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Capítulo 7 - Poirot paga sus deudas(4)
日期:2023-12-18 14:02  点击:222

—Eso es, ¿por qué? —dijo Poirot, calmándose—. Si lo arrestaran, probablemente hablaría,

pero yo no quiero que se llegue a ese extremo. Tengo que hacerle ver la gravedad de su posición.

Naturalmente, hay algo deshonroso detrás de su silencio. Aunque no haya matado a su mujer, es

un granuja y tiene algo que ocultar, completamente aparte del asesinato.

—¿Pero qué puede ser? — medité, ganado momentáneamente por los puntos de vista de

Poirot, aunque conservando la débil convicción de que la explicación obvia era la acertada.

—¿No lo adivina? — preguntó Poirot, sonriendo.

—No. ¿Usted sí?

—Sí; se me ocurrió hace algún tiempo una pequeña idea y ha resultado correcta.

—No me lo había dicho — le reproché.

—Perdóneme, amigo mío, usted no era simpathique precisamente—. Se volvió a mirarme con

seriedad—. Dígame, ¿comprende usted ahora que no debe ser arrestado?

—Quizá — dije ambiguamente, porque en realidad me tenía sin cuidado el destino de Alfred

Inglethorp y pensaba que un buen susto no le haría daño. Poirot, que me observaba atentamente,

suspiró.

—Vamos, amigo mío —dijo cambiando de tema—, dejando aparte al señor Inglethorp, ¿qué

opina usted de la investigación?

—Fue más o menos lo que esperaba.

—¿No hubo en ella nada que le pareciera extraño? Mis pensamientos fueron hacia Mary

Cavendish y dije, a la defensiva:

—¿En qué sentido?

— Por ejemplo, la declaración de Lawrence Cavendish. Sentí que me quitaba un peso de

encima. —¡Ah, Lawrence! No lo creo. Siempre ha sido un chico nervioso.

—La insinuación de que su madre podía haberse envenenado por accidente con el tónico que

tomaba, ¿no le parece extraña, hein?

—No. Por supuesto, los médicos ridiculizaron su teoría, pero era una sugestión muy propia de

un profano.

—Es que el señor Lawrence no es un profano. Usted mismo me ha dicho que había estudiado

medicina y que obtuvo su título.

—Sí, es cierto. No me acordaba. —Me sobresalté—. Sí que es extraño. Poirot asintió

—Desde el primer momento, su conducta ha sido algo particular. De toda la gente de la casa,

sólo él estaba preparado para reconocer los síntomas del envenenamiento por estricnina, y nos

encontramos con que es el único que sostiene la teoría de la muerte natural. Si hubiera sido el

señor John, lo hubiera comprendido. No tiene conocimientos técnicos y carece de imaginación.

Pero el señor Lawrence tenía que saber que era ridícula la idea que lanzó en la pesquisa. Me da

qué pensar todo eso, amigo mío.

—Es desconcertante — convine.

—Luego tomemos a la señora Cavendish —continuó Poirot—. Ésa es otra que no dice todo lo

que sabe. ¿Cómo interpreta usted su actitud?

—No la entiendo. Parece inconcebible que esté escudando a Alfred Inglethorp. Sin embargo,

ésa es la impresión que da. Poirot asintió, pensativo.

—Sí; es muy extraño. Lo seguro es que oyó de la «conversación privada» mucho más de lo

que está dispuesta a admitir.

—Sin embargo, es la última persona a quien uno acusaría de humillarse fisgoneando.

— Exacto. Su declaración me demostró una cosa. Me equivoqué. Tenía razón Dorcas. La

disputa tuvo lugar más temprano, a eso de las cuatro, como ella dijo.

Le miré con curiosidad. Nunca había comprendido su insistencia en ese punto.

—Sí, salieron hoy a relucir muchas cosas extrañas —continuó Poirot—. ¿Qué hacía el doctor

Bauerstein levantado a aquella hora de la mañana? Me asombra que nadie haya comentado el

hecho.


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