíble que se le había presentado desde que presidía aquel tribunal. Una mujer había muerto (y podía descartarse la idea de suicidio o de accidente) en el aire, en un espacio muy reducido. Era Inimaginable que el autor del crimen fuera alguien ajeno al avión. El asesino tenía que ser necesariamente uno de los testigos que acababan de escuchar. No debían perder de vista aquel hecho, por terrible y espantoso que fuese. Una de las personas allí presentes había mentido descaradamente.

Las circunstancias del crimen eran de una audacia incomparable. A la vista de los diez testigos, o doce contando a los camareros, el asesino se había llevado la cerbatana a los labios y lanzado el dardo sin que nadie hubiera observado el hecho. Parecía francamente increíble, pero existía la prueba de la cerbatana, del dardo hallado en el suelo, de la señal dejada en el cuello de la difunta y del dictamen del médico, que demostraba que aquello, increíble o no, había sucedido.

A falta de pruebas para acusar a una persona determinada, solo podía aconsejar al jurado que emitiese un veredicto de «asesinato cometido por una o varias personas desconocidas». Todos los presentes habían negado conocer a la víctima. A la policía le tocaba descubnr las ocultas relaciones entre los testigos y la víctima. Desconociéndose el motivo del crimen, solo podía aconsejar el veredicto indicado.

Uno de los miembros del jurado, de rostro anguloso y ojos suspicaces, se adelantó, respirando fatigosamente.

—¿Se me permite una pregunta, señoría?

__C1aro, diga.

—Nos han dicho ustedes que la cerbatana se encontró bajo uno de los cojines de un asiento. ¿Quién se sentaba en él?

El juez consultó sus notas. El sargento Wilson se acercó al miembro del jurado y explicó:

—iAh, sí! El asiento de que se trata era el número 9, ocupado por monsieur Hércules Poirot. Monsieur Poirot es un detective privado muy conocido y respetable que ha colaborado muchas veces con Scotland Yard.

El miembro del jurado dirigió su mirada a Hércules Poirot y su rostro mostró la escasa aceptación que los bigotes de este le producían.

iExtranjeros!, dijeron sus ojos. No hay que fiarse de los extranjeros, aunque sean colaboradores de la policía.

Añadió en voz alta:

—¿No fue ese monsieur Poirot quien encontró el dardo?

—Sí.

El jurado se retiró a deliberar. Al cabo de poco tiempo volvió, y el presidente entregó una papeleta al juez.

—¿Pero qué es esto? —murmuró ceñudo este al leerlo—. i Tonterías! No puedo aceptar un veredicto en estos términos.

Al poco rato, el veredicto volvió debidamente enmendado:

«Dictaminamos que la víctima murió envenenada, aunque no haya pruebas que demuestren de forma irrebatible quién administró el veneno».


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