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Capítulo 6(1)
日期:2024-04-12 11:03  点击:296

Capítulo 6

El doctor soñaba.

Hacía un calor excesivo en la sala de operaciones.

Seguramente habían exagerado los grados de temperatura. El sudor cubría su cara. Sus manos

húmedas sostenían torpemente el bisturí.

¡Qué aguzado estaba este instrumento!

Se podía fácilmente matar a alguien con una hoja tan afilada. En este momento mataba a un ser

humano.

El cuerpo de su víctima le era indiferente. No era la gruesa mujer de la otra vez, pero sí una

forma delgada a la cual no le veía la cara.

¿Por qué tenía, pues, que matarla? No se acordaba de nadie. Le falló, por lo tanto, su ciencia.

¿Y si interrogase a la enfermera?

Esta le observaba… pero nada decía… Leía la desconfianza en sus ojos.

¿Quién era, pues, esta persona echada sobre la mesa de operaciones?

¿Y por qué le habían tapado la cara?

¡Al fin! Un joven interno quitó el pañuelo y descubrió los rasgos de la mujer.

Era Emily Brent, naturalmente, con sus ojos maliciosos. Movía los labios. ¿Qué decía?

«En plena vida pertenecemos a la muerte.»

Ahora se reía..

—No, señorita; no le ponga ese pañuelo —decía a la enfermera—; tengo que darle el anestésico.

¿Dónde está la botella de éter? ¡La traje conmigo! ¿Qué ha hecho usted con ella, señorita…?

«Quite ese pañuelo, señorita, se lo ruego.»

«¡Ah! Ya me lo parecía. ¡Este es Anthony Marston! Su semblante rojo y convulso… pero no

está muerto, se está mofando, os juro que se burla… sacude la mesa de operaciones… señorita,

sujétele, sujétele bien.»

El doctor se despertó sobresaltado. Ya era de día y el sol entraba a raudales en la habitación.

Alguien, inclinado sobre él, le sacudía.

Era Rogers. Un Rogers emocionado y asustado.

—¡Doctor! ¡Doctor!

El doctor abrió los ojos, se sentó en la cama y preguntó:

—¿Qué pasa?

—Es por mi mujer, doctor; no la puedo despertar, he probado todos los medios. ¡Dios mío!

Debe ocurrirle algo grave, doctor…

Saltó vivamente de la cama, se puso una bata y siguió a Rogers.

Se inclinó sobre la criada, que yacía en la cama, le cogió su mano fría y levantó sus párpados. A

los pocos instantes se enderezó Armstrong y lentamente se alejó de la cama.

Rogers murmuró:

—¿Ella ha…? ¿Es que…?

Armstrong hizo un signo significativo:

—¡Todo acabó!

Pensativo, examinó al hombre que tenía delante; se dirigió hacia la mesilla de noche luego hasta

el tocador y finalmente volvió al lado de su mujer.

Rogers le preguntó:

—¿Ha sido… ha sido su corazón, doctor?

Armstrong dudó unos instantes, antes de hablar.

—Rogers, ¿su mujer gozaba de buena salud?

—Sufría de reumatismo.

—¿La vio últimamente algún médico?

—¿Un médico? Hace muchos años que no nos ha visto un médico ni a mi mujer ni a mí.

— Entonces, no tiene usted ningún motivo para suponer que tenía alguna enfermedad del

corazón.

—No sé, doctor; no sabía nada.

—¿Ella dormía bien?

Los ojos del criado evitaron la mirada penetrante del doctor. Se retorcía las manos y murmuró.

—En realidad no dormía bien… No…

—¿Tomaba alguna poción para dormir?

Rogers pareció sorprendido.

—¿Medicina para dormir? Que yo sepa, no; estoy casi seguro.

Armstrong volvió al tocador, donde había muchos frascos, loción capilar, colonia, glicerina,

pasta para los dientes…

Rogers abría los cajones de la mesa y de la cómoda, pero en ningún lado había trazos de

narcóticos líquidos o en comprimidos.

Rogers recalcó:

—Ayer noche ella tomó lo que usted le había dado.

A las nueve, cuando el gong anunció el desayuno, todos los invitados estaban ya dispuestos en

espera de esta llamada.

El general y Wargrave se paseaban por la terraza y sostenían una discusión sobre asuntos

políticos.

Vera y Lombard habían trepado a lo alto de la isla.

Por detrás de la casa sorprendieron a Blove mirando a la costa.

—Ningún barco a la vista; desde hace un largo rato espío la llegada de esa famosa canoa.

Con el semblante sombrío, Vera hizo esta observación:

—Se pegan las sábanas, en Devon, y el día comienza muy tarde.

Lombard contemplaba el mar y dijo bruscamente:

—¿Qué piensa del tiempo?

—Lo hará bueno —respondió Blove elevando la vista hacia el cielo. Lombard silbó y añadió:

—Antes de que llegue la noche tendremos viento.

—¿Tempestad? —preguntó Blove.

Desde abajo les llegó el sonido del gong.

—Vamos a desayunar, que tengo un hambre de lobo —dijo Lombard.

Bajando la cuesta, Blove comentó con voz inquieta:

—No vuelvo de mi sorpresa… ¿Qué razón tenía ese joven Marston para suicidarse? Esta idea

me ha atormentado toda la noche.


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09/29 13:16