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Capítulo XXIII ANNE MORISOT(1)
日期:2023-11-15 16:00  点击:258

Capítulo XXIII ANNE MORISOT

A las diez y media del día siguiente, el melancólico monsieur Fournier entró en el salón y estrechó la mano del belga con calor.

Se le veía más animado que de costumbre.

—Monsieur Poirot, tengo algo que comunicarle. Por fin he comprendido el punto de vista que usted expuso en Londres acerca del hallazgo de la cerbatana.

—¡Ah! —exclamó Poirot con alegría.

—Sí —continuó Fournier, cogiendo una silla—. He pensado mucho en lo que usted comentó. No cesaba de repetirme: es imposible que el crimen se haya cometido como nosotros creemos. Y por fin, tuve una asociación de ideas entre lo que yo me repetía y lo que usted había dicho del hallazgo de la cerbatana.

Poirot permaneció muy atento, sin decir palabra.

—Aquel día, en Londres, razonaba usted así: ¿por qué se encontró la cerbatana, cuando hubiera sido muy fácil librarse de ella por los huecos de la ventilación? Y creo tener la respuesta a esto: se encontró la cerbatana porque el asesino quería que se encontrase.

—¡Bravo! —exclamó Poirot.

—¿Está usted de acuerdo? Ya me lo figuraba. Y aún he dado otro paso. Me preguntaba: ¿por qué deseaba el asesino que se encontrase? Y a esto tuve que contestarme: porque nadie utilizó la cerbatana.

—¡Bravo! ¡Bravo! Razona usted igual que yo.

—Así que me dije: el dardo envenenado sí, pero no la cerbatana. Por lo tanto, para lanzar la flecha se utilizó alguna otra cosa, algo que tanto un hombre como una mujer podía llevarse a los labios de la manera más natural y sin llamar la atención. Y me acordé de lo mucho que insistió usted en tener una lista completa de los objetos que se hallaran en los equipajes y los que llevasen encima los viajeros. Lady Horbury llevaba dos boquillas, y sobre la mesa de los Dupont había una serie de pipas kurdas.

Monsieur Fournier hizo una pausa para mirar a Poirot. Este guardó silencio.

—Estas cosas podían llevarse a los labios sin que nadie se fijase. ¿Tengo o no razón?

Poirot dudó un momento antes de hablar:

—Está usted en la verdadera pista, pero va demasiado lejos. Y no hay que olvidarse de la avispa.

—¿La avispa? —repitió Fournier, haciendo una pausa—. No, no le sigo a usted por ahí. No veo que la avispa tenga nada que ver con esto.

—¿No lo ve? Pues es por ahí que...

Le interrumpió el timbre del teléfono. Cogió el receptor.

—Diga, diga. ¡Ah! Buenos días. Sí, yo mismo, Hércules Poirot —y en un aparte dijo—: Es Thibault. Sí, sí, no faltaba más. Muy bien. ¿Y usted? ¿Monsieur Fournier? De primera. Sí. Ya ha llegado. Aquí está en estos instantes.

Apartando el aparato, le explicó a Fournier:

—Ha ido a verle a usted a la Sûreté y le han dicho que había venido a verme aquí. Será mejor que hable con él. Parece muy excitado.

Fournier cogió el auricular.

—Diga, diga... Sí, Fournier al habla... ¿Qué...? ¿Qué...? ¿Habla usted en serio... ? Sí, ya lo creo... Sí... Sí, estoy seguro que querrá. Vamos al instante.

Dejó el aparato y miró a Poirot.


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