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Capítulo 8 - Nuevas sospechas(2)
日期:2023-12-22 16:33  点击:243

—No se disguste, hombre. ¿Qué importancia tiene eso? Su triunfo de hace un rato le ha

excitado. Se lo aseguro, fue una sorpresa para todos nosotros. En ese enredo de Inglethorp con la

señora Raikes debe de haber más de lo que pensábamos, para que se negara a hablar con tanta

obstinación. ¿Qué va usted a hacer ahora? ¿Dónde están los de Scotland Yard?

—Bajaron a interrogar a los sirvientes. Les he enseñado todas las pruebas que hemos reunido.

Estoy desilusionado de Japp. ¡Carece de método!

—¡Vaya! —dije, mirando por la ventana—. Ahí está el doctor Bauerstein. Creo que tiene usted

razón respecto a ese hombre, Poirot. No me gusta.

—Es muy inteligente — observó Poirot, pensativo.

—Sí, inteligente como el mismo demonio. La verdad es que disfruté el martes, viéndole en

aquella facha. ¡No puede usted imaginarse qué cuadro! Y le describí la aventura del doctor. —

¡Parecía un espantapájaros! Cubierto de barro de la cabeza a los pies.

—Entonces, ¿usted lo vio?

— Sí. Claro que él no quería pasar acabábamos de cenar y estábamos en el salón; pero

Inglethorp insistió tanto que el doctor entró.

—¿Qué? —Poirot me cogió violentamente por los hombros—. ¿Qué el doctor Bauerstein ha

estado aquí el martes por la noche? ¿Aquí? ¿Y usted no me lo ha dicho? ¿Por qué no me lo ha

dicho usted? ¿Por qué? ¿Por qué? Parecía frenético.

—Querido Poirot —rebatí—. No creí que pudiera interesarle. No sabía que tuviera la menor

importancia.

—¿ importancia? ¡ Es importantísimo! ¡ Así que el doctor Bauerstein ha estado aquí el martes

por la noche, la noche del asesinato! Hastings, ¿es que usted no lo ve? ¡Esto lo cambia todo, todo!

Nunca le había visto tan trastornado. Me soltó y puso en pie mecánicamente un par de

candelabros, murmurando aún para sí mismo:

—Sí, lo cambia todo, todo.

De pronto, pareció tomar una decisión.

—Allons! —dijo—. Tenemos que actuar inmediatamente. ¿Dónde está el señor Cavendish?

John estaba en el salón de fumar. Poirot fue derecho hacia él.

—Señor Cavendish. Tengo algo importante que hacer en Tadminster. Una nueva pista. ¿Puedo

llevarme su coche?

—Desde luego. ¿Lo necesita inmediatamente?

—Sí, por favor.

John hizo sonar la campanilla y mandó sacar el coche. Diez minutos más tarde atravesábamos

a toda velocidad el parque y tomábamos la carretera de Tadminster.

—Bien, Poirot —observé con aire resignado—, ¿no quiere usted decirme a qué viene todo

esto?

—Amigo mío, una gran parte puede usted adivinarla. Naturalmente, usted comprenderá que,

ahora que el señor Inglethorp está fuera del asunto, toda la situación ha cambiado enteramente.

Tenemos que enfrentarnos con un problema enteramente distinto. Sabemos que hay una persona

que no compró el veneno. Hemos rechazado las pistas falsas. En cuanto a las verdaderas, he

descubierto que todos en la casa, con excepción de la señora Cavendish, que jugaba con usted al

tenis, pudo haberse hecho pasar por el señor Inglethorp el lunes por la tarde. Igualmente, tenemos

la declaración del señor Inglethorp de que dejó el café en el vestíbulo. Nadie se fijó mucho en esto

en la pesquisa, pero ahora adquiere un significado totalmente distinto. Tenemos que averiguar

quién llevó por fin el café a la señora Inglethorp y quién pasó por el vestíbulo mientras la taza

estaba allí. Según su relato, sólo hay dos personas de las que podamos decir con toda seguridad

que no se acercaron al café: la señora Cavendish y la señorita Cynthia. ¿No es eso?

—Sí, eso es.

Sentí que se me quitaba un peso del corazón. Mary Cavendish estaba completamente fuera de

sospecha.


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