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Capítulo VII Probabilidades(7)
日期:2023-10-24 15:27  点击:255

—Dé por hecho que se atenderá su solicitud. Esta noche vuelvo a París. Quizá podamos sonsacar algo a Elise, la criada de Giselle, ahora que conocemos mejor el asunto. Me enteraré de todas las idas y venidas de Giselle, pues es muy conveniente que sepamos dónde ha estado este verano. Se la vio en Le Pinet, según creo, una o dos veces. Podemos averiguar si tuvo contactos con algún inglés. iOh! Pues no hay poco que hacer.

Los dos miraron a Poirot, que hilaba sus reflexiones.

—¿Va usted a echarnos una mano en eso, monsieur Poirot? preguntó Japp.

—Sí, me gustaría acompañar a monsieur Fournier a París.

—Enchanté —contestó el francés.

—¿En qué piensa usted? —preguntó Japp, observando a Poirot con curiosidad—. Veo que está muy silencioso. ¿No tendrá usted alguna teoría?

—Una o dos, pero la cosa está muy dificil.

—¿Podemos conocerlas?

—Una de las cosas que más me preocupa es el lugar en que se encontró la cerbatana —respondió lentamente.

—Claro, como que por esa circunstancia estuvo a punto de ir usted a la cárcel.

—No, no es eso. No me preocupa que la escondiesen precisamente en el asiento que yo ocupaba, sino que la escondiesen en cualquier asiento.

—No veo nada extraordinario en eso —observó Japp—. En alguna parte debía esconderla el asesino para no arriesgarse a que se la encontrasen encima.

—Evidemment. Pero se habrá fijado usted, amigo mío, en que, pese al hecho de que las ventanillas del avión no pueden abrirse, hay en ellas un círculo de agujeros de ventilación y un disco de cristal que permite abrirlos y cerrarlos a voluntad, y por esos agujeros pasaría fácilmente la cerbatana. ¿Hay algo más sencillo que desprenderse del arma arrojándola por allí? Sería poco probable que fuese encontrada luego.

—Le contestaré a eso: el asesino debió de temer que le descubriesen al hacerlo. Si hubiera arrojado la cerbatana por los huecos de la ventilación, podría haberle visto alguien.

—Ya veo —aceptó Poirot—. iNo temió que le descubriesen al llevarse ese chisme a los labios y lanzar el dardo envenenado, pero sí que le vieran arrojando un tubo por la ventanilla!

—Admito que parece ridículo —convino Japp—, pero el caso es innegable. Escondió la cerbatana en un asiento. No podemos soslayar eso.

Poirot no replicó y Fournier preguntó curioso:

—¿Le sugiere eso alguna idea?

Poirot asintió.

—Me sugiere una especulación.

Sus dedos, ausentes, estrechaban el tintero no usado, que la impaciente mano de Japp había ladeado ligeramente. Luego, levantando la cabeza, preguntó:

—A propos, ¿tiene usted esa relación minuciosa de los objetos que llevaba cada pasajero y que le pedí con tanto interés?


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