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27. APOLOGÍA
日期:2025-06-24 18:33  点击:243
27. APOLOGÍA
Son las cinco de la mañana. Estoy muy cansado, pero he concluido mi tarea. El brazo me duele de
tanto escribir.
Mi manuscrito tiene un extraño final. Pensaba publicarlo algún día como la historia de uno de los
fracasos de Poirot. Es curioso cómo se desarrollan las cosas.
Desde el principio tuve la impresión de que ocurriría un desastre, desde el momento en que vi a
Ralph Patón y a Mrs. Ferrars hablando con las cabezas muy juntas. Creí entonces que ella le hacía
confidencias. Me equivoqué, pero la idea persistió aun después de que me encerrara en el despacho con
Ackroyd aquella noche hasta que me dijo la verdad.
¡Pobre viejo Ackroyd! Siempre me alegro de haberle dejado una oportunidad de salvarse. Le insté
a que leyera aquella carta antes de que fuera demasiado tarde. O, para ser honrado, ¿acaso no
comprendí subconscientemente que la testarudez de un hombre como él era una garantía de que no la
leería? Su nerviosismo de aquella noche era interesante psicológicamente hablando. Sabía que el
peligro le acechaba y, sin embargo, no sospechó nunca de mí.
La daga fue una idea de última hora. Había traído un arma de fácil manejo que tenía en mi casa,
pero cuando vi la daga en la vitrina, se me ocurrió en seguida que sería preferible emplear una que no
me perteneciera.
Supongo que desde el principio pensé en matarle. En cuanto me enteré de la muerte de Mrs.
Ferrars tuve la convicción de que le había contado todo antes de morir. Cuando me reuní con él y le vi
tan agitado, pensé que quizá sabía la verdad, pero que le parecía increíble, y estaba dispuesto a darme
la oportunidad de explicarme.
Me fui a casa y tomé mis precauciones. Si lo que le preocupaba sólo se relacionaba con Ralph
nada ocurriría. Me había dado el dictáfono dos días antes para ajustarlo. Algo se había estropeado en
su mecanismo y le convencí para que me lo dejara en vez de devolverlo a la fábrica. Hice lo que me
pareció necesario y me lo llevé en mi maletín aquella noche.
Me siento orgulloso de mis dotes de escritor. En efecto, ¿qué puede ser más claro que las frases
siguientes?:
Habían entrado el correo a las nueve menos veinte. A las nueve menos diez le dejé con la carta
todavía por leer. Vacilé con la mano en el picaporte, mirando atrás y preguntándome si olvidaba algo.
Toda la verdad, lo ven. Pero supongan que pusiera una línea de puntos después de la primera
frase. ¿Se habría preguntado alguien qué ocurrió en aquellos diez minutos?
Cuando eché una ojeada desde la puerta, me sentí satisfecho. No había olvidado nada. El
dictáfono estaba en la mesa, ante la ventana, preparado para funcionar a las nueve y media. El
mecanismo era ingenioso, accionado con la máquina de un reloj despertador. El sillón había sido
movido de modo que escondiera el aparato a las miradas de los que entraran.
Debo confesar que me sobresalté al encontrar a Parker al otro lado de la puerta. He apuntado
fielmente este detalle.
Más tarde, cuando se descubrió el crimen y envié a Parker a telefonear a la policía, qué frases tan
acertadas: «Hice lo poco que era preciso hacer». Poca cosa: meter el dictáfono en mi maletín y alinear
el sillón contra la pared.
No imaginé siquiera que Parker se hubiera fijado en el sillón. Lógicamente, la contemplación del
cuerpo debía hacerle olvidar lo demás, pero no conté con sus cualidades de criado metódico.
Quisiera haber sabido antes que Flora iba a declarar que había visto a su tío a las diez menos
cuarto. Este detalle me desconcertó y preocupó sobremanera. A decir verdad, en este caso hubo cosas
que me preocuparon de un modo tremendo. Todos parecían haber metido mano en el asunto.
Mi gran temor era que Caroline lo advirtiera todo. Su modo de hablar aquel día de mi «debilidad»
fue pura coincidencia.
No sabrá nunca la verdad. ¡Queda, tal como ha dicho Poirot, otra alternativa, otra solución!
Puedo confiar en él. Junto con el inspector Raglán se las compondrán para que Caroline no lo
sepa. No me gustaría que lo supiese. Me quiere y es orgullosa. Mi muerte será dolorosa para ella, pero
la pena pasa con el tiempo.
Cuando haya concluido mi narración, meteré este manuscrito en un sobre dirigido a Poirot.
Y entonces, ¿qué será? ¡Una dosis de veronal! Eso sería una especie de justicia poética. No es que
acepte la responsabilidad de la muerte de Mrs. Ferrars. Fue la consecuencia directa de sus propias
acciones. No tengo compasión por ella. ¡Tampoco la siento por mí! ¡Así pues, que sea veronal!
Pero me hubiera gustado que Hercule Poirot no se hubiese retirado nunca para venir aquí a
cultivar calabacines.

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