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Capítulo XII En Horbury Chase(1)
日期:2023-11-08 15:35  点击:296

Capítulo XII En Horbury Chase

Junto al bufet, lord Horbury se servía distraído un plato de riñones. Stephen Horbury era un joven de veintisiete años, cabeza estrecha y barbilla prominente. Parecía exactamente lo que era: un joven deportista con nada que destacar en cuanto a cerebro, pero de buen corazón, algo mojigato, muy leal y obstinado como el que más.

Cuando hubo llenado el plato, volvió a la mesa y empezó a comer. Abrió un periódico, pero enseguida frunció el entrecejo y lo apartó a un lado. También apartó el plato inacabado, tomó unos sorbos de café y se levantó. Permaneció un momento indeciso y luego, asintiendo ligeramente, salió del comedor, cruzó el espacioso vestíbulo y subió al piso superior. Llamó a una puerta y esperó. Del interior le llegó una voz atiplada invitándole a entrar:

—Adelante.

Lord Horbury entró. Era un bello dormitorio espacioso que daba al sur. Cicely Horbury estaba en la cama, un mueble isabelino de roble tallado. Envuelta en gasas rosadas y con los dorados rizos de su rubio cabello, producía un efecto encantador. En una mesita había una bandeja con los restos del desayuno. En aquel momento, abría su correspondencia, mientras su doncella se movía de un lado a otro.

A cualquier hombre se le hubiera acelerado la respiración ante tanta hermosura, pero la imagen de su encantadora mujer no afectó para nada a lord Horbury.

Hubo un tiempo, tres años atrás, en que la impresionante belleza de su Cicely le hacía perder la cabeza. La amaba apasionadamente, con verdadera locura. Todo aquello había acabado. Había perdido el juicio, pero lo había recobrado.

Fingiéndose sorprendida, lady Horbury preguntó:

—¿Qué hay, Stephen?

—Quiero hablarte a solas —señaló él con aspereza.

—Madeleine —pidió lady Horbury, dirigiéndose a su doncella—. Deja todo eso y retírate.

—Tres bien, milady —respondió la muchacha. Y tras una mirada de reojo a lord Horbury, salió del dormitorio.

Lord Horbury aguardó a que hubiese cerrado la puerta.

—Me gustaría saber, Cicely, qué significa la idea de presentarte aquí.

Lady Horbury encogió sus hermosos hombros.

—¿Y por qué no?

—¿Por qué no? Me parece a mí que hay muy buenas razones.

i Oh! Razones... —murmuró su mujer.

—Sí, razones. Recordarás que, tal como se habían puesto las cosas entre nosotros, convinimos en no seguir con la farsa de vivir juntos. Tú debías quedarte en la casa de la ciudad y tendrías una espléndida pensión, exageradamente espléndida. Y podrías llevar tu propia vida, dentro de ciertos límites. ¿Por qué este repentino regreso? De nuevo Cicely se encogió de hombros.

—Me pareció conveniente.

—Supongo que será por una cuestión de dinero, ¿no es así?

—iDios mío! —exclamó su mujer—. iQué odioso eres! iNo hay hombre más mezquino que tú!


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