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Capítulo 4(2)
日期:2024-04-12 11:01  点击:230

El doctor Armstrong le recriminó:

—¡Esos excesos de velocidad son inadmisibles enteramente; los jóvenes imprudentes de su

temple constituyen un peligro público!

Alzando los hombros, Tony contestó:

Estamos en el siglo de la velocidad, ¡qué diablos! ¡Son las carreteras inglesas las defectuosas!

¡Hay que ir siempre a paso de tortuga!

Buscó su vaso, lo cogió de la mesa, del aparador tomó una botella de whisky y se echó una gran

cantidad con soda y continuó:

Lo cierto es que fue un accidente, ¡yo no tuve la culpa!

Rogers, el criado, se humedeció los labios y dijo con tono deferente:

—¿Me permiten que les diga algo, señores?

Le escuchamos respondió Lombard.

También la voz ha citado mi nombre y el de mi mujery el de miss Brady. No hay nada de

cierto en lo dicho, señor. Mi mujer y yo hemos estado a su servicio hasta que murió. Siempre estaba

enferma: la noche que se agravó hubo una gran tempestad, el teléfono estaba averiado; era imposible,

pues, llamar al doctor y fui yo mismo a buscarlo a pie.

«Llegamos demasiado tarde, lo hicimos todo para salvarla. Le estamos muy agradecidos, todo el

mundo se lo dirá, señor; ¡jamás tuvo queja alguna de nosotros! ¡Ni el menor reproche!

Lombard miraba con insistencia la cara crispada del mayordomo; sus labios estaban secos y el

terror se reflejaba en su mirada. Se acordó de la caída de la bandeja con el servicio de café, pero no

dijo nada.

Con su voz profesional y brusca Blove preguntó al doméstico:

—¿Les dejó algo al morir?

Rogers se enderezó indignado.

Miss Brady nos dejó una suma como premio a nuestros fieles servicios. ¿Y por qué no?

Lombard intervino:

—¿Y si usted nos hablara un poco de si mismo, mister Blove?

—¿De mí?

Sí, su nombre está en la lista.

Blove enrojeció.

—¿El asunto Landor? Se trataba de un robo en un Banco, el London Commercial.

El juez Wargrave se agitó en su butaca.

Me acuerdo muy bien, aunque no pasó por mis manos el proceso: Landor fue condenado por

su testimonio, Blove. Fue usted quien, como oficial de policía, llevó la indagatoria.

Eso mismo dijo Blove.

Landor fue condenado a trabajos forzados a perpetuidad y murió en Dartmour. Su salud era

muy delicada.

Ese individuo no era más que un estafador concluyó Blove. Fue él quien mató al sereno.

Su culpabilidad no dejaba lugar a dudas.

El juez dijo lentamente:

Usted recibió, me parece, felicitaciones por su habilidad.

Ascendí en mi carrera añadió Blove. No hice sino cumplir con mi deber.

Lombard se echó a reír ruidosamente.

Por lo visto todos somos personas que respetan la ley y cumplen su deber; excepto yo. ¿Y

usted, doctor? ¿Qué le parece si hablásemos un poco de error profesional? ¿Se trataba de una

operación ilegal?

Emily Brent miraba a Lombard con asco y retiró su butaca hacia atrás.

Muy dueño de sí mismo, el doctor inclinó la cabeza con buen humor.

Les declaro que no comprendo nada de esa historia. No me acuerdo de haber operado a nadie

con ese nombre de ¿Gleis? ¿Glose?, y menos que se muriese por mi culpa. ¡Hará tantos años! Lo

probable es que fuese una operación en el hospital, y ya saben ustedes que a veces está en tal estado

el enfermo que no sirve para nada operar y luego la familia lo achaca al cirujano si sobreviene la

muerte.

Inclinando la cabeza lanzó un suspiro.

El mismo Armstrong pensaba: «Estaba borracho, eso fuey borracho operé a una mujer. Tenía

los nervios deshechos y mis manos temblaban. No hay dudala maté. ¡Pobre mujer! La operación

era de las más sencillas, y habría salido bien si yo no hubiese bebido. Afortunadamente para mi existe

esto que se ha convenido en llamar el secreto profesional. La enfermera lo sabía, pero no dijo nada.

¡Dios mío! ¡Qué golpe para mí! Menos mal que corté a tiempo. Pero ¿quién diablos ha podido estar

al corriente de este incidente después de tantos años?»

Un profundo silencio reinaba en el salón. Todo el mundo miraba a Emily Brent de una manera

más o menos discreta. Al cabo de un momento se dio cuenta que esperaban que dijese algo. Enarcó

las cejas sobre su frente estrecha y preguntó:

—¿Esperan que les diga algo? No tengo nada que decirles.

—¿Nada? dijo el juez.

No, nada contestó miss Brent, apretando fuertemente los labios.

—¿Se reserva usted para la defensa? preguntó Wargrave con dulzura.

Es inútil que me defienda respondió fríamente miss Brent. He obrado siempre con

arreglo a mi conciencia y no tengo nada que reprocharme.

Una amarga decepción se dibujó en todos los semblantes. Sin embargo, miss Brent no era mujer

para desanimarse ante la opinión de los demás.

Se quedó impasible.

Una o dos veces el juez tosió.

Luego dijo:

Nuestra pesquisa se suspende por el momento. Dígame, Rogers, aparte de nosotros, usted y su

mujer, ¿hay alguien más en la isla?

No, señor.

—¿Está seguro?

Completamente seguro.

No me explico qué intenciones tuvo nuestro desconocido anfitrión al reunimos en esta casa. A

mi juicio esta persona, hombre o mujer, no tiene completas sus facultades mentales.

Creo que obraríamos bien abandonando esta isla lo más pronto posible. ¿Y si nos fuésemos

esta misma noche?

Perdón, señor dijo Rogers, pero no hay barco en la isla.

—¿Ni una barca?

No, señor.

Entonces, ¿cómo se comunica usted con la costa?

Fred Narracott viene todas las mañanas con su barco, trae el pan, la leche y el correo y toma

los pedidos para los proveedores.

En este caso todos debemos mañana tomar el barco de Narracott declaró el juez.

Los reunidos fueron de su parecer salvo Anthony Marston que expuso esta opinión:

Esta huida no tiene nada de elegante. Antes de irnos deberíamos aclarar este misterio. Parece

una novela policíacade las más emocionantes.

A mis años no se buscan las emociones le replicó agriamente el magistrado.

La vida es cada vez más breve. Los asuntos criminales me apasionan. ¡Bebo a la salud de los

asesinos! contestó Tony riéndose con sarcasmo.

Llevó su vaso a la boca y lo vació de un trago. De repente, pareció que se ahogaba, sus

facciones se crisparon y sus carrillos tomaron un color purpúreo. Trató de respirar y se derrumbó al

pie de su butaca dejando caer el vaso sobre la alfombra.


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