Una señora dió orden un día a su portero:
—Di a todas personas que no estoy en casa.
Por la noche, al referirle el portero los nombres de las personas que habían estado a la puerta, pronunció el de la hermana de la señora, y entonces la señora dijo:
—Ya te he dicho que para mi hermana siempre estoy en casa, hombre; debiste haberla dejado entrar.
Al día siguiente salió la señora a hacer unas visitas, y poco después llega su hermana.
—¿Está tu señora en casa?—le pregunta al portero.
—Sí, señora,—contesta éste.
Sube la señora, y busca en balde por todas partes a su hermana. Vuelve a bajar, y le dice al portero:
—Mi hermana debe de haber salido, porque no la he hallado.