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Capítulo 2 - Dieciséis y diecisiete de Julio(3)
日期:2023-12-18 13:23  点击:302

Poirot era un hombrecillo de aspecto fuera de lo corriente. Mediría escasamente 1'60 de altura,

pero su porte resultara muy digno. Su cabeza tenía la forma exacta de un huevo y acostumbrara a

inclinarla ligeramente hacia un lado.« Su bigote era tieso y de aspecto militar. La pulcritud de su

atuendo era casi increíble; dudo que una herida de bala pudiera causarle el mismo disgusto que

una mota

de polvo. Sin embargo, este curioso hombrecillo, que, por desgracia, y según pude observar

cojeaba ligeramente, había sido en sus tiempos uno de los miembros más destacados de la policía

belga. Como detective, su olfato era extraordinario, y había obtenido resonantes éxitos ventilando

algunos de los casos más desconcertantes de la época.

Me señaló la casita donde habitaban él y su compatriota y prometí ir a verle en fecha próxima.

Saludó ceremoniosamente a Cynthia, quitándose el sombrero, y nos marchamos.

—Es un hombrecillo encantador —dijo Cynthia—. No tenía idea de que lo conocía usted.

—Han dado ustedes albergue a una celebridad — repliqué.

Y durante todo el camino les recité las hazañas y éxitos de Hércules Poirot.

Llegamos a casa en alegre disposición de ánimo. Al atravesar el vestíbulo, vimos a la señora

Inglethorp que salía de su boudoir. Parecía nerviosa y trastornada.

—¡Ah!, sois vosotros — dijo.

¿Pasa algo, tía Emily? — preguntó Cynthia.

—Claro que no —dijo bruscamente la señora Inglethorp—. ¿Que va a pasar?

Y viendo a Dorcas, la doncella, que se dirigía al salón, le dijo que le llevara unos sellos al

boudoir.

—Sí, señora. —La vieja sirvienta titubeó y dijo al fin, tímidamente—: ¿No cree usted, señora,

que haría bien en irse a la cama? Parece usted fatigada.

—Puede ser que tenga usted razón, Dorcas, sí... No, ahora no. Tengo que terminar algunas

cartas para que alcancen el correo. ¿Ha encendido el fuego en mi cuarto, como le dije?

—Sí, señora.

—Entonces me iré a la cama inmediatamente después de comer.

Entró de nuevo en su boudoir y Cynthia se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos.

—¡Por Dios bendito! ¿Qué pasará? — le dijo a Lawrence.

Él no la oyó, al parecer, pues, sin decir una palabra, giró sobre sus talones, nos echó una

mirada y salió de la casa inmediatamente.

Le propuse a Cynthia un rápido partido de tenis antes de cenar y, habiendo sido aceptada mi

proposición, corrí escaleras arriba a buscar mi raqueta.

La señora Cavendish bajaba en aquel momento. Puede ser que fuera mi imaginación, pero

parecía agitada.

—¿Fue agradable el paseo con el doctor Baurstein? — pregunté, tan indiferente como me fue

posible.

—No fui —contestó bruscamente—. ¿Dónde está la señora Inglethorp?

—En el boudoir.

Su mano se agarraba con fuerza a la baranda. Después pareció acumular energías para una

entrevista difícil y rápidamente bajó las escaleras y cruzó el vestíbulo en dirección al boudoir,

donde entró cerrando la puerta tras ella.

Unos minutos después, camino del campo de tenis, tuve que pasar por delante de la ventana

abierta del boudoir y no pude evitar oír lo siguiente:

— ¿Entonces no quiere usted enseñármelo? — decía Mary Cavendish con la voz de una

persona que hace esfuerzos desesperados por dominarse.

—Querida Mary, no tiene nada que ver con el asunto — replicó la señora Inglethorp.

—Pues enséñemelo entonces.

_Ya te he dicho que no es lo que te imaginas. No te incumbe en absoluto.


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